De un delicado beso de tus labios, arrebatas la vida a una nueva víctima. Dejas que su cuerpo se desplome sobre la cama y te sientas a su lado. La contemplas; en el pasado la hubieras despedazado, impulsado por tu incontrolable sed de sangre; o eso crees. Has vivido por tantas estaciones que perdiste la noción de lo que es realmente el pasado. Ahora la sangre que se escapa por las comisuras de tus labios no produce ni una pizca de su viejo efecto; es simple alimento.
Oprimes los puños hasta que empalidecen más que de costumbre. Todo es culpa de aquella maldita niña; no recuerdas su rostro, el lugar donde la atacaste o el sabor de su sangre; pero rememoras su inocente voz preguntándote lo mismo cada noche:
¿Quién eres?
Ese fue el desencadenante. Esas simples palabras se introdujeron en tu corazón como gusanos en una manzana podrida. Y al igual que los gusanos, te devoran por dentro.
Por más que te esfuerzas hasta desfallecer, no logras hallar respuesta a esa pregunta. Eres un vampiro, amo y señor de la noche. Pero esa escueta solución no te satisface. Antes, en un tiempo en el que ni siquiera existía el ruinoso castillo en el que te encuentras, fuiste un hombre, un pobre mortal como aquellos que hoy son tu ganado.
Dejas de observar el cadáver y te pones de pie. Caminas por los oscuros pasillos del castillo absorto en los pensamientos que te atormentan. Quizá, si consigues descubrir quién eres, la sangre recupere su belleza.
Pero eso es imposible, al vivir por tanto tiempo no sólo has perdido los recuerdos, si no también tu identidad. Por más que te aceptes como vampiro, sin aquella pequeña parte que fue humana, jamás poseerás todas las piezas de tu existencia. La pregunta de la niña seguirá sin respuesta y la sangre será tan insípida como tu vida.
Te detienes frente a los escalones que permiten subir a la más alta de las torres. Pisas el primero y lo decides; cuando llegues al final harás lo que deberías haber hecho hace mucho tiempo atrás.
¿Pero cómo resolverás quién eres? Ya lo has intentado todo; brebajes, pociones y hechizos no poseen tal poder. Solo uno mismo puede lograr tal cosa. Si fueras un mortal tendrías la esperanza y la posibilidad de lograrlo. Juntarías los pequeños fragmentos de tu vida y los unirías para contemplar la imagen de tu completa existencia. Pero como vampiro puedes ir resignándote.
Liberas toda la frustración a través de tu garganta. El grito recorre el castillo y estremece sus alrededores. El último lamento que la tierra escuchará de ti.
Llegas a lo alto de la torre justo a tiempo; está a punto de amanecer. Al vislumbrar los primeros rayos de sol, lo que sí recuerdas, son las palabras de aquel viejo hechicero; a quien asesinaste iracundo al no revelarte la magia que te trasformara en ti mismo:
Ningún hombre ha sido nunca por completo él mismo, pero todos aspiran a llegar a serlo, oscuramente unos, más claramente otros, cada uno como puede.
Cuánta razón poseían sus palabras.
Incapaz de sufrir semejante tormento por toda la eternidad, permites que la luz te devoré y la brisa esparza tus lamentos en forma de cenizas…
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