angelazuaje22 Angel Azuaje

A pesar de las advertencias, dos niños se adentran en el bosque para aclarar el misterio que hay detrás del muro que divide al mundo.


Короткий рассказ Всех возростов.

#Misterio #terror #cuento
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Detrás del muro — Angel Azuaje

Una tarde se adentró en el bosque y al llegar apareció una niña acompañada.

—Hola —dijeron al unísono.

Había terminado de leer la historia sentada en la alfombra de una sala deprimente, y su cara reflejaba un bello contraste de su alrededor. Se levantó de un brinco y cogió su mochila. Al llegar a la casa de su amigo tocó frenéticamente la puerta, siempre estaba sin cerrojo a esa hora de la tarde, pero aún así debía avisar su presencia. Desde la ventana del segundo piso un niño la invitó a que subiera.

—Te has vuelto loca ¿verdad? —dijo luego de escuchar el plan de su amiga.

—Quiero saber qué hay al otro lado del muro, Tim, así que iremos, sino iré sola.

—Pero, ¿cómo? —dijo Tim resignado—. ¿No sabes que hay patrulleros en el muro? ¿No te lo dijo tu abuelo?

Pensó la respuesta, luego con desdén levantó los hombros.

—Sí, eso pensé —dijo Tim—. ¿Tienes un plan?

—Tú eres el prudente —exclamó—. Tim inventate uno.

Tim suspiró y asintió sin ánimos.

Había escuchado cierta vez que los guardias por las noches se convertían en demonios celadores del muro, y si sentían la presencia de un ser vivo vagando por sus alrededores les devoraban el alma después de masticar sus cuerpos. Hechizaban a las víctimas para que no dejaran de sentir como sus nervios y órganos eran ruñidos y tragados.

—¿Pensando en ese cuento de terror, donde los guardias se comen a los que quieren saltar el muro? —preguntó su amiga. Tim avergonzado lo negó.

Estaban en la entrada del bosque.

—¿Qué vamos hacer, Tim? ¿Cuál es tu plan?

—Pues… —dudó Tim—. Pues… pues vamos caminando y si vemos un guardia salimos corriendo a nuestras casas y no salimos en un millón de años.

Ella se echó a reír.

—Vamos —dijo aún con el eco de su risa—, será divertido, además no me creo esa locura de los guardias demonios y todo eso. Tim reflejó su ánimo irónico de ir a donde estaba el peligro.

—Está bien Clarís —dijo sin convencimiento—. Pero no tengo un plan, solo iremos con cuidado, por este lado del bosque he escuchado que no hay guardias.

Habían recorrido un buen tramo cuando Tim escuchó pasos lejanos, se escondió detrás de un árbol tirando del brazo de su amiga. El tronco grueso los ocultaba de un posible guardia, pero no había nadie, Clarís comenzó a burlarse de la paranoia de su amigo. El día se estaba oscureciendo, pero no por la proximidad del ocaso, sino por culpa de las nubes negras llenas de tormenta que hacían envejecer la tarde.

—Es mejor devolvernos Clarís —dijo con voz temblorosa—. Se hace de noche.

—Tim, por dios —respondió Clarís con voz de burla—. Si apenas son las dos de la tarde. —Le enseñó su muñeca que estaba adornada con un reloj el cual no servía—. ¡Mira!

Tim no miró, estaba atento al camino y a sus temores.

Escucharon murmullos. Tim y Clarís habían percibido algo amenazante. Se escondieron, eligiendo troncos diferentes. Los murmullos aún no eran claros, pero se hacían cada vez más intensos, sin embargo aún no entendían que exclamaba la voz tétrica y quejumbrosa que danzaba con el viento. Sonaba como la voz afligida de una anciana al borde de la muerte. Tim cerró los ojos, pero fue un error. Se imaginó una anciana vestida de guardia, esmirriada, con la piel de su rostro colgando de lo flácida y arrugada que estaba. Con dientes putrefactos, pequeños y tan puntiagudos como los de una piraña. Los labios purpúreos, abriendo y esbozando una sonrisa siniestra. Murmurando palabras ininteligible.

Un gemido, luego gritos.

Clarís volteó hacia donde estaba su amigo y se llevó el dedo índice hacia su boca. Chitó. La voz tétrica desaparecía lentamente. Al notar que el peligro había pasado se acercó hacia donde estaba su amigo, quien yacía muerto de miedo sentado con las piernas flexionadas, presionadas hacia su pecho, abrazadas más debajo de las rodillas.

—¿Estás bien? —preguntó Clarís.

—Sí, escuchaste eso ¿verdad?

Clarís quería negarlo, estaba convencida que esas historias de los demonios no eran más que inventos que narraban los adultos para que niños como ellos no se acercaran al muro.

—Sí, Tim lo he escuchado. Creo… —Estaba a punto de decir lo que nunca creyó admitiría—. Creo que esas historias… puede que tengan algo de cierto. —Inmediatamente cambió el tono de su voz y agregó—: Pero Tim, puede que los fantasmas existan, pero los fantasmas no hacen daño, mi abuelo me ha dicho que a los únicos que hay que temer es a los vivos.

—Y… ¿si no son fantasmas, Clarís? —dijo y no hubo respuesta.

Clarís estaba empeñada en llegar al muro, y voces que se confundían con el sonido del viento no era motivo suficiente para detenerla. Se pusieron nuevamente en marcha. Luego de varios minutos de caminata, donde había reinado el silencio, solo escuchándose la crispación de las hojas marchitas y las ramas muertas que se quebraban con un crujido seco, Tim escuchó nuevamente el inquietante susurro cargado con un efluvio de maldad.

—¿Qué has dicho? —dijo Tim.

Clarís atenta al silencio se asustó.

—¿Qué? —preguntó aturdida.

—Pensé que habías dicho algo.

Clarís le lanzó su mirada acusadora, esa que le reprochaba su cobardía.

Tim se detuvo repentinamente como si se hubiera convertido en una roca de sal. Clarís se adelantó varios pasos, distanciándose sin darse cuenta de su amigo. La voz desconocida volvió a acariciar los tímpanos de Tim para incursionar dentro de su mente un grito filoso, aturdiéndolo de dolor, lo cual provocó que callera de rodillas en las secas hojas del bosque. Se llevó las manos a sus oídos para amortiguar el chillido, pero el alarido tétrico provenía dentro de su cabeza. Comenzó a revolcarse. Clarís acudió a su ayuda, asustada no sabía qué hacer. Estuvo contemplando con terror a su amigo que seguía contorsionándose de dolor como si fuera una serpiente decapitada, apretándose fuertemente las orejas con las palmas de sus manos. Clarís comenzó a temblar, sintió una presencia acercándose, su alrededor comenzó a oscurecerse como si una enorme figura estuviera tapando la poca luz que penetraba a través de las ramas. Tim quien seguía en su lucha entre las hojas marchitas, miró un reflejo espantoso de una anciana con ojos rojos y desorbitados, la piel arrugada y amarillenta, malograda, con bolsas de ojeras color purpura, los dientes putrefactos, y su boca haciendo muecas como si estuviera masticando algo grande y fuerte de rumiar. El rostro fantasmagórico solo duró un pestañeo.

Tim se detuvo repentinamente. Fue aún más aterrador para su amiga verlo inmóvil como si la vida lo hubiese abandonado. Empezó a sacudirlo, susurraba su nombre. A no recibir respuesta acercó su oreja, aún latía su corazón, siguió sacudiéndolo, dándole pequeñas cachetadas. Tim empezó a reaccionar, soñoliento comenzó a decir el nombre de su amiga. Clarís suspiró y se desplomó de alivio. Tim comenzó a explicar lo que le había pasado.

—Tenemos que regresar Clarís —dijo mirando fijamente a su amiga para no perder su reacción—, tengo mucho miedo.

—No, Tim, debemos seguir —dijo Clarís casi con tono de autoridad—, tienes mucho miedo y te has imaginado esas cosas, pero nada malo te pasará, lo prometo.

—Bueno, está bien —dijo Tim sin convencimiento, arrastrado por el cariño que le profesaba a su amiga.

Al fin divisaban a lo lejos el muro, y fue decepcionante. No era tan alto como se lo imaginaron, no llegaba a medir tres metros. Se acercaron, Clarís hurgó su mochila y de ella sacó una cuerda, la cual en una de las puntas llevaba atado un anclaje de cuatro patas metálicas. Al lanzarla por encima del muro, jalaron de la cuerda con fuerza para asegurarse que estaba enganchada fijamente y así poder trepar y por fin descubrir que había detrás del muro.

Oyeron dos voces diferentes a sus espaldas que decían:

—¿Piensan ir a alguna parte, señoritos?

No respondieron, el temor los había paralizado.

—¿Necesitan ayuda? —preguntaron los dos sujetos que vestían igual.

Eran idénticos a excepción que uno llevaba marcada una cicatriz que le nacía en medio de la frente y atravesaba el ojo izquierdo para terminar la línea curva en la vulva de su oreja.

Voltearon y se sorprendieron al ver que no eran guardias, sino niños gemelos imitando voces gruesas como las de un adulto; riéndose de las caras que tenían Tim y Clarís.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Clarís.

—Los gemelos del muro —respondió con su voz natural el niño de la cicatriz.

—¿Los gemelos del muro? —preguntó Tim un poco aliviado.

—Así es, somos los gemelos del muro, vivimos por acá —dijo el otro gemelo.

Clarís y Tim giraron sus cuellos de un lado a otro.

—No veo ninguna casa por acá —enfatizó Clarís.

—Tonta —dijo riendo el de la cicatriz—, el muro es nuestra casa.

Clarís miró con incredulidad a Tim, éste le devolvió la misma mirada.

—¿A dónde querían ir? —preguntó el segundo gemelo.

—¿Cómo te llamas? —dijo Clarís, obviando la pregunta.

—Él es Anatole —respondió—, y yo soy Céfiro.

—También nos dicen: Este y Oeste —dijo Anatole—. Pero preferimos Anatole y Céfiro.

—¿A dónde querían ir? —preguntó nuevamente Céfiro.

—Queríamos ver que hay detrás del muro —respondió Clarís. Tim le arrojó una mirada acusadora de cinismo.

—No, no, no, no quieres hacer eso niña —dijo Céfiro moviendo enérgicamente el dedo.

—Claro que quiero y lo haré antes que vengan los guardias.

—¿Estás loca niña? —dijo Anatole haciendo círculos, alrededor de su oreja, con su dedo índice.

—¿A qué tanto le tienen miedo? —dijo Clarís dirigiendo su mirada fastidiada a cada uno de ellos. No hubo respuesta y dirigiéndose a Anatole, le preguntó—: ¿Has visto que hay detrás del muro?

—¡Definitivamente estás loca! —exclamó Céfiro haciendo círculos con cada índice en cada oreja.

—Dicen que el quien mire en la cima del muro no vuelve más, se pierde… —dijo Anatole.

—Es peor que eso —añadió Céfiro—, no solo se pierde, un espectro, un monstruo, no se sabe que figura es, se come todos sus órganos, se bebe toda la sangre del quien ha mirado por encima del muro.

—Es mejor irnos Clarís —insistió Tim, mientras los gemelos asentían con sus cabezas.

—No, no. ¡Ya estamos aquí! —exclamó Clarís—. Tim vigila, yo subiré primero. Y ustedes dos, ayuda el que no estorba.

—Como digas —dijeron al unísono los gemelos—. Adiós —decían mientras agitaban sus manos y se alejaban.

Clarís ya andaba a mitad del muro cuando una fuerte brisa la sacudió de lado a lado, balanceando la cuerda como un péndulo, y Tim al escuchar un gemido detrás de si, dejó de vigilar para auxiliarla. Sentía como si estuviera siendo arrastrado por la fuerza invisible del viento, pero, como un tronco con profundas raíces, seguía aferrado en el mismo lugar admirando con temor a su amiga subir tercamente por la cuerda.

Se había detenido la ventisca cuando escucharon una nueva voz que le ordenaba a Clarís parar su ascenso. Al darse vuelta, Clarís y Tim, creyendo que era uno de los gemelos jugándole la misma broma, se sorprendieron nuevamente.

Una figura de metro y medio y robusta, con una cabeza calva y un bigotico abultado en el centro parecido al de Hitler, estaba de pie dando órdenes como si se creyera un guardia. Y su ropaje delataba que no lo era. Vestía una braga holgada de rayas blancas y rojas como las que suelen usar los payasos. Unos zapatos con estrellas pintadas y muy largos, notándose lo grandes que le calzaban.

Clarís y Tim no pudieron simular sus risas, con sus cachetes inflados expulsaron las carcajadas estimuladas por el pintoresco y caricaturesco personaje en frente.

—¿Qué les causa tanta gracia? —dijo molesto con voz amargada, aguda y anciana.

—Nada, bueno… creo que es tu ropa —mintió Clarís por encima de su hombro.

—No le veo nada gracioso a mi ropa señorita, bájese inmediatamente de allí.

Comenzó a bajar, creía no encontrar paz sino lo hacía, además la nueva presencia la había distraído momentáneamente de su terquedad de subir al muro.

—¿Quién eres? —preguntó Clarís ya pisando el suelo terroso.

—Que pregunta más tonta niña, pues, te entiendo no eres de por acá. Soy Asteíos. El Comediante del Muro, todos me van a ver al teatro.

—Pero… señor «Ateos»… —dijo Tim

—Asteíos, niño, Asteíos con acento en la i, es importante eso.

—Señor Asteíos, con acento en la i. —Asteíos hizo una mueca parecida a una sonrisa—. Pero no hay un teatro cerca de aquí.

—Que tontos son ustedes —dijo Asteíos con tono de burla—, todo el muro es mi teatro.

Hubo un momento de silencio, mientras Clarís y Tim intercambiaban nuevamente aquella mira de complicidad en lo absurdo.

—¿A dónde ibas niña? —preguntó Asteíos.

—A ver lo que hay detrás del muro.

—No, no, no, ¡no quieres hacer eso niña! —exclamó Asteíos.

—Sí, sí, sí, sí quiero hacerlo.

Asteíos nuevamente hizo su mueca de sonrisa forzada.

—Otra que se la tira de chistosa —dijo—. Pero si lo que quieres es ver y sentir como tus órganos son desgarrados y devorados, adelante niña ve y sube por la cuerda. Si quieres sentir como te deshidratas porque sorben tu sangre, y sin tener a nadie que te auxilie y calme la sed, adelante niña ve y sube por la cuerda. Si quieres estar perdida deambulando en la eternidad, sedienta y hambrienta, adelante niña ve y trepa la cuerda.

Tim se le erizaba la piel y Clarís veía a Asteíos con incredulidad.

Unos silbidos y risas se escuchaban a lo lejos, Se intensificaban al aproximarse una figura larguirucha como si calzara zancos, estaba vestido todo de rojo a excepción de sus zapatos que eran amarillos. Sus ojos eran pequeños y achinados, su tez muy pálida. Llevaba puesto un sobrero de paja con punta de cono.

—Así es niña —dijo con acento asiático—, si quieres que te pasen todas esas cosas deberías de trepar por esa cuerda.

—¿Quién es usted? —preguntó Tim asombrado por su altura.

—Es usted muy alto, estoy segura que si se para de puntillas podrá ver que es lo que hay detrás del muro —dijo Clarís sin esperar la respuesta a la pregunta de Tim.

—Eres loca niña —dijo el larguirucho—. Yo soy Tai Zhu, me conocen como el chichimeco del muro, y hago acrobacias y malabares en la plaza del muro.

—Pero no hay ninguna plaza del muro —dijo Tim.

—Tonto niño, el… —dijo Tai Zhu, pero fue interrumpido por Clarís que completaba la frase.

—Todo el muro es tu plaza.

—¡Qué inteligente eres niña! —exclamó en tono irónico Asteíos.

—Iba a decir: el muro es toda mi plaza, pero está bien niña, supongo que es lo mismo —dijo Tai Zhu.

—Señor Tai Zhu. ¿Por qué usted tampoco ha visto lo que hay detrás del muro? —preguntó Clarís.

—Niña tonta, niña tonta, no te parece suficiente lo que te ha dicho este enano —Tai Zhu lo miró burlonamente desde arriba, el aludido le envió una mueca de rabia.

No hubo respuesta, Tai Zhu siguió hablando.

—Bueno, si no es suficiente, te diré que si miras lo que hay detrás del muro no solo te ocurrirá las cosas horribles que te ha dicho este… —Tai Zhu hizo una pausa miró a Asteíos con una sonrisa burlona y continuó—: …señor tan amablemente te ha advertido. Esas cosa son niñerías con lo que realmente te va a ocurrir.

—¿Qué son esas cosas, señor Tai Zhu? —preguntó impacientemente Tim.

—Calma mi amiguito tembloroso. Cuando estés vagando, desearas comida, pero no cualquier comida, órganos serán tus platos favoritos, órganos humanos, y cuando lo estés comiendo sentirás que te estás comiendo tus propios órganos… —Hizo otra pausa, miró fijamente a Clarís y reanudó—. Qué irónicamente no tienes, porque ya sabes… pero no pararas de comer, y nunca estarás saciada, comerás y sentirás por cada bocado que mastiques tus propios órganos siendo devorados como lo fueron cuando vistes en la cima del muro. La sed que tendrás luego de devorar tu platillo favorito, nada la podrá saciar. Tu mente te dice que la sangre humana lo hará. Bebes, bebes y sientes que te estas bebiendo tu propia sangre, que te secas. Tu mente insiste: «la sangre humana te saciará». Y no es así, pero sigues bebiendo porque estás convencida que no hay otra manera de hacerlo, y sigues bebiendo, pero nada te calmará la sed. Desearas estar muerta de verdad, pero ni eso será posible. —Se rió fuerte y con malicia, y luego de calmar su excitación pero aún sonriendo agregó—: Pero eso es una leyenda, ve niña ve y sube por la cuerda, ve hacia la cima del muro y mira lo que hay detrás.

El chichimeco apretó el hombro de Asteíos, en señal que lo acompañara. Empezaron a alejarse mientras Tai Zhu reanudaba sus silbidos.

—Tonterías —dijo Clarís frustrada, sacudió la mano en forma de desprecio y añadió—: No le hagas caso Tim. Veamos qué hay detrás del muro.

—No, Clarís deberíamos de hacerles caso, esa risa del chichimanco me dio mucho miedo.

Clarís comenzó a reírse.

—El chichimeco —corrigió Clarís—, el chichimeco del muro, pero no le hagas caso Tim, es un loco igual que todos lo que han venido.

—No te parece, aunque sea un poco, extraño que todas esas personas hayan aparecido así de la nada —sugirió Tim.

—No, tal vez son locos inofensivos de algún manicomio.

—Claro, Clarís, claro —dijo con tono irónico.

A penas había sujetado la cuerda para treparla cuando escuchó que se acercaba una voz sonora como la de un tenor de ópera. Cantaba una canción, las únicas palabras, además en otro idioma, eran: «toréador, toréador, l’amour, l’amour, t’attend», lo que decía era: «torero, torero, el amor, el amor, te espera». Clarís tenía la sensación de haber escuchado aquella melodía, pero no recordaba donde, probablemente de los discos viejos de su abuelo.

Un hombre gordo de mediana estatura, vestido como un torero había llegado. Tenía unas patillas como las retratadas en las pinturas de los años 1800, como las de Simón Bolívar. Y un copete, aunque menos alto, como el que lucía Elvis Presley en sus mejores momentos. Dejó de cantar, luego hizo reverencias, pero nadie aplaudía. Y Clarís entendió que tenía que hacerlo, y lo hizo porque le pareció divertido. Tim le siguió el juego a su amiga.

—Gracias, gracias querido público —dijo el recién llegado en un exagerado acento español mientras seguía haciendo reverencias.

Luego de haber terminado de hacer el ridículo, en opinión de los niños, Clarís inmediatamente le preguntó:

—¿Quién es usted?

—Soy Tavromáchos. —Clarís pensó que su nombre era tan ridículo como su peinado—. Pero me conocen como el gran torero del muro.

Pero en realidad solo le reconocían como el torero del muro, pero a él le gustaba exagerar.

—Me dirijo hacia el coso taurino. —Al ver la expresión ignorante de Tim le explicó—: Hacia la plaza de toro, chaval inculto.

Tavromáchos vio a Clarís abriendo la boca para decir algo, pero no la dejó.

—Me imagino lo que diríais —dijo y luego imitando burlescamente una voz de niña, agregó—: Pero por aquí no hay plaza de toros —hizo una pausa, señaló su alrededor y volviendo a su voz natural dijo—: El muro es todo mi coso taurino.

Tavromáchos infló el pecho y continuó su parloteo.

—Sabían que al comienzo de la tauromaquia solo los de la realeza eran dignos de enfrentarse con un toro, claro que no lo sabían, por eso soy el gran torero del muro, porque vengo de la realeza, naturalmente.

Como si no le hiciera falta tomar oxígeno para seguir hablando, preguntó:

—¿Qué pensaban vosotros hacer con esa cuerda? —Él mismo respondió—. Pensabais en subir a la cima del muro para ver lo que hay detrás ¿verdad? —Pero no dejó que le respondieran, Tim y Clarís intercambiaron miradas—. Pues le sugiero que no lo hagáis, chavales. Si queréis ver nuevamente a vuestras familias o vuestros amigos, no subiréis a la cima.

—Tonterías —apuró en decir Clarís, antes que Tavromáchos siguiera con su monólogo—. Son todas tonterías.

—No, no, chiquilla, no son tonterías, como vosotros dices ser. Yo me he enfrentado con esa cosa horrible como si de una bestia negra con cuernos se tratara. —Volteó hacía Tim—. Como un toro, chaval. Un toro grande y fuerte, negro, con grandes y afilados cachos, pero un toro en el coso taurino sería un becerrito que apenas sabe caminar contra lo que me enfrenté. Esto era realmente terrorífico, y con mi muleta la toreé. —Hizo el gesto como si estuviera realmente toreando—. Como si me estuviera jugando la vida, claro por nada me dicen el gran torero del muro.

—Entonces usted si ha visto lo que hay de tras del muro ¿verdad? —preguntó emocionada Clarís.

—Chiquilla tonta, como se te ha ocurrir tal estupidez, por supuesto que no, sino sería uno más de ellos. Me he enfrentado a una bestia que se asemeja y como soy el gran torero del muro, me he salvado, chavales. ¿Sois vosotros torero? —Miró a Clarís y no dejó que hablara—. Naturalmente no eres de la realeza, y claro que no sois una torera, chiquilla tonta. —Miró a Tim y no dejó que hablara—. ¿Y, vosotros? Claro que no, tampoco sois torero, te falta valor para ser uno, querido amigo tembloroso.

Infló aún más el pecho.

—Así que, mejor largáis de aquí y vuelvan a vuestras casas, sino no se salvaréis como el gran torero del muro se ha salvado.

Reanudó su marcha retomando su canto y agitando en su mano una montera negra. Ya no se escuchaba la voz de Tavromáchos cuando de golpe cayó la noche, oscureciéndose todo alrededor. Tim estaba más asustado de costumbre y a Clarís le pareció extraña la oscuridad repentina. Miró hacia el cielo: había una luna llena rojiza y muchas estrellas titilando.

Clarís empezó a subir por la cuerda. Las suplicas de Tim no la detuvieron y por el amor que le tenía la siguió en su ascenso.

Estaba a solo un impulso para llegar a la cima del muro, cuando una fuerza la arrastró hacía abajo, llevándose a su amigo por el medio, cayéndose estrepitosamente. El sonido del aterrizaje fue seco. Sus vistas se volvieron nublosas producto del fuerte golpe, pero al poco tiempo recobraron con mayor nitidez su visión. Alzaron sus miradas hacia el cielo, como un impulso maquinal indetenible. Vieron la luna más roja y más brillante. Su resplandor los encandiló y siluetas de rostros amorfas y negras los bordeaban, se acercaban ocultando la luna. Y al estar tan cerca y al desaparecer el resplandor de la luna, los rostros se volvieron conocidos. Anatole y Céfiro y Asteíos y Tai Zhu y Tavromáchos comenzaban abrir sus bocas y mostrar sus verdaderos rostros.

Demacrados, pieles arrugadas y amarillentas. Ojos rojos como el brillo de la luna. Mechones de cabellos grises y verdes de cañerías. Dientes afilados y podridos. Todos con el mismo aspecto. Rostros de ancianas muertas en descomposición.

6 апреля 2021 г. 20:26 0 Отчет Добавить Подписаться
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