querubinne Tamine Rasse Cartes

Álamo dejó de ser una humana hace tanto tiempo que ya no recuerda su nombre. Confinada a un claro en el bosque a causa de una maldición, ha pasado todos los días de las últimas décadas esperando que su verdadero amor vuelva a rescatarla. Cuando oye una voz humana a la lejanía corre a socorrerla, aferrándose a la única posibilidad que tiene de recuperar su humanidad...


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#magia #lgbt #fantasia #cuento #relato
Короткий рассказ
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Álamo

Álamo se contemplaba los brazos en silencio, apoyada en el tronco de un árbol, mientras trataba de no pensar en el evidente paso del tiempo del que hacía muestra su piel.

Como todos los otoños, sus manos eran las últimas en cambiar de color, y una señal inequívoca de que el frío había llegado para quedarse era que las puntas de sus dedos que aún permanecían verdes con el vigor del verano estaban comenzando a perder su color. Desde las palmas hacia arriba, Álamo se sentía como cubierta en polvo de estrellas; brillante y dorada, tan deslumbrante que, por unos pocos días cada año, podía pararse tranquilamente junto al estanque y disfrutar del reflejo que le devolvía la mirada.

Así como las hojas de su árbol, la piel de Álamo cambiaba con las estaciones, y aunque la primavera traía hermosos colores suaves con ella, Álamo prefería el otoño; lucía como una criatura etérea; despampanante y cálida. Tan deslumbrante, se decía a sí misma, que, por unos pocos días cada año, puedo pretender que no odio aquello en lo que me han convertido.

Los días pasaban monótonos en el claro del bosque, las sombras se repetían a la vez que las horas, a los pájaros se les habían acabado las nuevas melodías hace años, e incluso los sonidos provocados por el rasgar del viento contra las ramas de los otros árboles eran predecibles para ella. Nada cambiaba, nada evolucionaba, y lo único que demostraba que los días no estaban repitiéndose sobre si mismos era su cuerpo, ahora casi sin rastro alguno de verde, y el cielo sobre ella, manchado siempre de diferentes tonos amarillos y rojizos.

Muchos de los animales estaban preparándose para el invierno, juntando comida y asegurando las madrigueras. Álamo se encontró pensando otra vez que más le habría valido ser confinada al cuerpo de un pequeño mamífero, al menos así podría hibernar. Al menos así me sentiría más viva.

- ¡Ayuda! -alguien gritó desde la espesura del bosque. Un humano - ¡Ayuda!

Álamo se fusionó con el tronco del largo árbol que le servía de hogar, conducida por el miedo y la desconfianza. Hacía décadas que un humano no alcanzaba esa parte del bosque, y aunque estaba desesperada por una salida, sus instintos naturales la obligaron a resguardarse.

Aquel que estaba perdido siguió gritando por un buen rato, en un tono energético pero monótono, desesperado por ayuda y a la vez resignado a un destino que poco tenía de esperanzador. Su voz sonaba cada vez más rasposa, gastada por los incesantes llamados de auxilio, hasta que por fin hubo silencio, y unos minutos más tarde, el sonido de algo pesado golpeando contra el suelo.

El humano ha caído, pensó Álamo. Y el corazón dentro del tronco se encogió un poco más al comprender que había perdido una oportunidad única al no ir en su rescate.

Por el resto del día, permaneció encerrada.

Por el momento, los pequeños animales ya no le interesaban.

La lluvia caía incesante y agresiva sobre el claro del bosque. No había frondosas ramas que protegieran a su álamo de la inclemencia del clima, y Álamo maldijo otra vez su suerte; si bien el agua no podía hacerle ningún daño, la ínfima parte de humanidad que le quedaba la repudiaba, como lo había hecho cuando aún estaba viva.

Su piel dorada ya no relucía, parecía sucia y apagada, como si pudiera reflejar su estado de ánimo. Pero no es cierto, se dijo mientras le dirigía al álamo una mirada cargada de resentimiento, sólo lo refleja a él.

Al menos podía tener la certeza de que no era la única miserable aquella tarde. Al menos tenía el consuelo de saber que, lo que le pasara a ella, le pasaría al árbol, y un día, con suerte, lo destruiría.

La imagen de un humano desparramado en el suelo se le vino a la mente como un relámpago inesperado en una noche tranquila. Un humano que yacía boca abajo siendo golpeado por las gotas de lluvia, empapado más allá de la salvación. Un humano siendo devorado por lobos hambrientos apenas el clima mejorara. Un cadáver humano.

Álamo intentó borrar la imagen de su cabeza, pero dentro de la oscuridad del tronco, era lo único que podía ver. El humano rogando por ayuda. El humano muriendo. Muriendo como ella aquella vez.

Quizás no era muy tarde para intentar algo.

Era una humana.

Álamo supuso que debería haberlo sabido por su tono de voz, pero todos los humanos suenan semejantes cuando los atrapa la desesperación y el miedo.

Era una humana.

Álamo supuso que debería haberlo sabido, porque la suerte no había estado de su lado los últimos treinta años. Supuso que debería haberlo sabido porque eso no iba a cambiar, no ese día, no el siguiente. Nunca.

Era una humana. Una mujer.

Álamo estuvo tentada a dejarla ahí tirada, con su cabello desparramado tapando lo poco de su rostro que no estaba enterrado en el barro. Con su ropa empapada y su mochila rota. Prácticamente ya estaba muerta, su respiración apenas era perceptible, y su piel estaba casi azul por el frío. Sería más piadoso dejarla morir.

Álamo casi pudo convencerse de eso. Casi.

Si alguien la hubiera protegido ese día… si tan sólo alguien hubiera estado ahí.

Lo primero que hizo fue voltearla, para que su rostro no siguiera en contacto con el lodo. Todo su rostro estaba cubierto por una masa deforme de color marrón. Álamo la limpió con sus manos y las retiró con espanto al darse cuenta de que estaba sangrando; la chica tenía un corte profundo en la cara que todavía dejaba salir un hilillo de sangre.

Eso va a dejarle una cicatriz muy fea, pensó. De todas formas, no creía que fuese a importar. La chica tendría suerte si sobrevivía hasta el día siguiente.

Álamo comenzó a arrastrarla en dirección a su claro, tratando de no chocar con ninguna rama caída mientras le lanzaba miradas de soslayo. Los pequeños rayos de sol que conseguían colarse a través de los árboles hacían que sus brazos brillaran de nuevo, y no pudo evitar notar el agradable contraste que formaba con la piel morena de la chica. Fue una visión agradable hasta que se dio cuenta de lo que casi había hecho. Casi había dejado a alguien morir sin mover un solo dedo.

Dentro de su pecho, su corazón se apretó al comprender lo mucho que el árbol le había robado su humanidad.

Después de años sin abrir la boca, Álamo no estaba segura de que sus cuerdas vocales todavía funcionaran, así que decidió despertar a la extraña con una rama. No parecía ser la opción más agradable, pero la verdad es que no tenía mucho de donde elegir.

La había tapado con un montón de hojas secas, y con mucho esfuerzo había encendido una débil llama en un montón de ramas que se habían salvado de la lluvia. Con todo, eso no era suficiente para mantenerla caliente, y los labios de la muchacha tenían una preocupante tonalidad morada.

Como su hoguera no parecía estar surtiendo ningún efecto, Álamo decidió intentar calentarla, y se acostó a su lado, abrazándola tan fuerte como le era posible, y esperando que su cuerpo aún conservara algo de calor humano.

Cerró los ojos, y al rato se quedó dormida.

Unos grandes ojos marrones la miraban aterrorizada a menos de cinco centímetros de distancia.

Estaban tan abiertos que Álamo pensó que se iban a salir de sus cuencas; la chica que había rescatado la noche anterior estaba paralizada, apenas parecía respirar, pero estaba viva. Nada que no estuviera vivo podía tener una expresión de miedo semejante.

-Ho- - la voz de Álamo se perdió en su garganta. De repente se sintió como si estuviera oxidada.

La muchacha se alejó como impulsada por un resorte, pero Álamo ni siquiera se dio cuenta, la sequedad de su garganta se había convertido en una tos tan fuerte que parecía que estuviera a punto

de escupir sus pulmones. Siguió intentando hablar a medida que la tos cedía, pero no lograba pasar de la primera sílaba.

-Puedes hablar -dijo la otra al cabo de un rato, cuando juzgó que era poco probable que aquella criatura le hiciera daño.

Álamo asintió, e intentó hablar una vez más. Hola, intentó decir nuevamente, pero antes de poder completar la palabra, una horrible arcada subió desde su estómago, y la hizo escupir tres pequeñas polillas. Ambas chicas las miraron horrorizadas.

Con un último eructo, Álamo dejó salir otro grupo de insectos blanquecinos, y sus ojos se anegaron en lágrimas. Se estaba pudriendo. Se estaba apolillando como si fuera un árbol de verdad.

Si había insectos dentro de ella, eso significaba que su árbol no estaba mucho mejor. Que no le quedaba mucho tiempo… Se esforzó por no romper en llanto, segura de que, si lo hacía, algo mucho peor que lágrimas saldría por sus ojos.

-Asqueroso -dijo la otra, pero sus ojos tenían un brillo divertido, menos asustado.

-Bastante -logró decir Álamo, y en vez de quebrarse por lo rasposa que sonaba su voz, la palabra desgastada hizo que le dieran ganas de reírse.

La muchacha de los ojos grandes debía sentir lo mismo, puesto que soltó una risa tímida, aún resguardándose de lo que sea que una criatura como ella fuera. Pero cuando Álamo rió también, las risitas reservadas dieron paso a verdaderas risotadas, y para el momento en que Álamo comenzó a atorarse otra vez, tosiendo más insectos, las carcajadas fueron imparables.

Álamo se golpeó el pecho para obligar a salir a las últimas polillas de su pecho. Por muy cómico que fuera, el verlas no dejaba de horrorizarla.

-Grana -se presentó la chica, estirando la mano. Cualquier rastro de recelo en su rostro había sido erradicado.

-Álamo -dijo ella, devolviéndole el saludo.

-Así que -comenzó Grana, mirándola de pies a cabeza-, supongo que estoy muerta, o quizás tengo una contusión cerebral grave.

-¿Esa idea tiene algo que ver con que mi piel sea dorada? -preguntó Álamo, fingiendo indiferencia. Había habido un tiempo en el que habría salido corriendo al solo atisbar a un monstruo como ella.

-Y con que acabas de toser insectos voladores -agregó Grana.

-Claro, sí, los insectos -Álamo sonrió a su pesar-. Para ser honesta, es la primera vez que pasa. Grana levantó una ceja, incrédula.

-No había abierto la boca en algún tiempo -se defendió Álamo-, no pasan muchas personas por aquí.

-Sí, me di cuenta de eso cuando caminé kilómetros sin encontrar a nadie intentando no morirme - Grana la examinó de nuevo con cierto recelo-, asumiendo que esto no es una alucinación o un prologando sueño causado por un coma, ¿qué se supone que eres? ¿Una ninfa? ¿Un duende muy alto? ¿Una bruja? ¿Una fanática del maquillaje teatral que vino a tomarse fotos y se perdió? Porque ni siquiera sé que pensar cuando te veo.

-Soy un árbol.

-Ya. Un árbol.

-Este árbol -dijo Álamo, indicando el largo tronco que se erguía a unos metros de ella.

-Eres ese árbol -repitió Grana.

-Ajá.

-Bueno, yo me voy -dijo levantándose a duras penas. Todavía estaba cubierta de lodo, y el corte de su cara estaba tapado por una fea mezcla de sangre coagulada y tierra.

-¡Espera! -rogó Álamo-, al menos déjame limpiarte la herida. Eso va a infectarse y podría ser peligroso.

Sentía que el tono de su voz la había delatado, pero si a Grana la había asustado el apremio con el que le había pedido que se quedara, no pareció molestarle.

Unos cuantos días habían pasado desde que Álamo se ofreciera a limpiar el corte en el rostro de Grana, y ambas chicas habían matado el tiempo explorando el bosque tan lejos como el límite mágico -o la cárcel mágica- de Álamo se los permitía, comiendo bayas, y acampando bajo las hojas de árboles que habían estado allí por siglos.

Desde hacía algún tiempo que Álamo no se adentraba tanto en el bosque, casi no se alejaba de su árbol, ni siquiera cuando llovía. Había pensado que había perdido su curiosidad, su capacidad de asombrarse, su felicidad.

Hacía años que Álamo no se sentía viva, o humana.

Mientras Grana dormía, la mujer árbol intentaba no pensar en el momento en que la patrulla de búsqueda llegara a su claro a llevársela, cuando Grana la mirara con lástima, pero terminara yéndose con ellos. No la culparía. La muchacha debía tener gente que la quisiera, una vida a la cual volver, y nadie iba a dejar eso de lado por pasar los años con un humanoide.

Lo que no sabía, era que no tendría que preocuparse por mucho más tiempo. Al día siguiente, la infección en el corte de Grana les dejaría saber que la chica tenía los días contados si la ayuda no llegaba rápido.

La fiebre llegó como una avalancha, con fuerza y arrasando con la poca energía que Grana tenía, mientras que el pus y las tonalidades verdosas se esparcían como una mancha de tinta sobre un manuscrito, destruyéndolo para siempre sin posibilidad de recuperarlo.

Álamo intentaba bajar su temperatura mojándole la frente y dándole agua con sus propias manos, pero Grana apenas respondía cuando le hablaba, y se había pasado la mayor parte del tiempo durmiendo.

-Estarás bien -dijo Álamo, era la primera vez que una de las dos pronunciaba una palabra en un largo rato-, vendrán por ti, te han buscado por muchos días, vendrán por ti.

No sabía si estaba intentando convencerse a sí misma o a Grana, pero seguía repitiéndolo como si ella fuera la víctima de un estado febril: vendrán por ti, vendrán por ti, vendrán por ti.

-No -consiguió decir Grana con esfuerzo, sus ojos seguían cerrados-, nadie vendrá.

Álamo quería preguntarle la razón, pero la muchacha parecía haber palidecido aún más con solo pronunciar esas palabras, pero de pronto lo comprendió: nadie vendría, porque nadie la estaba buscando,

así como nadie la había estado buscando a ella. No estaban tan adentradas en el bosque para que en días no la hubieran encontrado, aún menos en largas décadas.

Sus brazos dorados tenían parches grises de corteza muerta, y comprendió que, aunque le quedaba más tiempo que a Grana, ambas iban a morir.

-Hace muchos años atrás -comenzó Álamo mientras acariciaba el cabello de su amiga-, cuando tu no habías nacido, yo tenía un novio. Era apuesto, tenía dinero e íbamos a casarnos. Nos internamos en el bosque para… consumar nuestro amor.

Le costaba decirlo todavía entonces. Había sido un movimiento muy atrevido por su parte, uno que además le había costado la vida, pero Grana sonrío débilmente ante su incomodidad. La estaba escuchando.

-Llegamos a este claro después de caminar por horas -continuó-, queríamos asegurarnos de que nadie nos encontrara, y en cambio, encontramos nosotros a una débil anciana tendida en el suelo. Le pedí a él que la ayudáramos, pero me dijo que teníamos nuestros propios asuntos que atender - le dolía el alma con solo recordarlo-, fue entonces cuando la anciana se puso de pie, y le dijo que su corazón debía estar encerrado, porque era frío y cruel. Se acercó a nosotros, y con una daga que tenía escondida lo apuñaló.

Grana abrió un poco los ojos, Álamo no la vio; su mirada estaba perdida en el pasado.

-O al menos esa era su intención. Él me utilizó como escudo, y fui yo la que fui atravesada por la daga de la bruja. El acero tenía un hechizo, y mi corazón fue tomado prisionero en lugar del suyo, condenado a vivir en el centro de ese álamo. Le supliqué que me liberara, y entonces la anciana dijo unas palabras que nunca olvidaré ‘sólo el amor podrá salvarte’.

-Él no pudo -agregó después de un momento de silencio.

-Lo siento mucho -murmuró la chica, las gotas de sudor caían cada vez más rápido a medida que su cuerpo temblaba con más violencia.

-Al menos no me casé con él -bromeó Álamo, pero aún décadas después, se sentía muy pronto como para bromear.

El cielo estaba tiñéndose de rosa sobre sus cabezas, y además de algunas hojas rebeldes que se atrevían a interrumpir el silencio cayéndose de sus árboles, todo estaba quieto. Tan quieto como solo la proximidad de la muerte puede aquietar las cosas.

Álamo sentó a Grana, que seguía temblando; no quería que muriera tirada en el frio suelo de un bosque sin vida. Y entonces Grana la abrazó; su cuerpo tiritaba con más fuerza, sus lágrimas caían como una cascada sobre su hombro. Álamo también comenzó a llorar.

Mientras sollozaba, algunas polillas escapaban de su boca, y su piel se agrietaba más. Su llanto estaba desgastando al árbol.

-No podemos seguir llorando -le dijo Álamo-, no quiero que te vayas llorando.

-Tampoco yo -dijo Grana, y le plantó un beso en los labios.

Fue un beso brusco al comienzo, los labios de Grana estaban agrietados y calientes, y los de Álamo estaban fuera de práctica y añejos, ambas tenían el rostro cubierto en lágrimas y la sensación de viscosidad no las ayudaba.

Pero luego nada de eso importó, los labios se sentían como labios y los rostros como rostros, como labios que encajaban, labios que sabían que hacer, y rostros que sonreían. Álamo la abrazó con más fuerza, mientras Grana intentaba profundizar un beso que ya era lo suficientemente profundo, todo su calor febril enfocado en una sola zona de su cuerpo, tanto así que Álamo sentía que la boca le quemaba, y quería que le siguiera quemando.

Su corazón también ardía, y también lo hacían sus manos. Le quemaba todo el cuerpo, pero no quería dejar de besarla. Grana había comenzado a llorar, pero cuando Álamo quiso apartarse para mirarla, ésta no la dejó, hasta que su beso perdió fuerza, y fue el turno de Álamo de convertirse en un mar de lágrimas.

La piel oscura de Grana era ahora dorada, con parches de corteza agrietados. Las ondas de su cabello se habían convertido en hojas, y sus ojos, que habían sido chocolate intenso, eran ahora grises, haciendo juego con los insectos que estaba tosiendo.

-No -Álamo negó con la cabeza. Podía sentir como su pecho se encogía sobre sí mismo, haciéndose más y más pequeño- Oh, dios mío, no.

La corteza avanzaba rápidamente por la piel de Grana, y lo único que pasaba por la cabeza de Álamo era No, no, no, no no no no no ¡NO!

Intentó besarla otra vez, para revertir el hechizo, pero Grana la apartó y en cambio le sujetó las manos. Mientras la corteza alcanzaba su cuello, la miró a los ojos y le dijo:

-Siempre sentí que mi vida no había tenido sentido alguno, pero tú se lo diste al mostrarme que era capaz de amar.

Solo el amor podrá salvarte.

Álamo se abalanzó a sus brazos, que ya estaban casi completamente rígidos y la abrazó con fuerza sin despegar el rostro de su pecho.

Unos minutos después, sintió que un árbol se caía a lo lejos. No tuvo que voltearse para saber que había sido su álamo.

Soltó a Grana, pero ya no era la chica con quién había compartido un breve, pero intenso amor. En su lugar, un granado se erguía orgulloso ante ella.

Desde el arroyo a su lado, la imagen una anciana con la que guardaba un terrorífico parecido se limpiaba las lágrimas a la vez que ella lo hacía, y se levantaba luchando contra sus oxidadas articulaciones para emprender el camino a casa, si es que todavía tenía una.

30 декабря 2020 г. 2:36 0 Отчет Добавить Подписаться
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Tamine Rasse Cartes Ella / él / elle. Lesbiana no binarie. 25 años. Vegan, parent of two bunnies, art enthusiast. Escribo fantasía y terror, gotta give you guys the thrills.

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