En la pequeña localidad de Magnificencia, viven los habitantes más dedicados a sus labores; nadie jamás ha desobedecido o contradicho al talento con el que nacieron.
Milani, una joven de precioso corazón que instruye a su pequeña hija en las artes de los dones y los talentos, es la única música en toda la villa. Por consiguiente, a su pequeña niña le esperaba el mismo destino, ¿por qué? Nunca nadie se había hecho esa pregunta jamás.
Hebe, o clave de sol, como su madre la llama en ocasiones, no tiene ningún talento para la música, motivo de preocupación para su madre, pero no de interés para ella.
Ella tiene un gran sueño, uno que solo le confiesa al Señor de la Luna, cada noche; según la historia que se cuenta, el Señor de la Luna, fue el único hombre que había logrado romper todos los límites y se convirtió en lo que más quiso.
...
Un buen día, Hebe, se alistaba para el colegio, aunque algo la tenía sumida en una profunda preocupación; su maestra, Magui, les pidió que contaran cuál era su gran deseo.
El problema era, que ella estaba esperando que Hebe, embelleciera la clase con su sedosa voz.
Lo que nadie sabía, ni su mamá, era que Hebe, no llegaría a la escuela.
Con mucho cuidado se desvió al arroyo de Venus, donde el Señor de la Luna, pasea durante el día.
Al llegar, se quedó deslumbrada por tan bonita imagen, el arroyo parecía un espejo enmarcado con las raíces de los árboles.
—¡Señor de la Luna! — Lo llama con temeridad. —¡Señor de la Luna! — Lo vuelve a invocar, sin pensar bien que va a decirle.
—¡Hebe! — Su voz le resulto más dulce que la miel.
—¡Sabes mi nombre! — Le responde presa del asombro.
—Se de ti, más de lo que imaginas— Acaricia una hoja con sus blancos dedos y esta parece inclinarse ante él.
—Entonces, conoces mi deseo— Hebe, se aproxima con cuidado.
—Conozco… que no quieres dedicarte a la música como tu madre y en algún momento fue tu padre— La anima y le extiende su mano para que se acerque a él, Hebe lo hace sin dudarlo y se sienta en su regazo.
—¿Cuál es tu deseo, Hebe? — La pequeña se da cuenta que el señor de la Luna quiere oírla, decirlo en voz alta después de tanto susurrarlo.
—Quiero ser la Guardiana de las Virtudes— Lo confiesa con amor puro en su corazón.
—¿Tienes lo que se necesita? — Le pregunta aquel hombre, ella estaba muy preparada para tal interrogante.
—Claro que sí, soy bondadosa, no me gustan las injusticias, siempre intento decir la verdad, estudio mucho para ser sabia y nunca odio— Se regocija con su respuesta.
—¿Sabes quién fue la última guardiana?
Ella también estaba preparada para eso.
—Lunia, y ahora el guardián eres tu— Se vuelve y lo señala.
—Te contare un secreto. Existe una virtud que es más que necesaria para ser la guardiana—
Hebe, ahueco su mano alrededor de su oído para escuchar con atención.
—Fe.
—¿Qué es eso? — Arrugo su ceño.
—Si al cabo de finalizar mi viaje encuentras el significado y lo aplicas a tu vida, obtendrás de mis manos tu más grande deseo— Beso su cabello y desapareció.
Hebe, abandono aquel lugar decidida encontrar aquello que el Señor de la Luna había dicho.
Le costó mucho, pero le confeso su deseo a su madre, la cual la apoyo sin oponerse.
…
En Villa Magnificencia se encontraban algunos en contras y otros a favor.
Hebe se desgasto, incluso llego a tener miedo de perder la fe.
Pero, aun así, cada día iba a orilla del arroyo Venus, por si era ese día el señalado.
…
Dos años trascurrieron, aunque no fue fácil, trataba de ser mejor, y se involucraba cada vez más con su sueño.
Cierto día, Hebe, por ayudar a una anciana, llega por la tarde al arroyo, su cabeza se agobio al no contemplar nada, se volvió y como si se tratara de una persona, dijo:
—Vamos, Fe, tal vez mañana.
—Hebe— Oyó su voz y todo en ella se paralizo.
—¡Señor de la Luna! — Lo llamo sin poder creérselo.
—La haz encontrado, y vives con ella como si fueran una.
—No tarde en encontrarla, estaba conmigo, solo que en silencio— Sonrío.
—Estoy aquí para cumplirte tu gran anhelo— Le extiende la mano, la misma que Hebe toma sin dudar y este le regala su brazalete.
—Esto quiere decir…— Se quedó callada sin completar la frase.
—Hebe, eres la Guardiana de las Virtudes— Besa su frente.
—Te prometo, que seré la fiel protectora de la fe— Le jura en aquel arroyo, con su madre de testigo.
En Villa Magnificencia, nunca existió una guardiana tan importante como Hebe.
Fin.
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