rebeca-montes1611248065 Rebeca Montes

Allí donde los árboles crecían y morían, allí donde la magia se concentraba en su estado más puro, allí se encontraron. Destinos inciertos que se entrelazaban en un baile que ninguno de ellos supo prever. ¿Qué podían tener en común aquellos que ostentaban las grandes y hermosas alas en su espalda con los que vivían su existencia entre la cotidianidad de la humanidad. Poco, en un principio, pero en medio de un mundo lleno de fantasía, un mundo donde todo parecía posible, los milagros solo eran un elemento más a tener en cuenta.


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Prólogo

Cuentan en las escuelas que no siempre hubo guerra, que aunque parezca increíble, ésta solo llevaba veinte años asolando los vastos territorios del Nuevo Mundo. Dicen los maestros que antes del inicio no todo era perfecto, pero las distintas razas, o etnias, como se las denominaba entonces, convivían en un precario pero estable equilibrio.

Serían los Doxys, hijos de Eliageva, Diosa de los cielos, quienes tras dividirse en dos enormes facciones iniciarían esta guerra sin cuartel que llevaba años oscureciendo los corazones de sus gentes. Poco se sabía antes de aquellas criaturas de apariencia humana que pasaban sus días sobrevolando los cielos humanos, pero ahora, no obstante, era distinto, y sus figuras parecían ya algo cotidiano en los más sangrientos campos de batallas. Las dos facciones poco tenían para diferenciarse entre sí; En los territorios bajos de la Península de Vannin se hallaban los Didimmos, reconocidos por sus plumas oscuras y sus alas enormes. A los otros se los conocía como los Quirontes, y su morada se encontraba mucho más al sur, cerca de las Montañas Nevadas. Decían de ellos que descendían del héroe Quirón y que portaban unas inmensas alas blancas. Su territorio era conocido como el Reino de Clow, mas pocos habían atravesado las enormes murallas que lo protegían . Muchos habían elucubrado sobre el origen de esta división. ¿Qué había sucedido para que los hijos de Eliageva se separasen? Lo cierto es que nadie parecía tener repuesta para tan imprudente pregunta, y más en aquellos tiempos, cuando las batallas hacían peligrar las artes del conocimiento para volverlo todo de color carmesí.

El mundo, a pesar de todo, era ancho y ajeno, capaz de dar sustento a la infinidad de criaturas que lo poblaban. No solo Doxys, sino humanos que convivían tanto en grandes ciudades como en pequeñas aldeas escondidas en los rincones más apartados de los frondosos valles. Parecía imposible que todos ellos, desde los humanos sin magia hasta aquellos que habían aprendido como conducir la energía que la naturaleza proveía, pudieran entrar de lleno en una batalla que quedaba lejos de sus moradas. Pero pasó. Las ciudades fueron arrasadas, muchos magos se convirtieron en grandes condotieros, mercenarios al servicio del mejor postor que usaban sus artes tanto para un bando como para otro, siempre que ellos pagasen.

Del cómo se inició la guerra, cuentan todo tipo de leyendas. Unos dicen que fueron los Quirontes quienes la iniciaron, celosos como estaban del control marítimo que los otros ejercían sobre toda la costa noreste del continente. Otros, por otra parte, opinaban que fueron los Didimmos quienes atacaron primero. Como fuera, la verdad se retorció hasta tal punto que se hizo irreconocible. Voluntades e intereses entraban en juego, por lo que ya nadie parecía saber a ciencia cierta quiénes eran sus aliados y quiénes sus enemigos.

Lo cierto es que las cosas no sucedieron ni de una forma ni de otra. Y para comprender todo hay que remontarse poco más de veinte años atrás, cuando Ahrian y Yahira Crovan, quienes para entonces ocupaban el trono de los Quirontes, vieron como llegaba al mundo su primogénito. Aquel destinado a reinar.

Fue precisamente en una calurosa tarde de verano cuando el futuro príncipe decidió venir al mundo. La reina, tumbada en una gran cama de sábanas azules, apretaba la fina tela acompañada únicamente por su matrona, quien sostenía sus manos mientras daba ánimos con voz aguda pero orgullosa. El niño tardó poco más de cinco horas en nacer, y cuando por fin lo hizo fue acompañado de un berrido tal que su padre, que paseaba nervioso al otro lado de las grandes puertas, entró a la habitación de forma brusca y precipitada, buscando saber qué había ido mal. Ahrian, conocido tanto por ser un rey justo como por su fuerte temperamento, se acercó hasta la cama para agarrar de forma suave la mano ensangrentada de su esposa. Los ojos azules de la reina estaban inundados en cansancio y dolor, pero, sobre todo eso, amor. El rey miró al niño, arrugado aún y cubierto de sangre, y sonrió. Le pareció hermoso con todo, y la partera salió del cuarto silenciosamente para respetar esos momentos de privacidad.

Y así, nadie lo vio venir. Ni siquiera escucharon sus pasos hasta que la alta y oscura sombra se irguió sobre ellos, revelando la figura de un anciano de rostro apergaminado y ojos oscuros. El intruso miró primero al rey, desviando luego sus ojos hasta la criatura que reposaba entre sus brazos.

El rey reaccionó rápido, pero no fue suficiente. Nunca sería suficiente. Cuerdas de luz rodearon su cuello antes de poder sacar el arma afilada que guardaba en su cinto y el niño fue arrebatado de entre sus brazos. Yahira gritó desde su cama, atrayendo la atención del hombre al instante. Aquellos sagaces y viejos ojos se posaron en ella con el peso de la magia y el odio, y ella se quedó muda mientras algo afilado entraba entre sus costillas, perforando la carne y los órganos hasta clavar su espalda a la cama.

—Vive, mi reina—susurró la oscura figura de expresión vacía y ojos impenetrables—. Vive lo suficiente para contar a todos cómo es que tu hijo desapareció. La guerra es inevitable y él será mi tesoro.

La oscuridad absorbió lentamente la siniestra figura y ante sus gritos inútiles ella vio como desaparecía delante de sus ojos. Llevándose para siempre a su hijo.

La puerta, que hasta ese momento había estado bloqueada, se abrió con brusquedad. Tres guardias y la matrona entraron apresurados y entre exclamaciones horrorizadas la reina les contó con su último aliento como alguien, usando la magia oscura, había logrado llevarse a su hijo y matar a su marido. La sangre empezó a gotear desde la cama, empapando rápidamente el brillante suelo. Y todos supieron lo que había pasado.

Magia negra, susurraban. No había muchas criaturas capaz de invocarla. El hombre había tenido razón y ese mismo día la guerra dio inició. Fue Eyja Crovan, hermana de la fallecida, quien ocupó el trono. Quien declaró la guerra a los Didimmos y quien reinaría, junto a su marido e hijo, que miraba todo con inocentes y hermosos ojos verdes, durante las siguientes décadas.

Pero no todo fue muerte aquel día. En medio de un frondoso bosque, mucho más al sur, un grupo se reunía en torno a una alta y estilizada figura. Ella lo veía todo con sus incandescentes ojos: el pasado, el futuro y el presente. Ellos pidieron ayuda a lo único que podía ayudarles, y la naturaleza así lo hizo. Aquel día nació también una bella criatura. Un ser de ojos violetas emergido de la misma Tierra, con el poder que solo ella podía ofrecer. Y allí, bajo el manto de destrucción que se acababa de sembrar, una pequeña luz llena de esperanzas fue lanzada a la vida.

21 января 2021 г. 18:12 0 Отчет Добавить Подписаться
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La venganza
La venganza

Allí donde los árboles crecían y morían, allí donde la magia se concentraba en su estado más puro, allí se encontraron. Destinos inciertos que se entrelazaban en un baile que ninguno de ellos supo prever. ¿Qué podían tener en común aquellos que ostentaban las grandes y hermosas alas en su espalda con los que vivían su existencia entre la cotidianidad de la humanidad. Poco, en un principio, pero en medio de un mundo lleno de fantasía, un mundo donde todo parecía posible, los milagros solo eran un elemento más a tener en cuenta. Узнайте больше о La venganza.

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