En muchos pueblos y ciudades de antaño se ocultan los misterios urbanos, esos que se contaban mientras estaban sentados en la banqueta jugando baraja y tomando una fría y refrescante biela. En la lejana memoria de los ecuatorianos vive el recuerdo de aquellos ancianos, que narraban esas leyendas que a más de a uno erizaba la piel y que hacen notar que los años no transcurren en vano y van dejando su legado.
Dicen que la ciudad de Guayaquil oculta muchos misterios en los oscuros callejanos, esos que hablan cuando las luces se apagan, donde hombres y mujeres danzan cuando la alegría los embarga. Justo ahí en sus memorias descansa la Dama Tapada. Una hermosa mujer de bellas curvas y aroma de flores, tan bella que acapara la atención de cada hombre que pasaba donde ella se encontraba.
Tan misteriosa se volvía para todo aquel que la veía, siempre su rostro cubierto de un largo velo, su vestido era increíblemente bello y con éste la acompañaba una sombrilla, muchos dicen que no es de nuestra época, que viene de las entrañas, de allá de siglos pasados.
Su caminar era de total sensualidad y con esto atrapaba a todo hombre que por aquel lugar transcurría. La aventura comenzaba cuando ellos la perseguían, a pesar de no ver claramente su rostro eran hipnotizados por su coquetería.
Ella salía a pasear con todo hombre que quería aventurar, siempre se la topaban en medio de la oscuridad de las desoladas calles de la ciudad. Su figura se dibujaba en la mirada de ellos cuando el reloj marcaba la medianoche y mientras la perseguían la Dama Tapada reía, y con su aroma los envolvía.
Llegando al cementerio general ella se detenía y de forma sutil presumía -quieres seguirme ahora que me conoces-, y justo, en ese momento levantaba su misterioso velo. Ellos caían al piso al punto del desmayo, ahí estaba ella con su sonrisa macabra, su rostro una calavera putrefacta y de repente su aroma de flores se volvía de muerte, tan impactante que muchos morían de un infarto al ver tan macabro hallazgo.
Pocos pudieron resistir ante aquel descubrimiento y ellos se encargaron de contarle está historia a sus nietos. Un cuento que viene de los antepasados de allá del siglo XVIII y las desoladas calles urbanas.
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