Ella podía aguantar muchas cosas.
El miedo, la incertidumbre, el rechazo y la soledad. Porque la soledad siempre estaba y se terminaba volviendo una amiga.
Pero no podía aguantar eso.
El descontrol. El abuso. El caos.
La desesperación que la criatura a su lado venia sintiendo.
Era antigua. Arcaica, peligrosa e impredecible.
Hablo en un idioma extinto que solo los expertos usaban; ella no la entendio, pero supo que no prometía cosas buenas.
No era hombre ni mujer, pero llevaba barbas y serpientes en lugar de cabellos.
Su sistema de creencias y valores no era el mismo.
Y la bruja nunca iba a poder entenderlo del todo.
Y la bruja sentía pena por su dolor.
Pero debían pararla.
El dios del vino era caótico. El sátiro mintio. La bruja local la manipulo.
Al final, la bruja solo tuvo una aliada: la otra gorgona.
Ambas miraron a la criatura, que alternaba entre moverse con sus miembros delanteros y caminar de pie.
La bruja llevaba los ojos vendados. Sabía que no podía mirar a la criatura a los ojos.
Las tradiciones y las supersticiones decían cosas diversas, contradictorias. No tenían seguridad. Pero debía ser cuidadosa.
Su compañera dio la señal.
La bruja sintio ansiedad y adrenalina.
Empujo el miedo hacía atrás.
Ambas avanzaron hacía adelante.
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