jhojanguerra Jhojan Guerra

¿Quién te dice como vivir? Si es que acaso existe alguna buena manera de hacerlo. La vida termina en un oscuro abismo sin esperanzas para aquellos que nunca han encontrado su luz. Y, ¿dónde está esa luz? Tal vez esté en ti mismo.


Вдохновляющие рассказы Всех возростов.

#338 #instropección #personal #vida #life
Короткий рассказ
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¿Quién soy?

De pequeño me hacía esa misma pregunta, topándome con un profundo vacío en donde no le hallaba ningún sentido a mi vida... Y eso pensaba también de todos los demás. Nadie parecía nacer con un motivo genuino, todos éramos personas sin ningún propósito en realidad, aquellos quienes vinieron al mundo casi por azar cuando pudo haber venido cualquier otro. Supongo que por eso no creo en ninguna divinidad ni tampoco en el destino. Eso sería dar por sentado la existencia del predeterminismo arraigado a la vida, y si fuera así, todo esfuerzo que hubiera hecho no serviría de nada si ese no era mi camino.


Pero sentí que, de alguna manera, todos los que me rodeaban me influían hacia una forma de vivir en concreto, que todas las personas que conocía me decían que sendero debía tomar para ser lo más adecuado a lo que ellos quisieran que fuera, aunque quizás ni siquiera se daban cuenta de que lo hacían. Tal vez, pensé, eso era a lo que se referían con destino. Entonces, ¿no tenía libertad? ¿Todo estaba marcado y solo tendría que aceptarlo?


Creo que ese es un buen punto de partida para definir quién soy. Nací el quince de agosto del 2001, mi madre se separó de mi padre para alejarme de la vida alcohólica y despreocupada que llevaba. Me crie con cinco primos al lado y, siendo el menor de todos ellos, siempre sentí que era el que sobraba. Mi madre, como madre soltera que era, estudió en un CEO, dejándome a cargo de mi tía; consiguió abrir un pequeño salón de belleza con una silla y un espejo. Los comienzos siempre son difíciles, esa frase venía a mi mente como un pequeño susurro mientras la veía limpiar sus cosas de vez en cuando. No éramos pobres, nunca lo hemos sido, tal vez todo lo que sucedía era cuestión de malas decisiones o circunstancias de las vida. No sabría decir exactamente qué era, pero así sucedieron las cosas.


Recuerdo a mi madre con cierta delicadeza en sus facciones, propias de una juventud que se desvanecía, sus ojos mostraban cansancio o tristeza, casi nunca felicidad, pero cuando me dirigía la mirada me esforzaba por sonreírle. Decirle, sin decir palabra alguna, que estaba bien. Creía que todo lo que podía hacer era eso, entonces ella me lo devolvía, pero nunca podía creerle.


Aún estaba en sus treinta, trabajaba y atendía a mi abuelo a la vez. En esos tiempos, solo podía estar en el pequeño cuarto que compartía con ella. No había mucho qué hacer, teníamos una televisión pequeña que compró mi padre antes de irse y que, al final, nos lo quedamos. Una cama que le regaló su hermana mayor y un ropero que le regaló su otra hermana. Casi nada era realmente nuestro, pero nunca me quejé de todo ello, no quise hacerlo.


A esa edad, siempre me sentí como un expectante, como un observador fuera de la escena. Y la protagonista de la obra, era mi madre. Sin ella, no se podría hablar de quién soy, aunque sé que no fue la mejor madre del mundo, se esforzó por darme todo lo que merecía. Es gracias a ella que ahora puedo abrirme a nuevas maneras de pensar más allá de lo cotidiano.


Siempre fui alguien curioso, siempre encontraba preguntas que no tenían una aparente respuesta. De esa manera entendí que no todas las respuestas se podían encontrar solo preguntando. Por ello, comencé a buscarlas por mí mismo, a través de mis observaciones y deducciones mentales que me llevaron a estados muy catastróficos para mi estabilidad mental, casi perdiéndome en el proceso. Pero antes de llegar a eso, vivía en el estigma de seguir las órdenes que me mandaban. ¿Por qué tengo que ir al colegio? Dame una buena razón y lo hago. ¿Para qué tengo que hacer la tarea? Pero yo ya entendí la clase, ¿enserio me comprarás unas papitas? Está bien. ¿Por qué las personas suelen mirar al frente cuando caminan? ¿Por qué una rueda avanza en círculos? ¿Por qué todo el mundo intenta conseguir dinero? ¿Para qué quieren cosas? ¿Qué es la felicidad? ¿Para qué sirve terminar el colegio? ¿Por qué las personas se toman tantas horas trabajando? ¿Por qué tenemos que seguir reglas que no nos sirven? ¿Cómo es posible que un auto se mueva? ¿Qué hace mujer a una mujer? ¿Qué hace hombre a un hombre? ¿Qué soy yo? ¿Sólo por eso? ¿Para qué nacen las personas? ¿Por qué hay nubes en el cielo?...


A veces respondían alguna pregunta.


Poco a poco, después de pensarlo por algunas horas, llegaba a conclusiones desalentadoras, como que el colegio era la institución que nos enseñaba materias y diferentes valores para aprender a convivir con los demás, pero que también era un sistema oxidado que servía para volverte dependiente de una sociedad que te necesitaba como un peón, para después desecharte y mandarte a algún asilo en el momento en el que ya no le sirvieras; que la tarea era la manera de “reforzar” el aprendizaje, pero que también servía como un molde para crear en ti un complejo de repetición y la falsa sensación de que estás aprendiendo. Nos estaban adoctrinando, pero nadie parecía darse cuenta o lo aceptaban simplemente, porque eso era lo que hacía la mayoría. Nadie parecía buscar otras maneras, quizás ni les importaba o quizás pensaban que era la única manera de aprender. Yo sentía que habían más formas de hacer las cosas, mejores o peores, pero existían. Todos tomaban las que se nos presentaban como únicas y yo no quería aceptar eso.


Tuve mucho tiempo para pensar, y de entre todos mis pensamientos, el más importante para mí era encontrar una buena razón para vivir. No la encontré, pero ya entendía a los suicidas de cierta manera. En ese tiempo, también comenzaba a crecer ese vacío en mi pecho que me acompañó por tantos años.


Aun así, no me quería desalentar, siempre intentaba encontrar el lado bueno de las cosas. Pensar que tal vez mañana sería mejor, que habría una salida que aparecería algún día. Jamás llegó ninguna salida, las cosas cambiaban, pero me sentía absolutamente igual. Entonces comencé a cuestionar mi realidad. ¿Por qué tenemos que vivir en un solo cuarto? ¿Por qué tengo que ayudar a mi abuelo? ¿Por qué mis primos no ayudan también? ¿Por qué tenemos que pagar más que ellos? ¿Por qué no puedo tener a mi padre conmigo como mis primos? ¿Por qué no podemos ir al cine? ¿Por qué siempre tienes que trabajar? ¿Por qué no puedo tener mi propio cuarto? ¿Por qué tuvo que morir mi perro? ¿Por qué siempre tengo que quedarme atrás? ¿Por qué no podemos comer todos en la mesa?... ¿Por qué no me siento feliz con nada?... ¿Por qué siento tanta soledad?...


A veces, preguntarse de más te acerca a la cruel verdad. Y, a veces, no es como uno quisiera que fuera. Una persona puede llevar años encerrada en una burbuja de lamentación constante, atrapada en la idea de que no merecía nada de lo que le tocó. No tenía culpa de nada, no tenía por qué sufrir todo eso. Creo que, en algún momento de mi vida, toqué en lo más profundo de mi odio.


Recuerdo estar en los últimos años de primaria, llegaba al salón como todos los días y saludaba a quien me mirara más por nerviosismo que por compañerismo. Me esforzaba por mostrar una sonrisa, aunque eso no me hiciera sentir bien, y me acostaba en mi carpeta con la excusa del cansancio que me provocaba despertarme temprano. En realidad, era un hábito arraigado levantarme una hora antes, además que me gustaba cambiarme para ir al colegio porque, en cierta manera, me alegraba alejarme de todo lo que sentía dentro de mi casa, aunque sea por unas horas. Siempre fue un horrible recordatorio de la vida que llevaba y que no era capaz de aceptar. Trataba de dormir todo lo que pudiera antes de que llegara el profesor y entre los intervalos también lo hacía para evitar hablar con cualquiera. Se había formado en mí un miedo terrible al pensar que quizás alguien se diera cuenta de cómo me sentía y me tacharan de raro, de ser el hazmerreír de todos, prefería que pensaran que era un excéntrico.


Entonces pasó, en pequeñas pláticas que tenía a veces con algunos.


¿Cómo te sientes?


No recuerdo la cara de quién me preguntó y tal vez no se relacionaba con ningún pensamiento mío, pero sentí que esa pregunta apretaba mi corazón. Sonreí como siempre, y respondí con una corta expresión. No lo entendía. No entendía por qué tal pregunta me hizo sentir así, salí de ahí y me dirigí a casa. Pasé de mi madre, no sentía ese apego que años atrás era vital para mí y siendo ella la única que se esforzaba por parecer interesada en tener una conexión conmigo, era la que más sentía mi ausencia. Me dirigí al cuarto y me eché en la cama. Esa pregunta aún seguía rondando mi cabeza, se alejaba y se acercaba como un mosquito. Sentía mi respiración agitarse, tenía miedo. Miedo de hacerme esa misma pregunta. Preguntarme a mí mismo como me sentía. Uno podrá mentirle a todo el mundo, pero jamás podrá mentirse a sí mismo.


Creo que ese fue el punto de inflexión que esperaba. Aceptar que mi vida no era feliz, que yo no era feliz y que no podría serlo mientras siguiera acá, soportando la carga que me impusieron. Fue un acto de amor propio aceptar que mi tristeza era parte de mí y así poder cambiar hacia quien quisiera ser. Un acto de amor, era mi esperanza, pero a diferencia de todas las otras cosas en las que tenía esperanza. Esta dependía completamente de mí y eso me hacía feliz. Sentí, por primera vez, que tenía una oportunidad.


Aunque el mundo al notar un cambio, tenía dos alternativas: O adaptarse o destruirlo. Desde entonces todo se volvió una lucha por ser quien soy y buscar mi propia felicidad a pesar de que el mundo intentara dejarme donde estaba.


Recuerdo intentar un montón de cosas, conseguir alguna alternativa o eso esperaba todos los días. Pero que pocas alternativas tiene un niño que ni siquiera termina la primaria, y lo sabía, sólo era un pequeño niño con sueños, pero eso fue suficiente para mantenerme con una meta. Planeaba, trazaba, lo intentaba. Esa era mi vida: Un intento de felicidad.


Hasta que, mientras volvía con mi madre del mercado y le platicaba sobre una idea que tenía, pasó una señora que vendía periódicos sobre una bicicleta y observé un libro con figuritas de lánguidos guerreros en el montón. Le dije a mi madre si me lo podía comprar y lo hizo. Volvimos a casa, cogí las figuritas y boté el libro en una pila de periódicos. Después de unos meses, antes de que mi madre botara aquellos periódicos, me preguntó si no servía ese libro que compró aquella vez. Después de pensarlo un rato, me lo quedé y por curiosidad leí la primera hoja.


Fue la primera vez que sentía esa sensación, había leído obras antes pero nunca sentí algo como aquello. Acabé el libro en una hora, solo tenía unas veinte hojas, pero cuando terminé. Supe que quería leer más libros como ese y busqué, conseguí más. Fueron unas veinte hojas de nuevo. Encontré otro de cuarenta, setenta, ciento diez, ciento cuarenta, doscientos trece. En algún momento la cantidad ya no importaba para nada, solo era cuestión de encontrar un buen libro y en ese proceso me atreví a escribir por primera vez.


Noté en mí unas ansias cuando miré la hoja en blanco. Era como una carrera. El precalentamiento me ayudó a relajar los dedos mientras escribía el primer párrafo, mis piernas no se podían mantener quietas. Mi mente y mis manos estaban tan coordinadas que solo tenía que dejarme llevar, no existía nada más que las palabras incesantes que nacían y se conectaban en un manojo tan complicado que solo mi mente podía entender, todo tenía sentido, todo tenía un por qué, todo se movía en coordinación. No miraba el teclado, no miraba la hoja, no miraba absolutamente nada. Mis ojos estaban fijos en un punto, pero mi mente daba saltos, retumbos por todos los escenarios y personajes que se me ocurriesen, acciones y tramas que a la par que se creaban, desaparecían y nacían otras. Era una especie de excitación que nunca había sentido antes. Hubo momentos en que mis manos estuvieron a punto de paralizarse por el cansancio, pero no paré.


Al terminar volví a la realidad, estaba en mi sala mirando hacia la pantalla, bastante cansado. El sol estaba a punto de ocultarse y el ruido de los buses que regresaban del centro se escuchaba desde la calle. Levanté la mirada, y pensé, ¿cuánto tiempo estuve escribiendo? Casi cuatro horas. Había escrito cerca de seis mil palabras en todo ese tiempo, incluso en mi delirio ordené el texto y puse las mayúsculas, los guiones, separé los párrafos y di un sentido a mi escrito. No conocía todo lo que sé de la escritura como ahora, pero todo lo que aprendí leyendo, lo usé.


Estaba de cierta manera orgulloso de lo que era capaz de lograr, se lo mostré a alguien cercano y dudó que aquel escrito fuera mío. No era la gran maravilla de la Literatura, era simple, pero estaba bien estructurado y se entendía. Le faltaba más profundidad, pero era bastante bueno para alguien que jamás había escrito antes y con tan pocos conocimientos sobre lo que estaba haciendo. Aquel escrito se perdió con el tiempo por considerarlo, en algún momento, basura junto al resto de mis pasados escritos, pero extraño pensar que, sin saberlo, ese primer texto marcaría un antes y un después en mí.


Pasaron muchas cosas desde ese momento, tantas que casi pierdo el impulso que me llevaría hasta donde estoy ahora. Pero que fueron necesarios para saber que mi pasión, a pesar de todo, era escribir. Era la única cosa que me hacía sentir realmente vivo sin importar nada más, y es casi por esa razón que decidí estudiar Literatura.


Siento que, tal vez, no haya sido lo que el mundo esperaba de mí, o por decirlo de otra manera, mi destino. Mi familia jamás se interesó por los libros, las obras de los grandes autores. Jamás vi a alguno de ellos disfrutar con los versos de Bécquer o encantarse al leer los relatos de García Márquez o sentir un terror profundo al universo con los libros de Lovecraft o ver el lado más sucio de la vida por Bukowski. Ninguno de ellos sintió el impulso que sentí al leer aquel libro, creo que por eso tal vez ninguno llegue a entenderme del todo ni a mis decisiones, pero a pesar de ello, no me arrepiento de ninguna de las que me han llevado hasta aquí.


Entonces, ¿quién soy?


Creo que no he vivido lo suficiente como para saberlo por completo. Aún me hago esa misma pregunta a veces y de esos momentos ha nacido una buena parte de mis escritos.


Ahora, me encuentro en soledad y no me disgusta. Me siento más cómodo de esta manera, los recordatorios de mi pasado se han ido borrando, por eso no he hablado mucho de ello o capaz jamás hayan existido. Tal vez esté viviendo la vida que he estado imaginándome todo este tiempo, pues mi perspectiva puede cambiar incluso la manera en la que se entiende una oración, como cualquier otra persona. Sé que soy un soñador, uno bastante insistente y con ganas de ver la vida de otra manera. Sigo esperando, pensando, planeando, pero esta vez y a esta edad, con metas mucho más claras que antes y con más posibilidades de lograrlo. No podría dejar de intentarlo, ya que mi vida se ha definido a través de los años de intento. Así que, dicho esto, creo que podría simplificarlo en una sola oración.


Un soñador anhelando un futuro improbable.

23 ноября 2020 г. 15:46 7 Отчет Добавить Подписаться
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Jhojan Guerra La vida no es tan corta como parece.

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Marco Campos Marco Campos
Muchos cometen el error, de usar temas difícil de contar, lo hacen sin sentido, pero al leer tu trabajo, me di cuenta estabas preparado con la idea, eso hace tu historia muy buena. 👍
The Monster The Monster
Suerte en tu nueva vida, aceleras te mi corazón en el relato, es si. Plemente espléndido que puedas ser tu mismo y ya verdadero. Te feliz, recuerdo que tuve un sentir símil a tu pasada enajenación cuando leí por primera Vez el diario de dorian gray, ese día era uno de muchos sin nada que lo hiciera memorable, y bueno, no había shampoo en mi casa, mi pelo estaba grasiento y tampoco quería salir teniendo esa apariencia, el pelo se me engrasaba muy rápido y sin preverlo ya era el quinto día sin un lavado, cuando leí sobre Dorian y su belleza anómala no podía dejar de comprarme con él y sentirme realmente afligida por mi estado, me bañaba a diario pero, no quería salir a la calle y menos para comprar zhampoo entonces, mi pelo "pagó pato", después de terminar mi comida y pedirle a mi hermano que comprara el shampoo, salí de la ducha y segyi leyendo, así pasó alrededor de un mes y cuando al segundo día de haber lavado mi cuerpo cabelludo éste se engrasaba me sentía mal y tenía que bañarme antes de leer otro capítulo, ajora casi un año después, trató de que mi pelo siempre se vea brillos o y limpio, y cuando se ve opaco lo tengo que lavar, realmente me deprimo cuando se ve sucio, aunque ahora puedo llegar a conservarlo limpio al tercer día sin lavados. Ese libro me marcó y, aunque no lo creas cada uno de nosotros tiene sus propios problemas y manías.
Yorgelis QR Yorgelis QR
Realmente fascinante como va en busca de su personalidad, cuantas preguntas, cuantas razones hasta toparse con algo que lo hace sentir como pertenecer a algo importante. No hay nada mas bonito que soñar y volver esos sueños realidad. Realmente estoy impresionada por lo que trasmiten tus escritos.

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