J
J. Vázquez


Rosa quería una fiesta inolvidable para celebrar el décimo cumpleaños de su hija. Lo tenía todo pensado y controlado, excepto lo que un par de Muffins con un ingrediente «especial» provocarían aquel día.


Ужасы Всех возростов.

#terror #miedo #familia #cumpleaños #historia-corta
Короткий рассказ
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I

Era un día especial para la familia Gómez, la pequeña de la casa cumplía diez años y Rosa estaba ansiosa por llegar a casa y empezar con los preparativos de la fiesta. Su hija Alicia era una fanática de Frozen y había estado investigando en Internet sobre fiestas temáticas. Como buena periodista, parte de su trabajo consistía en documentarse antes de abordar cualquier noticia o evento al que tuviera que asistir, y para ella, el cumpleaños de su princesa era el evento más importante del año. Más aún, que cuando escribió el especial del Festival de Sitges, al cual había asistido muchas veces como público, pero para una apasionada del cine fantástico como ella, tener acceso privilegiado a los invitados, fiestas y estrenos, fue un sueño hecho realidad.


Bendito Pinterest y benditas todas esas madres que compartían sus conocimientos culinarios infantiles para hacer realidad las ilusiones de los niños. Tenía tantas ideas que empezaba a dudar de que le diera tiempo a todo. La tarta con el castillo de Elsa parecía fácil, pero había comprado rotuladores de tinta comestible y nubes de azúcar para que los niños jugasen a crear muñecos de nieve como Olaf, piruletas nevadas, galletas de chocolate blanco con efecto hielo… Demasiadas cosas que hacer y muy poco tiempo. Empezaba a lamentarse por su ingenuidad, tendría que haber pedido fiesta en la redacción. Deseaba tanto darle a su princesa una fiesta de cumpleaños inolvidable que la adrenalina corría por sus venas haciéndola sentir una madre con súper poderes, solo le faltaba la capa y sacar pecho, como solían hacer las heroínas de los cómics.


Llegó a casa corriendo. Entró en la cocina cargada con las bolsas y las dejó con esfuerzo sobre la encimera. Estaba muy cansada, demasiado, se había levantado para ir al trabajo a las seis de la mañana y desde entonces no había parado. Por suerte, había conseguido escaparse tras la reunión de media mañana con la excusa de un reportaje, una mentirijilla para ganar unas horas preciosas en las que había podido comprar todo lo necesario para la fiesta. Estaba agotada física y mentalmente, y solo eran las tres de la tarde.


Rosa se ató el delantal y sonrió embobada pensando en la carita de felicidad que su hija pondría al ver la sorpresa, solo por eso, merecía la pena el esfuerzo. Levantó la ceja sorprendida, cuando su atención se centró en un plato que contenía un par de Muffins. Estaban sobre la vitrocerámica, pero no las había visto al entrar a la cocina, y a su lado, una nota que decía: “léeme” con la caligrafía de su marido Marcos.


Tras leer la nota, Rosa recordó el concurso culinario que cada año realizaba la empresa dónde trabajaba su marido para fomentar la cohesión entre trabajadores. En cierto modo le envidiaba, le gustaba este tipo de iniciativas para romper la rutina del día a día, sin embargo en su trabajo, nunca había tiempo para fiestas ni celebraciones, siempre andaban persiguiendo la noticia.


Observó detenidamente los Muffins, uno de ellos era una araña entrañable con sus ojitos y patitas, el otro era un adorable unicornio en tres dimensiones. Según su marido, eran de chocolate y los había cocinado su compañera Marta exclusivamente para ellos, un regalo especial para que pusieran un poco de emoción a sus vidas. Frunció el ceño recordando el último encuentro que habían tenido con Marta, una mujer que vivía al límite; siempre practicando deportes de riesgo, siempre viajando a lugares remotos y un espíritu libre en toda regla. Para ella, los Gómez como solía llamarles, eran unos aburridos con una vida familiar rutinaria y unas vacaciones en el pueblo de los abuelos, donde lo más emocionante de la semana, era el mercadillo de los domingos.


Marta y sus tonterías. «¿Cómo podían unos Muffins emocionar?» pensó Rosa. Los observó detenidamente, tenían buena pinta y olían condenadamente bien. Escuchó a su estomago rugir, se moría de hambre y siempre había sido adicta al chocolate. Su marido, le había escrito que tuviera las manos quietas, que ya disfrutarían de la experiencia juntos. Seguro que el muy jodido había hecho una apuesta ante su poca fuerza de voluntad, así que lo maldijo por hacerle sufrir semejante tortura. Más aún, cuando aquella araña de chocolate la miraba con ojos de: «cómeme». ¡Madre de Dios! le esperaba un día muy largo.


Rosa empezó a preparar el fondant para la tarta con la esperanza de que su mente olvidará los Muffins, pero su estómago volvió a rugir. Intentó obviarlo y decidió seguir con la decoración de los conos de helado que harían de torres del castillo, pero no podía dejar de mirar a la jodida araña de chocolate. Parecía que se estuviera riendo en su cara, así que sonrió como si estuviera haciendo la peor de las travesuras y la cogió, se la acercó a la nariz oliendo su dulce aroma y finalmente, le dio un bocado disfrutando del sabor del chocolate, y sobre todo, arrancando esos ojos que tanto la habían estado observando. Luego se disculparía con Marcos por su poca fuerza de voluntad, estaba segura de que una noche de pasión lo compensaría.


A Rosa se le escaparon pequeños gemidos de placer mientras saboreaba el Muffin con forma de arañita. Estaba jodidamente delicioso, no sabia que Marta tuviera semejantes dotes culinarias. Le tendría que pedir la receta, seguro que tarde o temprano, terminaría preparando una fiesta de animales de fantasía para su princesa.


Rosa mordió por segunda vez el Muffin y cerró los ojos satisfecha mientras masticaba. Nunca hubiera imaginado que una magdalena pudiera estar tan condenadamente buena. Se la terminó de un tercer bocado chupándose los dedos satisfecha. Adiós a la arañita, por lo menos había tenido una muerte digna, así que fantaseó con la idea de hacerle un sepelio: «La arañita tuvo una vida corta, pero intensa. Sus patitas de chocolate y su dulce cuerpo de bizcocho fueron el mejor orgasmo de sabores que jamás hubiera imaginado devorar», y soltó una lagrimita y todo. Al final, Marta tendría razón y esas Muffins tenían el poder de emocionar a la gente. Terminó riéndose por lo tonta que estaba siendo, divagando ella sola por unas magdalenas. Al menos, el chocolate la había ayudado a relajarse.


Rosa continuó construyendo el castillo de Frozen. Los diferentes bizcochos los había dejado listos el día anterior, por lo que se había dedicado a rellenar de chocolate blanco el interior y a cubrirlos con fondant azul por el exterior, solo quedaba colocar las torres de cono de helado que ya tenia casi acabadas, unos detallitos más y habría terminado. Estaba quedando jodidamente perfecto, aunque no recordaba que el azul fuera tan intenso, ni que esas torres fueran tan grandes y puntiagudas. Mierda, ya podía imaginar a la madre sobreprotectora de Laura, la mejor amiga de su hija, con ese tono de voz irritante soltando alguna tontería condescendiente en plan: «Rosa cariño, esas torres de galleta son muy peligrosas, ahora tendremos que vigilar que ningún niño pierda un ojo. Por cierto, te ha quedado adorable». Jodida envidiosa.


Siguió con la preparación de la tarta mientras cantaba Let it Go a todo pulmón. ¡Dios! le encantaba esa canción, era como una inyección de energía y con razón a los niños les gustaba tanto. Continuó cantando, enfrascada en las decoraciones del castillo, cortando copos de nieve de fondant blanco al ritmo de la música, cuando empezó a ver lucecitas. Alzó una ceja sorprendida, la luz de la cocina se reflejaba en la hoja del cuchillo que tenía entre las manos produciendo bonitos destellos, así que lo movió en plan ninja, como si fuera la katana de Hattori Hanzo de Kill Bill, en pequeñito. ¡Impresionante! el cuchillo dejaba un rastro difuminado detrás de cada movimiento que ella hacía. ¿Cómo no lo había visto antes? era jodidamente increíble, se lo tenía que enseñar a Marcos en cuanto llegase a casa, con demostración y todo. Lástima que no pudiera enseñárselo también a su princesa, demasiado pequeña para jugar con objetos afilados.


Rosa estaba distraída, jugando animadamente con los destellos del cuchillo, cuando el segundo Muffin llamó su atención. Su estomago volvió a rugir y ella se lamió los labios como si ya pudiera saborear el chocolate blanco del unicornio, estaba realmente hambrienta. Marcos, seguramente se enfadaría si se comía también su magdalena, pero como se lo iba a compensar de la mejor forma posible, es decir: sexo, mejor disfrutar ahora y pagar las consecuencias después, así que perdió el pequeño atisbo de culpabilidad que le quedaba y le hincó el diente a la magdalena. ¡Virgen Santísima! estaba escandalosamente deliciosa. Una explosión de sabores le bombardeó el paladar y por un momento, le pareció que incluso el unicornio gritaba mientras ella lo devoraba con una sonrisa malévola. «¿Cómo habría hecho Marta para cocinar con efectos sonoros? Se lo preguntaría la próxima vez» pensó para sí misma Rosa.


Tras el último bocado, Rosa cerró los ojos y tuvo un momento de conexión espiritual con su pequeña niña interior que daba saltitos de felicidad por la travesura. Al abrirlos de nuevo, parpadeó varias veces intentando enfocar la vista. Se encontraba un poco mareada por lo que Rosa se sujetó con fuerza a la encimera para no caer. No se había dado cuenta del estresante día que había tenido y ahora, le pasaba factura. Sonrió embobada pensando en que los súper poderes de madre estaban en horas bajas, pero no quería defraudar a su princesa, así que tomó un vaso de agua, respiró profundamente y continuó a duras penas con la tarta. Los últimos copos de nieve estaban quedando realmente desastrosos.


Decidió concentrarse en la creación de muñecos de nieve usando nubes de azúcar, una tarea más sencilla que los dichosos copos de nieve que la estaban desquiciando. Entonces, un ruido llamó su atención. Rosa frunció el ceño, era demasiado pronto para que Marcos hubiera llegado a casa con Alicia, habían hablado de que se quedarían jugando en el parque hasta las seis de la tarde, hora en la que habían convocado a sus amiguitos para la fiesta.


Sin prestarle demasiada atención, Rosa pensó que eran los vecinos por lo que volvió la vista a la encimera dispuesta a continuar con las manualidades, cuando se encontró con un ejercito de muñecos de nubes que decían querer: «¿abrazos calentitos?». Antes de que pudiera siquiera procesar esa extraña visión, otro ruido captó su atención, se llevó la mano al pecho sobresaltada y recordó que en las últimas semanas se habían producido robos en el vecindario. Corrían malos tiempos y la gente hacía lo que podía para sobrevivir.


La ansiedad se apoderó de Rosa, le costaba respirar y empezó a hacer inhalaciones fuertes tratando de mantener la calma. Empuñó fuertemente el cuchillo con el que estaba cortando las nubes de azúcar y se dispuso a defender su hogar. No consentiría que nadie estropeara ese día tan especial a su princesa.


No había dado ni dos pasos cuando notó una presencia, una respiración a su espalda. Intentó correr, pero sintió como la agarraban por la cintura y le tapaban los ojos. Con el corazón encogido por el miedo, reaccionó soltando manotazos a diestro y siniestro, tratando de escapar de las garras de aquel desconocido. Con un movimiento más propio de Bruce Lee que de ella misma, le atizó un codazo en la cara y le clavó el cuchillo en el abdomen. Incapaz de mirar al agresor, salió corriendo hacía el salón con la idea de alcanzar el teléfono para avisar a la policía.


Con los nervios a flor de piel, se escondió tras el sofá y llamó al 112. Una locución le respondió al otro lado y le pidió que se mantuviera a la espera, las líneas estaban saturadas. Histérica, le gritó al teléfono, ¡¿Cómo podía estar un número de emergencias colapsado?! ¡Madre de Dios!


Rosa se fijó en sus manos asustada, estaban cubiertas de un líquido espeso de un color rojo carmesí muy intenso, se había manchado la camisa y el pantalón también. No recordaba la sangre de ese color tan brillante y se quedó embobada, moviendo las manos frente a sus ojos mientras la sangre goteaba hacía el suelo. Aquello parecía la matanza de Texas y Rosa no entendía cómo se había manchado tanto con la sangre de un extraño. Además, se sentía muy mareada y cada vez le costaba más pensar con claridad. Tremendas explicaciones debería dar a la policía cuando llegasen, bueno, si conseguía que alguien respondiera al maldito teléfono.


Todavía escuchaba ruidos. «¿Quizás había más gente en la casa?» pensó y en un acto estúpido, salió del rincón donde se había escondido y a cuatro patas recorrió la casa. El desconocido ya no estaba en la cocina, pero había dejado un rastro de sangre bastante escandaloso por el suelo. Lo siguió hasta el baño y lo encontró tendido en el suelo bajo un gran charco de sangre con una toalla taponando la herida, empuñando un cuchillo a modo de defensa… ¿hacía ella?

Rosa lo miró confusa, tenía la cara desfigurada y totalmente cubierta de sangre, el codazo debía haber sido fuerte. Se sintió culpable, ella había causado todo aquello y no se consideraba una persona violenta. De repente, una pequeña mano fría la tocó por atrás, se giró y vio a otro intruso, pequeño, parecía una niña y temblaba como una hoja. No la reconoció, otra desconocida pero… había algo familiar en ella. Aquello la confundió más aún. Asustada y abatida, se dejó caer al suelo, sujetándose las rodillas con los brazos, meciéndose, mientras intentaba calmar su agitado corazón. Gritó de rabia y frustración hasta que incapaz de soportar más tensión, se desmayó sobre el frío suelo del baño.


Si la fuerza de voluntad de Rosa hubiera sido más fuerte, no se habría comido los Muffins que Marta había cocinado con ese ingrediente “especial” capaz de ofrecer temporalmente, un poquito de emoción a sus rutinarias vidas. Y si no hubiera pecado con la gula, se habría dado cuenta que nunca hubo tal intruso, solo su marido que había regresado con su hija un poquito antes de la hora pactada para darle una sorpresa. Al final, había sido un día especial, seguro que la niña no lo olvidaría en la vida.

5 августа 2020 г. 10:23 2 Отчет Добавить Подписаться
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JR Jetzabel Rodriguez
La ostia, pero qué final, para flipar!!
CirKº ·. CirKº ·.
Genial, J! Te sigo!
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