myokiru r. myokiru

No confíes en él. Nota: La historia es de mi completa creación. No se aceptan copias ni adaptaciones.Todos los derechos reservados. Antiguamente publicada en Wattpad. ©


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#vkook #taekook #kookv #btsfanfic #fanfic
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I

— Que sea rápido —ordenó un oficial.















21 de mayo de 1985


Tez clara, cabello oscuro y rizado, ojos brillantes, labios tan rojos como la sangre que corría por sus mejillas, dientes igual a un conejo, estatura promedio de un niño que estaba por cumplir los trece en septiembre, y una marca de nacimiento en la muñeca, una mancha con forma de triángulo, esa fue la descripción que los Jeon le entregaron a la policía, exactamente a las once y cuarto, pero su hijo llevaba desaparecido doce horas. Las luces de los autos, el sonido de la sirena, los murmuros de los vecinos, el tintineo de la campana en su puerta cada vez que un oficial entraba y salía de la casa, colapsaron a la señora Jeon, quien no había dejado de llorar desde la denuncia. El señor Jeon la consolaba, aunque no creyera sus palabras e imaginara lo peor.


— Dígannos qué paso —preguntó el oficial Gyung, un amigo de hace muchos años con el señor Jeon y quien ahora les entregaba su más sincera ayuda.

— Le pedí que fuera a comprar verduras para el almuerzo —contó la señora Jeon mientras el oficial anotaba su declaración—. Nunca tardaba más de quince minutos, por más distraído que fuera. Salí a buscarlo, enojada, porque creí que se quedó hablando con el señor Wu, el dueño del negocio, como siempre, pero él me dijo que no se había pasado por ahí.

— ¿Qué hizo después?

— Lo busqué en la casa de su amigo, en el local de dulces de la siguiente calle, incluso en la casa, pensando que ya había regresado, y no estaba en ningún lado —el señor Kim intentó tranquilizarla, acariciando su mano por sobre su rodilla—. Llamé a mi esposo a su trabajo y le dije que JungKook no estaba.

— Muy bien... —resopló el oficial—. Haremos lo imposible por encontrarlo. No debe estar muy lejos, este es un barrio tranquilo.


¿Realmente lo era? ¿El oficial Gyung podía afirmarlo? Realmente no.

JungKook no era precisamente distraído, era curioso, enérgico, disperso de vez en cuando, pero no era distraído, podía recordar todo lo que veía con detalle, su mente era un museo de pinturas interminables, más grande que cualquier avenida en el mundo. Ese día no fue diferente, salió de la casa, saludó a la vecina del frente, después al gato del señor Jun unas calles más adelante y se detuvo en la tienda de libros antes de llegar al local. Todo comenzó ahí. Su excesiva atención le trajo problemas, su mirada curiosa molestó a quien no debía y recordó las palabras de su madre cuando le dijo que no debía seguir los ruidos de los callejones, porque había gente mala esperando a una presa lo suficientemente tonta como para ir al peligro.


Se paró erguido, ya que no tenía miedo, tenía la frente en alto y el corazón bombeando a mil, miró directamente a sus ojos, siguió sus acciones, el hombre castaño soltó bruscamente a la chica que antes tenía tomada por el cuello y se detuvo en él, sus ojos brillaron como dos diamantes recién pulidos y su sonrisa era tan profunda como el mar. No sabía el motivo de su felicidad y hasta el día de hoy no lo sabía. La chica pelirroja estaba contenta también, porque ahora tendría algo en qué entretenerse quien la tenía prisionera. Se levantó como pudo del suelo, sollozó los golpes y las heridas profundas, avanzó lentamente a la entrada del callejón y, antes de llegar al niño de trece años, el castaño le disparó en la cabeza, la sangre salpicó en el rostro pálido de JungKook y el cuerpo femenino cayó a centímetros de sus zapatillas. A Jeon se le heló la sangre.


— Hola, niño —saludó el hombre castaño, hipnotizado. JungKook tragó duro, asustado y a la vez tratando de mantener la calma. El hombre del callejón caminó hasta su posición, el azabache no tuvo el coraje para moverse, siquiera para pestañar y permitió que aquella distancia disminuyera considerablemente, hasta que lo tuvo en frente—. ¿Cómo te llamas?

— JungKook, Jeon JungKook —susurró.

— Muy bien —dijo él—. Eres muy lindo, JungKook.

— G-gracias...

— ¿Quieres ver algo interesante?


JungKook tenía trece, no era un niño de siete años que habría aceptado apenas veía un dulce, pero esa vez dijo sí, sin conocer muy bien el motivo, quizás miedo o curiosidad, o el intentar arriesgarse y tener su primera actividad rebelde, aunque dudaba que irse con un extraño estuviera dentro de sus límites. Su consciencia murió después de aceptar su propuesta y para cuando despertó, estaba encerrado y atado de muñecas, con el extraño del callejón mirándolo fijamente, examinándolo.


— No soy pedófilo, JungKook, no voy a tocarte ni un solo pelo, así que no tengas miedo —no creyó sus palabras y aún así asintió.


Con el tiempo descubrió que se llamaba TaeHyung, tenía veintiséis y odiaba su apellido, por lo que nunca podía llamarlo así, tenía un gato llamado Rasputín que se colaba por su celda y le hacía compañía por las noches, era alérgico a las nueces, su color favorito era el azul y tenía un muy extraño fetiche con las mujeres. No lo dejaba salir de su celda durante el día, lo visitaba por las tardes y le enseñaba a la nueva chica que traía para su diversión, después volvía a irse y solo regresaba cuando era hora de cenar. Era una rutina. Para cuando pasó un mes JungKook creyó en su palabra y realmente no le tocaría un pelo. Estaba lejos de sentir temor, solo curiosidad.


Llegó un día en que TaeHyung lo liberó de su celda y dejó que bajara al primer piso de la casa, lo llevó hasta el sótano y le enseñó a una nueva chica. Su nombre era Hani y estaba por dar a luz, TaeHyung la secuestró desde el hospital en urgencias y JungKook no podía explicárselo.


— Tendrás un hermanito —dijo.


No asistió el parto, TaeHyung lo hizo y, por muy extraño que pareciera, fue como si ya lo hubiera hecho antes. Las cosas cambiaron cuando TaeHyung vio que no sería un hermanito, sino una hermanita.


— ¿La vamos a cuidar? —preguntó JungKook, esperanzado. Siempre había querido una hermanita.

— No, mi ángel —respondió TaeHyung, acariciándole la mejilla—. Odio a las mujeres.

— ¿Y qué harás con ella?


TaeHyung sonrió, su cariño fue suave, igual que su mirada. Revolvió sus cabellos oscuros con ternura y finalmente, mirándolo a los ojos y con un rostro serio, dijo:


— Vete de aquí, JungKook.


Lo sacó a empujones del sótano y azotó la puerta en su cara, incluso si JungKook se negó a irse. Lo último que escuchó fueron los llantos del bebé y los gritos de la mujer que seguía en la sala, que después los reemplazó un largo silencio. Minutos más tarde, TaeHyung salió con una pequeña bolsa de basura y sangre en las manos.


Mató al bebé.


— Lleva a esta rata al basurero —ordenó firme—. Yo me ocuparé de la mujer.

JungKook tomó la bolsa con sus manos temblorosas y se quedó inmóvil, entre asustado y confundido. Miró de reojo por la pequeña abertura que dejó TaeHyung en la puerta, lo vio ponerse sus guantes de látex y una máscara de gas, mientras tanto la mujer dormía en el suelo, sobre un charco de sangre y con las piernas abiertas, al descubierto. El castaño lo descubrió espiando cuando escuchó el grito desgarrador del azabache arriba suyo y no tardó en ir donde él, pero JungKook no reaccionó, su rostro expresó horror y solo así pudo animarse a ver dentro de la bolsa, encontrándose con el bebé sin cabeza. Inmediatamente la soltó.


— Las niñas son un problema, JungKook —explicó gentilmente y aun así no escuchó—. Cuando crecen, abren sus sucias piernas a cada hombre que ven, se visten provocativas para otros y no tienen respeto ni por ellas mismas. No voy a criar a una puta en mi casa.


Nunca supo lo que pasó con la mujer, su charla terminó en problemas, TaeHyung le arrebató la bolsa de sus manos y lo encerró en su celda. Rasputín no se acercó esa noche, quizás porque sabía lo enojado que estaba el castaño y ni él se atrevía a desafiarlo. Fue un desafío dormir los días siguientes. Optó por no hacerlo y ahorrarse los malos sueños. Intentó recordar el rostro de sus padres, pensar positivo e imaginarse que salía de aquella prisión, pero solo ocurría en su imaginación.


Al cabo de una semana, TaeHyung lo liberó una vez más, solo con la condición de que se bañara y vistiera lo que compró para él, ya que le tenía una sorpresa.


— Baja en quince minutos —ordenó antes de irse.


JungKook lo hizo y conoció a Daerlyn, una chica norteamericana, pelirroja y pálida, los únicos colores en su piel eran los golpes que supuso fueron hechos por TaeHyung. Cocinaba mientras lloraba.


— Hola, ángel —saludó el castaño. TaeHyung bebía una taza de té—. Ella es tu nueva madre. ¿Te agrada?


El pensar que TaeHyung lo consideraba como un hijo no le molestaba más que pensara que debía buscarle una madre, siendo que ya tenía una, pero nunca se lo haría saber. Guardó silencio y asintió.


— ¿Por qué tienes esa cara? —preguntó seriamente. Las expresiones del azabache eran tan obvias que TaeHyung ya conocía la mayoría, sabía cuando algo le disgustaba y cuando tenía miedo—. ¿No te gusta? ¿Quieres otra?


Querer otra significaba un reemplazo y no quería que Daerlyn pasara por lo mismo que la mujer anterior. Contestó que no, que no lo necesitaba y se acostumbraría a ella hasta llamarla mamá. Eso tranquilizó a TaeHyung o así fue hasta dos meses más tarde, cuando descubrió que Daerlyn quemó la mejilla izquierda de JungKook con agua caliente y a menudo tocaba su pene.TaeHyung la tomó del cabello, en cuanto JungKook se lo confesó esa misma mañana mientras se vestía, y arrastró su cuerpo hasta el sótano, justo como el día en que se conocieron. JungKook escuchó los llantos, quejas, gritos y maldiciones, algunas para él y otras para el castaño. Esta vez TaeHyung dejó la puerta abierta, casi como un regalo, porque esa muerte se la iba a dedicar a él. A su ángel.


— ¿Cuántas veces te tocó esta perra, JungKook? —le preguntó, consciente de que lo veía desde arriba. JungKook tragó duro, miró a la mujer con el rostro desfigurado y lleno de lágrimas, y después vio a TaeHyung, hecho un lío como siempre, con sus mismas herramientas y locura. No supo qué decir—. ¡Responde!

— ¡N-no lo sé! —entonces TaeHyung buscó respuestas en otro lado.

— ¿Cuántas veces lo tocaste? —preguntó esta vez a la mujer que sostenía desde el cabello.

— ¡N-ninguna! ¡Lo juro! ¡Lo prometo! —balbuceó, sin éxito—. ¡Por favor! ¡Nunca lo toqué!

— ¿Te divertiste tocando a mi hijo? —se burló TaeHyung. Ella negó rápidamente, con sus ojos hinchados de tanto llorar—. Y dices que no... —rio el castaño, quien la atrajo hasta su rostro encolerizado—. ¿Ves a JungKook? ¿Ves lo hermoso que es?


Daerlyn cerró los ojos y TaeHyung la obligó a abrirlos. Cogió su mandíbula con la intención de que viera la piel blancuzca de JungKook, su cuerpo todavía virgen y de cristal, su inocencia desbordando por sus poros, como un ángel.


— Yo... Por favor... Mátame...

— No. No voy a darte tal privilegio.


TaeHyung la amarró a una silla, tiró de su cabeza hacia atrás y, con la ayuda de un bisturí, sacó los ojos de la mujer. JungKook escuchó el clamor desde arriba, sus pelos de punta y su respiración agitada, junto a una expresión de espanto, pero a pesar de lo despavorido que estaba, se quedó hasta el final, desde que TaeHyung cubrió su boca con un trapo viejo hasta que destrozó sus luceros, riéndose mientras lo hacía. Cuando el castaño terminó, la mujer cayó al suelo, desmayada, y TaeHyung murmuró que ya no podría ver lo hermoso que era.


Daerlyn murió días después, acompañada del frío y el hambre.


Cuando se cumplió un año, TaeHyung lo liberó de su celda y le dio el acceso completo a la casa, con o sin su vigilancia, JungKook pasó de dormir encerrado sobre un colchón viejo a dormir junto al castaño por las noches, enredándose con el calor de su cuerpo y la comodidad. No volvió a ver otra mujer desde aquél día y TaeHyung no insistió en presentar a las que traía, y que posteriormente no aparecían.


En una de las tantas veces que TaeHyung visitó la ciudad, se encontró con la policía patrullando cerca de su casa, fue entonces cuando se le ocurrió una idea.


— Ven aquí —le dijo en risas—. JungKook, hablo en serio, ven aquí.

— Odio el rubio —se quejó el azabache, cruzándose de brazos bajo el umbral de la puerta—. Parezco un extraño con este corte de cabello ¿y ahora quieres que sea rubio?

— Te quedará bien, anda, vamos —rio el castaño.


JungKook dejó de ser el niño de cabellos oscuros y pelo rizado, no obstante, seguía siendo el mismo niño alegre de hace un tiempo atrás, el que ahora solo podría ser reconocible por aquella marca peculiar en su muñeca, la cual TaeHyung siempre encontró divertida.


A los dos años viviendo juntos destapó otro secreto del castaño. Lo analizó por la noche, antes de ir a dormir, cuando TaeHyung deslizaba su camiseta negra por sus brazos y se despojaba de sus jeans, JungKook encontró una cicatriz en su espalda, al lado izquierdo y cerca de su cadera. Era una letra, justamente la inicial de su apellido. Se preguntó cómo es que no la había notado o si era reciente.


— ¿Cómo te hiciste esa cicatriz? —preguntó el azabache desde la cama, bajo el reflector de la luna. TaeHyung sonrió.

— No me la hice, me la hicieron.

— ¿Quién?

— La mujer que me trajo a este infierno —dijo—. Me la hizo cuando tenía siete, una de las tantas veces que peleó con mi padre y se desquitó conmigo.

— Tú no tenías la culpa —tranquilizó JungKook.

— Lo sé —rio TaeHyung—. Y es por eso que la hice pagar. Es algo así como un reembolso.

— ¿Qué le hiciste?

TaeHyung se volteó a mirarlo.

— La colgué en el patio.


TaeHyung no se llevaba bien con sus padres, después del supuesto suicidio de su madre no volvió a hablar con el señor Kim y estaba bien con eso, probablemente discutirían si lo hicieran. Nunca tuvo una imagen paterna, su padre estaba la mayor parte del tiempo ausente o con otras mujeres, especialmente adolescentes, que no tenía tiempo para ellos. Su madre enloqueció y el resto es historia antigua. Pese a ello, TaeHyung era una buena figura paterna para él.


Estuvo dos años libre, si se podría decir. Volvió a la celda después de su cumpleaños número dieciséis, en uno de los arrebatos de TaeHyung. JungKook bajó a desayunar ese día y se encontró con HyoSeung, una chica de cabello oscuro y liso, piel clara y labios gruesos. Estaba cocinando, solo que no lloraba como Daerlyn, fruncía el ceño, apretaba los dientes, sangraba en sus muñecas y no le importaba, como también no parecía importarle el hecho de tener los tobillos encadenados. A JungKook le pareció más peligrosa.


— Saluda, JungKook —dijo el castaño apenas lo visualizó bajando las escaleras. Otra vez tomaba una taza de té—. Ella es tu nueva madre. ¿Te agrada? Es mi regalo de cumpleaños.


Estaba molesto y no conocía el porqué. ¿TaeHyung olvidó lo de Daerlyn o su fetiche de agredir mujeres era más fuerte que protegerlo? Era estúpido, porque aquél hombre de cabello claro y tez morena no le debía nada, siquiera su compasión, pero ahí estaba JungKook, reclamando lo que él creía era su derecho. Aunque sentía lastima por la chica, no quería hacerle daño, no quería que TaeHyung se lo hiciera. Si bien no reflejaba su miedo, por dentro era una bomba de tiempo, como él.


Una luz iluminó su mente en ese momento, recordándole quién era, mostrándole su vida pasada y cuánto le arrebató aquél sujeto que ahora mismo decía amarlo, y que estúpidamente le creyó. Su cumpleaños número dieciséis comenzó en un golpe explosivo. JungKook lo fulminó con la mirada y, cansado de su tranquilidad, arrebató la taza de té de sus manos, tirándola contra la pared, diciendo lo que nunca pensó que diría, con la potencia que solo su imaginación planteó y sin demostrar debilidad.


— ¡Libérala!


HyoSeung tuvo que pellizcarse para creer lo que escuchaba. Pensó que JungKook sería su cómplice, que estaba tan loco como su padre y le obligaría a obedecerlo, entonces tragó sus propias palabras. Agradeció a Dios, aunque no fuera creyente, pero aquella sensación de libertad, aquél sabor dulce en su boca seca, solo le dieron esperanzas y fe, de que vería a su familia, de que ya no tendría que soportar un pene erecto contra su vagina tres o cinco veces al día, que ya olvidaría la humillación de comer su propia mierda solo para hacer reír a quien la tenía bajo su poder, y por sobre todo, que ya se desligaría del odio, porque nunca fue buena en eso y se sentía mil veces peor a lo que vivía. Su final fue mucho peor a la salvación, peor al de Daerlyn. La rebelión de JungKook no marcó un acontecimiento positivo, desencadenó otros peores y que la chica pagó por él, y aunque HyoSeung murió frente a sus ojos tres días después, le sonrió, agradecida de su ayuda.


TaeHyung se levantó de su silla dispuesto a darle una paliza, la cual JungKook no evitó. El castaño abofeteó su rostro de tal forma que JungKook cayó al suelo, tiró de sus cortos mechones rubios y lo cogió de la nuca, como un perro, llevándoselo al segundo piso devuelta a su celda. JungKook gritó improperios al aire, lo condenó al mismísimo Satanás y al infierno, pero TaeHyung reía, porque estaba seguro de que no existía otro infierno más que el que tenía en frente. Finalmente lo encerró en su antiguo hogar.


— No vuelvas a levantarme la voz —amenazó el castaño.

— ¡Entonces libérala! —persistió.

— ¿Por qué? ¿Por qué te esfuerzas en velar por ellas? ¿Qué han hecho ellas por ti? ¡Yo te lo di todo!

— Eso está mal, TaeHyung. ¡Todo esto está mal! ¡Estás jodiéndolas! —dio por hecho—. Y me estás jodiendo a mí.

— Tú me estás jodiendo a mí, mierda, tú me jodes a mí, no tienes idea de cuánto me cagas la puta cabeza todo el día —balbuceó—. ¿Qué tengo que hacer para tener tu aprobación? ¡Te estoy dando una madre! ¡Seremos una maldita familia!

— ¡Yo ya tengo una familia!


JungKook entendió esa noche que sus palabras fueron demasiado. TaeHyung tenía el rostro desencajado, parecía herido e indefenso. Por un momento olvidó su rabia, el desenfreno, y quiso abrazarlo, romper los barrotes de metal y abalanzarse sobre él, como un niño buscando su hogar. Ese fue uno de sus tantos controles.


— Yo te quiero para mí, ángel. Tú eres mío —JungKook guardó silencio, por primera vez, llenándose de miedo—. Y si no lo entiendes por las buenas, lo harás por las malas.


TaeHyung no violó a la chica esa noche, pero sí le hizo cosas peores. JungKook lloró desde su celda, escuchó los gritos desde el sótano, desgarradores, frenéticos e hirientes, y se lamentó, de no haber hablado, nada de esto habría sucedido. TaeHyung no tenía control, la rabia nubló su sentido y HyoSeung pagó la pelea de ambos, con su espalda y pecho, mientras el castaño hacía el primer uso de su látigo, como en las épocas pasadas para los castigos a gente de color. La cosa no paraba hasta que veía el preocupante río de sangre, solo entonces se detenía.


JungKook llegó al sótano dos noches después y vio el daño que había causado. HyoSeung se encontraba colgada, desnuda, como un cerdo en una carnicería, inconsciente y navegando entre la fina línea de la vida y la muerte. Su pecho bañado en sangre, tatuado con cicatrices que nunca se borrarían por más que las llorasen, y el rostro desformado por los golpes. El rubio mordió su labio inferior, ahogando sus lágrimas en el apretón de sus dientes. Pero HyoSeung estaba lejos de morir. Sus ojos se abrieron de golpe, tiró de las cadenas y visualizó al chico que tenía en frente, preocupándose todavía más. Tenía una venda en la boca, porque TaeHyung no era alguien que soportara el ruido.


— Ven aquí —ordenó TaeHyung, al ver que JungKook no obedecía y el miedo lo tenía paralizado insistió más firme—. Ven aquí, ahora, JungKook.

El azabache avanzó, su labio inferior tembló, igual que sus piernas al caminar. TaeHyung sonrió, lleno de éxtasis y conformidad cuando finalmente llegó a sus brazos.


— ¿Recuerdas lo que te dije, ángel? —preguntó.

— ¿Qué cosa?

— Lo de las mujeres, que eran unas zorras —JungKook asintió desconfiado—. Te lo voy a demostrar.

— ¿Eh? —temió por lo que pudiera hacer—. ¿Qué harás, TaeHyung?

— Yo no haré nada, Kook. Lo harás tú.

— ¿Q-qué quieres decir con eso...? —frunció el ceño, sobresaltado.

— Estuve pensando sobre nuestra discusión y tienes razón, no necesitas una madre porque todas las mujeres son igual de asquerosas —dijo—. Verás que ninguna de ellas merece que las defiendas.

— Sigo sin entender lo que quieres decir, TaeHyung...

— Yo te enseñaré.


TaeHyung cogió su mano sin previo aviso, sujetándola con fuerza en el caso de que quisiera escapar. La llevó hasta la vagina de HyoSeung y JungKook intentó apartarla, asustándose junto a la chica, quien no paró de chillar y estremecerse. No sabía si por el dolor o el asco. El castaño tomó sus cabellos rubios como respuesta a su cobardía y lo obligó a mirar a HyoSeung.


— ¡Por qué eres tan débil! —exclamó TaeHyung contra su oído, todavía sosteniéndolo del cabello.

— ¡No quiero hacerlo! —JungKook cerró sus ojos rápidamente.

— Tendrás que —gruñó.


Arrastró su mano a la intimidad de HyoSeung por más resistencia que el rubio pusiera e introdujo dos dedos en su interior. JungKook tragó duro y apartó la mirada, incluso si sus ojos seguían ocultándose bajo sus párpados, la vergüenza se sentía en su rostro como una luz parpadeante. Escuchó los quejidos de Hyoseung, sintió su cuerpo temblar mientras penetraba su interior con dos falanges, tal como TaeHyung quería que lo hiciera. Pensó que en algún momento llegaría esta instancia, donde tendría que experimentar la pubertad en su punto con alguna chica de su salón, o tal vez un chico. Nunca habría imaginado que las cosas se darían de otra manera.


Su interior era viscoso, se sentía sucio y tenía deseos de vomitar. No estaba preparado, solo quería terminar, pero sabía que TaeHyung no se lo permitiría hasta que diera el aviso, si es que llegaba a darlo. Recordó cuando Daerlyn tocó su pene en su delirio, cuando se le acercó con esa sonrisa tan hambrienta y le susurró porquerías al oído mientras lo masturbaba. Podía sentir sus manos asfixiándolo, riéndose de él a carcajadas y después pidiéndole piedad, porque tendría que afrontar las consecuencias. Probablemente HyoSeung era igual. Fingió amabilidad para obtener su confianza y así estarían envueltos, como cómplices. En el fondo quería ser tocada, se lo había buscado. Su semblante era cálido, las lágrimas que caían de sus mejillas eran signo del placer, su movimiento pélvico, sus gemidos y sus miradas lascivas. TaeHyung tenía razón.


Todas las mujeres eran unas zorras.


Finalmente, TaeHyung la asesinó de un disparo a la cabeza y JungKook vomitó.


6 ноября 2020 г. 15:39 1 Отчет Добавить Подписаться
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