Короткий рассказ
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Carnal

—Carnal, te juro que yo no quería hacerlo... —balbuceó uno de los dos hombres, sorbiéndose la nariz y enjugándose las lágrimas.

El verde vivo, natural de las cactáceas, lucía pálido bajo la luz de la noche desértica. La tierra sobre la que pisaban, pintada de un azul casi brillante por la luna, era tan fina que cualquier fuerza la convertía rápidamente en una pequeña nube gris. Y esas fuerzas consistían en el viento, las pisadas de los hermanos y la pala metálica, clavándose en el suelo periódicamente, emulando un bastón de apoyo.

—Cabrón, ya cállate, no has parado de llorar desde que me llamaste —espetó el más alto de los dos, moviendo las manos bruscamente—. Mejor suénate los mocos y cuéntame qué pasó.

El bajito obedeció, calmando su respiración lentamente y pasándose la camisa empolvada por la nariz.

—Estábamos en la hacienda, Diego, allá atrás, los más pedos ya se habían quedado dormidos, pero tanto Carlos como yo aguantábamos, así que entre chela y chela seguíamos platicando. —Detuvo su explicación para concentrarse en no tropezar con los arbustos cafés, que estiraban sus brazos secos y retorcidos con la esperanza de hacer tropezar a algún incauto.

—Wey, creí que te cagaba Carlos —dijo Diego, habiendo atravesado el pequeño terreno de arbustos.

—Pues sí, pero tenía ganas de seguir tomando...

—Pinche alcohólico, Luis, te dije que la dejaras, wey, mira lo que provoca —extendió las manos, no señalando nada en específico.

—Ya la voy a dejar, carnal, te lo juro. —Y comenzó a sollozar de nuevo.

La noche desértica se imponía, más fría que cualquier otra. A pesar de la chamarra, el viento helado se colaba y acariciaba su piel curtida por el sol.

—Sí te lo llevaste lejos, wey —se quejó Diego, notando su respiración forzada.

—Me dio un chingo de miedo, carnal, no quería que los demás se dieran cuenta —se excusó, deteniéndose para recuperar el aliento y asegurarse de que iban en la dirección correcta—. Ya mero llegamos.

—Termina de contarme, no te hagas wey.

—Sí. Pues ya sabes cómo es Carlos, le encanta el pleito.

—Pues tú no te quedas atrás, te calientan de volada cuando estás pedo —recriminó Diego, con sorna.

—Ya te dije que la voy a dejar, wey, ya deja de...

—Ya, ya, mejor sígueme contando —interrumpió el hermano mayor, enterrando la pala en el suelo desértico y descansando un par de segundos.

—Pues al pinche Carlos se le hizo fácil empezar a hablar pendejada y media de mi señora. —El tono de su voz había pasado de inseguridad a irritación. Diego iba a decir algo, pero Luis ya estaba hablando de nuevo—. Al principio lo ignoré, carnal, en serio. Sabía que sólo quería chingar. Pero te juro que el pendejo no iba a parar hasta que le diera una madriza.

—Y se la diste.

—No tuve chance —respondió, con decepción—. Ya te había dicho que estábamos en la terraza, ¿Verdad?, ¿No? Pues ahí estábamos, y yo ya estaba empezando a enojarme. Me levanté tan rápido que la cerveza se me cayó y se regó por todo el piso, pero no me importó, ya estaba caminando hacia Carlos. De hecho él también se levantó, pero más bien como que quería calmarme —dijo, alzando sus manos al frente, como si quisiera detener a un fantasma.

—Pues no lo culpo, perro miedo das cuando estás enojado y borracho.

—¡Mira, wey, ahí está! —gritó Luis, señalando un bulto alargado que descansaba a la sombra de unos nopales. Un par de tunas habían caído y rodado sobre la arena hasta chocar contra la figura.

Ambos se acercaron en silencio, dejando que el ruido de la arena moviéndose y ramas secas quebrándose viajara por la vastedad del desierto.

—Te pasaste de verga, pendejo —dijo Diego, moviendo la cabeza de un lado a otro. Era un hombre, medía aproximadamente 1.70 metros y llevaba pantalón de mezclilla con una camisa a cuadros, que por cierto, presumía una enorme mancha negruzca—. ¿Por qué le pusiste una bolsa en la cabeza? Pinche terrorista.

—No, carnal, es que ahí se pegó. No paraba de salirle sangre, me estaba manchando todo el patio y la ropa.

—¿Se pegó?

—Carnal, tú me conoces más que nadie. Puedo enojarme mucho a veces, pero sabes que no mataría a nadie.

—¿Cómo se mató? —preguntó Diego, sin apartar la vista de la bolsa de plástico con el logo "OXXO" en medio. Luis se sintió mejor al no oír "¿Cómo lo mataste?".

—Pues ya iba a empezar a pegarle, pero primero lo empujé poquito, para que supiera que iba en serio —el aullido de un coyote lo interrumpió. El hombre guardó silencio durante un segundo, buscando al animal entre los montículos de vegetación café y verdosa que se extendían casi indefinidamente.

—Ah, miedo —exclamó Diego, burlón, empujando a su hermano.

—Cállate, pendejo, sí me cagué —lo empujó de vuelta, molesto.

—¿Así lo empujaste?

Luis tardó unos segundos en reaccionar.

—Sí, el segundo empujón sí estuvo fuerte —admitió, apenado—. Carnal, te juro que lo pedo se me bajó bien cabrón cuando lo vi tropezar con la valla.

—¿Cómo no se despertaron los demás?

—No hizo nada de ruido, wey, no gritó ni nada. Sólo se oyó como cuando se cae un costal de cemento —miró al cadáver y a Diego alternativamente—. Hermano, por favor, ayúdame —rogó, juntando sus manos cual si fuera a rezar.

Diego le dedicó una mirada larga y pesada, luego observó a Carlos, frío y seco a sus pies. Dio un suspiro exasperado y clavó con fuerza la pala oxidada en la tierra árida, levantando una neblina de polvo.

—Bien decía nuestra jefecita: "La familia es primero", carnal... —Y comenzó a cavar.

23 ноября 2020 г. 8:01 0 Отчет Добавить Подписаться
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