Los colores de la tarde acarician el cielo. El viento ahoga el dulce tarareo de mi hermana, melodía que ahora me veo incapaz de distinguir.
Mi padre conduce en silencio, sonríe con ligereza a la carretera. Vuelvo mi vista al cielo, aun contemplando las nubes viajar con el viento.
La calma permanece. Sintiendo las ruedas contra el asfalto. En medio del canturreo y susurro del viento.
Finalmente, el sosiego se pierde tras un estrepitoso golpe. Únicamente escucho su llanto, y mi padre que solo aprieta el volante. Yo simplemente cerro los ojos, sintiendo el mundo girar y mi cuerpo elevarse.
Todo sucede con rapidez. Golpeo mi cabeza, más gracias al cinturón mi cuerpo permanece en su lugar. Aun escucho el llanto hasta ser interrumpido por un sonoro golpe y posteriormente un sonido similar al crujir de una ramita.
Los ojos de mi madre, perdidos en algún punto en el suelo, apagados, carentes de vida y cristalizados por el miedo. Su largo cabello teñido de sangre, y el destello de un hilo rojo recorriendo su frente.
Al cabo de un instante, aun perdida en la imagen del pequeño cráneo aplastado al lado mío, mi vista se torna confusa, convirtiendo a mi padre en una figura difusa. Ahora solo veo rojo.
Cierro los ojos, mientras que en mi mente viajan gritos y sollozos.
Cierro los ojos pensando que probablemente no los volveré a abrir. Alejándome lentamente del dolor y los sonidos que genera.
Al menos durante un momento, deseando permanecer así. Sin embargo, cada mañana vuelvo a despertar.
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