nuria_minguez Nuria Mínguez

La aldea de Alisa tiene unas normas muy concretas. No hables con los hombres. No les desveles quién eres. Y no te enamores de ellos. Ella nunca antes se las había planteado. Igual que nunca se había preocupado por el destino de los hombres que llegaban hasta allí antes de la luna llega. Pero entonces llega Erik y pone todo su mundo patas arriba. Se acerca el ritual y Alisa deberá tomar una decisión. ¿Seguirá siendo fiel a las mujeres que la han criado, o se dejará llevar por su corazón?


Короткий рассказ 13+.

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Короткий рассказ
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Ritual



El sol todavía no había salido por el horizonte cuando la aldea al completo despertó alborotada. Alisa no tardó en unirse al grupo de mujeres que, encabezadas por la maestra Elinor, se dirigían al lugar que la centinela les indicaba.

-¿Cuántos son esta vez?

-Solo uno, maestra.-la centinela acompañó a sus palabras de una ligera inclinación de cabeza.

La maestra hizo una mueca, como si estuviera sopesando aquella información. Finalmente asintió.

-Será suficiente. No tenemos mucho tiempo hasta el próximo plenilunio.

Alisa hizo un esfuerzo por seguir el ritmo del resto, cosa nada fácil teniendo en cuenta su baja estatura y la enorme antorcha que sujetaba. Para su alivio, el grupo se detuvo al fin. Allí, casi a las afueras de la aldea, les esperaban más mujeres que se habían congregado alrededor de un pequeño bulto que yacía a sus pies. Alisa se detuvo junto a la maestra Elinor que, como de costumbre, se agachó para examinar de más cerca el cuerpo del intruso. Como siempre le sucedía, la joven se estremeció cuando la luz de las antorchas iluminó el rostro del hombre. A sus quince años, aquel no era el primer hombre que Alisa había visto en su vida. Y sabía que tampoco sería el último. Sin embargo, no podía evitar sentirse impresionada.

-Alisa.-la maestra la llamó a la vez que se reincorporaba.

Ella se cuadró, como un soldado que espera ir a la batalla.

-Ya sabes lo que tienes que hacer.-Alisa asintió sin apartar los ojos de su brillante mirada esmeralda.

Pasaron tres días y tres noches. Alisa acudía cada día a curar las heridas y refrescar la frente del hombre que, tendido en la cama, todavía no había abierto los ojos. No fue hasta el anochecer del tercer día cuando despertó. Alisa recordaría ese momento para siempre. Le había cambiado las vendas y, antes de marcharse, colocó el dorso de la mano sobre su frente. Estaba caliente. Le había vuelto a subir la fiebre. Se giró para mojar de nuevo el paño en agua fría cuando, de pronto, sintió un tirón en la muñeca. Ahogó un grito de sorpresa cuando descubrió que era la mano del hombre la que la sujetaba. Había entreabierto los ojos y su respiración se había acelerado. Se quedó paralizada, sin saber qué hacer.

-Quién… Dónde…-le apretó la muñeca, pero no lo suficiente como para hacerle daño.

A Alisa le dio la sensación de que aquel hombre no necesitaba agua o comida. Sino respuestas. Estaba sediento de palabras. Pero ella no podía ofrecerle ninguna. Sería una herejía.

Intentó sonreír, pero estaba tan nerviosa que sus labios formaron una mueca extraña. Consiguió liberarse de la mano del hombre sin mucha dificultad. Seguía estando demasiado débil como para ofrecer resistencia. Se dio la vuelta y mojó el paño en el cuenco que había en una mesilla a su lado.

-Oye tú, chica. Oye. ¿Me estás ignorando?

Tuvo que hacer un esfuerzo por aguantar la risa mientras escurría el paño. No, no lo estaba ignorando. Pero no podía decírselo. Qué ironía.

-Basta de tonterías.-su voz ya no suplicaba palabras, las exigía-Dime ahora mismo quién eres y qué hago aquí.

Se reincorporó de golpe en la cama. Se arrepintió de inmediato cuando le sobrevino un ataque de tos seca. Alisa se acercó en seguida a su lecho y, con delicadeza pero firmeza, lo tumbó de nuevo. La tos remitió un poco y ella aprovechó para pasarle el paño por la frente. Con suerte, también desaparecería la fiebre. El hombre no apartó sus ojos negros de ella mientras le ahuecaba la almohada y cambiaba el agua. Aquello la hacía sentir incómoda. ¿Por qué la miraba tanto aquel extraño? Eso no iba conseguir que le hablase, sin es que era eso lo que pretendía. Por fin, dio por terminada su jornada y se dirigió hacia la puerta. Ya había girado el pomo cuando él volvió a llamarla a su espalda:

-¿Te vas?-para su sorpresa, parecía apenado.

Alisa no dijo nada. No podía, se recordó. Sería una herejía.

-¿Ni siquiera… vas a decirme tu nombre?

Se volvía a sentir petrificada. Estaba ante la puerta. Un paso y daría fin a todo eso para siempre. Con suerte, solo tendría que dejarle la comida junto a la cama y no tendría que volver a verle hasta la luna llena. Solo un paso, y toda esa tontería habría acabado. Pero él volvió a hablar. Y con su voz, todas sus defensas cedieron:

-Yo me llamo Erik.

Aprovechando que estaba de espaldas, jugueteó con su nombre en sus labios. Erik, pronunció de forma silenciosa. Antes de que su razón volviera a tomar el control de sus actos, dio media vuelta y rebuscó entre los cajones de la mesilla de noche. Allí encontró una libreta y un lápiz donde apuntó su nombre. Arrancó el papel y se lo entregó al desconocido. Él lo cogió entre sus dedos como si fuera un tesoro de valor incalculable. Antes de que le diera tiempo a decir nada más, Alisa salió de la habitación pegando un portazo.

Una vez fuera, apoyó la espalda en la puerta y suspiró. Las piernas le temblaban y el corazón le latía tan fuerte que pensó que se le iba a salir del pecho. Ocultó la cara entre las manos y negó con la cabeza, como si eso fuera a borrar lo que había hecho. Técnicamente no había hablado pero… Le había dado su nombre. Eso era pecado igualmente. Alisa se sintió estúpida. ¿Por qué había hecho eso?

Al día siguiente, le llevó un cuenco de caldo que Erik devoró con avidez. Y eso que Miranda siempre se pasaba con la sal. Debía estar realmente hambriento. Se preguntó cuánto tiempo llevaría vagando sin rumbo hasta que se desmayó a las puertas de la aldea. Mientras acababa con los últimos restos del plato, aprovechó para poner la mano sobre su frente. Sonrió al descubrir que la fiebre había desaparecido por completo.

-Gracias, Alisa.-Erik sonrió a la vez que le entregaba de vuelta el cuenco vacío.

Escucharlo pronunciar su nombre en voz alta se sintió como un latigazo que le recorrió toda la columna. Abrumada, cogió el cuenco que le tendía. Le latía tan fuerte el corazón que, por un momento, temió que Erik también lo escuchara. La sonrisa de él desapareció al poco de sus labios. En sus ojos negros asomaba un brillo de preocupación.

-Porque es así como te llamas, ¿verdad?-colocó una mano sobre su hombro y un nuevo latigazo azotó su espalda.

Alisa se apresuró en asentir. Estaba siendo ridícula. Solo la había llamado por su nombre. Ni que fuera la primera vez que lo escuchaba.

Pero sí era la primera vez que él lo pronunciaba.

Idiota. No podía permitirse pensar en eso. Aquello también era pecado. Sacudió la cabeza y cerró los ojos con fuerza para ahuyentar la tentación. Los labios de Erik formaron una mueca divertida.

-¿Estás bien?

Ella volvió a abrir los ojos y no pudo evitar que el rubor le subiera por las mejillas. Abrió la boca para decir algo pero, por suerte, se detuvo a tiempo antes de que las palabras brotaran sin control. Volvió a cerrarla y se limitó a asentir.

-Eres una chica muy extraña…-murmuró mientras retiraba la mano de su hombro.

Alisa se descubrió apenada cuando Erik interrumpió el contacto entre ambos. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que las cosas se estaban precipitando. Esto tenía que acabar. Dio media vuelta para abandonar la habitación. Y, una vez más, la voz de él la detuvo con la mano sobre el picaporte:

-Alisa.

Se giró hacia él. Cada vez que pronunciaba su nombre, sentía que perdía el control absoluto de su cuerpo.

Erik no sonreía y le miraba serio. En ese momento, le pareció que sus ojos habían perdido el brillo que los caracterizaba. Eran unos ojos tristes.

-Solo dime…-hizo una pausa que a ella le pareció eterna-¿Soy el único hombre que hay aquí?

Ella se limitó a negar con la cabeza con el corazón en un puño. Claro que no era el único. Quedaba poco para la luna llena.

-Ya veo.-sus labios esbozaron una triste sonrisa-Y supongo que no me puedes decir qué queréis de mí, ¿verdad?

Alisa volvió a negar. Aunque hubiera podido, no habría sido capaz de hablar. El nudo de su garganta crecía más y más. Si no se marchaba pronto de allí, no sería capaz de retener las lágrimas.

-Hasta mañana, entonces.

Ella asintió y dio media vuelta. Esta vez cerró la puerta con más cuidado. Fuera, sus piernas cedieron. Ocultó el rostro entre las manos y sollozó en silencio. No era justo.

-¿Por qué hacemos esto?

La maestra Elinor dejó de prestar atención a las hortalizas para mirarla. Esa tarde, su pupila la estaba ayudando en el huerto. La contempló en silencio, sospechando que su pregunta no tenía nada que ver con las verduras.

-Ya deberías saber porqué, Alisa. –contestó al fin, volviendo a prestar atención a la tarea que la ocupaba-Por cada hombre, nuestro Dios nos ofrece a cambio una niña. El futuro de nuestra aldea depende de ello.

-Pero…-dudó antes de proseguir-Por lo menos podríamos hablarles…

Se interrumpió cuando descubrió que los ojos verdes de su mentora estaban taladrándola.

-Cualquier tipo de contacto más allá del estrictamente necesario con esos hombres es pecado, Alisa. No debes olvidarlo.

Ella se limitó a asentir en silencio. No volvió a hablar hasta que terminaron su trabajo.

Después de la cena, las mujeres se retiraron a descansar. Todas, menos una. Alisa se escabulló en cuanto vio su oportunidad, ocultándose en las sombras y detrás de los muros. Era arriesgado, eso lo sabía. Y una auténtica estupidez. Pero también sabía que no sería capaz de conciliar el sueño esa noche. Así que avanzó sigilosa por los pasillos hasta dar con la habitación de Erik. Las manos le temblaban tanto que tardó un buen rato en encajar la llave en la cerradura. Abrió con cuidado y se coló en el interior, cerrando de nuevo la puerta a su espalda.

Erik también parecía tener problemas para dormir porque, en cuanto entró en la habitación, se reincorporó en la cama.

-Alisa, ¿qué haces aquí?-su voz era una mezcla de emoción y sorpresa.

Ella se llevó el índice a los labios para que guardara silencio. Él asintió y bajó el tono:

-¿Qué estás haciendo aquí?-repitió mientras se sentaba en el colchón.

Alisa sintió que el rubor volvía a subirle a la cara. Era una buena pregunta. Qué demonios hacía allí. El corazón volvía a latirle demasiado rápido. Erik le sonrió, esperando pacientemente su respuesta. Y aquella sonrisa fue su perdición. Antes de que fuera consciente de lo que estaba haciendo, Alisa se acercó a él y lo besó. Con la misma rapidez con la que se había acercado se retiró después, avergonzada. No era capaz de mirarlo a los ojos. Pero, para su sorpresa, Erik la cogió de la muñeca y le volvió a acercar a él, besándola de nuevo. Alisa cerró los ojos y se dejó llevar por sus besos y caricias.

Unas horas después, despertó desnuda entre sus sábanas. Lo estrechó entre sus delgados brazos. Había cruzado la línea. Y, sin embargo, no se arrepentía de nada. Si él era su tentación, volvería a caer una y otra vez. Se reincorporó para estirarse y contempló las estrellas a través de la pequeña ventana que había sobre ellos. Y entonces, su felicidad se esfumó por completo. Era luna llena. Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Mañana era el ritual. Y perdería a Erik para siempre. Por el rabillo del ojo comprobó que seguía durmiendo. Se vistió en silencio y salió de allí con el corazón roto.

A la mañana siguiente, las mujeres se prepararon para la ceremonia. Dispuestas alrededor de la enorme hoguera, aguardaban pacientes la llegada de los sacrificios. Los tambores comenzaron a sonar cuando los primeros hombres aparecieron encadenados en compañía de las centinelas. Ninguna vitoreó o abucheó. Simplemente los observaron en silencio. Algunas murmuraron unas oraciones en agradecimiento a su Dios. Alisa se revolvía inquieta al lado de su mentora. Era el 48 de la fila, ella lo sabía. Igual que sabía que aquel ritual no iba a ser como los demás. La maestra Elinor le cogió del brazo. En su mirada había un mensaje bien claro. No hagas ninguna tontería. Alisa tuvo ganas de reír. Ya era demasiado tarde para eso.

Todavía no habían lanzado al primer hombre a la hoguera cuando lo vio. Los ojos volvieron a llenársele de lágrimas. No podía permitirlo. No podía permitirse cargar con el peso de su muerte. Y por eso tomó una decisión.

Con una fuerza que hasta a ella se le antojó extraña, se liberó de la mano de la maestra y echó a correr. Todas las mujeres se giraron a mirarla, escandalizadas. Incluso los tambores dejaron de sonar. Pero nadie intentó detenerla. Les había pillado tan desprevenidas la osadía de aquella muchacha que todavía tardaron unos segundos en reaccionar. Para cuando se dieron cuenta de lo que ocurría, era demasiado tarde.

En mitad de su carrera, Alisa buscó a Erik con la mirada y le sonrió. La sonrisa de él desapareció cuando entendió lo que pretendía. Sin dejar de correr, Alisa se dirigió de lleno al centro de la hoguera. Si ella se sacrificaba, nadie más tendría que morir.

-Te quiero.-dijo lo suficientemente alto para que Erik la oyera antes de saltar al fuego.

Sería la primera y última vez que escuchara el sonido de su voz.

4 июня 2021 г. 18:06 0 Отчет Добавить Подписаться
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Nuria Mínguez Everybody has a story to tell, so I'm trying to write it down.

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