—¡Daniela! ¡Lo arruinaste! —lloriqueó Martina mirando su dibujo, una bola de ojos grandes, bigotes pequeños y orejas de gato.
—Yo no arruiné nada. —se defendió Daniela sentada a su lado en el piso.
—¡Sí que lo hiciste! ¡Me moviste y ahora me quedó feo!
—¡Yo no te moví! —Daniela levantó la voz. Era siempre lo mismo. Estas peleas solían escalar rápido. Y lo peor era que, contrario a la tradición de riñas entre hermanos, la peligrosa era la más chica.
—¡Sí lo hiciste! —Levantó su pequeña mano en cuanto terminó su grito desgarrador.
—¡Eh, eh, eh, eh! —Lourdes estaba acostumbrada a estas peleas. Lo que no quiere decir que siempre las manejara de la mejor manera.
Pero hoy era un día especial.
Con una mano en la cintura y un dedo levantado, se paró entre medio de las dos niñas, obligándolas a poner un poco de distancia la una de la otra —¡Esta pelea se termina a-ho-ra!
—¡Pero ella--!
—¡Pero nada, señorita! ¡No te quiero ver levantándole la mano de nuevo a tu hermana! —Se giró para mirar a Daniela—. Y vos, hija, mantené la distancia así evitamos este tipo de problemas.
No es que Daniela quisiera arruinar el dibujo de su hermana. Lo más probable era que ni estuviera prestando atención a la pequeña. Pero ella sufría de una condición muy común, que Lourdes llamaba de “un caso serio de hormigas en el culo”.
No importaba la superficie. Daniela iba siempre a buscar recostarse, girar, levantar los pies y torcer su cuerpo de cualquier manera.
Y así fue como acabó pateando a su hermanita y haciéndola dibujar un trazo no deseado.
Las dos niñas bajaron la cabeza. La mayor con una mueca triste en los labios y la menor destilando rabia con los ojos y concentrándola en sus pequeños labios fruncidos.
—¿Saben qué? —Las dos miraron a su madre. La duda dibujada en su rostro—. Es hora de cambiar el aire de esta casa.
Fue a la computadora, conectada a su televisor, sintiendo las miradas de sus hijas clavadas en su nuca. Abrió un navegador, escribió la url, y YouTube apareció junto con la sonrisa en el rostro de las dos pequeñas.
Las voces empezaron a sonar y las dos niñas se pusieron de pie saltando con gritos de alegría. A tiempo con la guitarra, Lourdes se gira, agachándose y moviendo la cabeza mirando de una a la otra.
—¡Vamos a bailar, chiquitas!
Las tres se movían al ritmo de la música, cantando con su mejor inglés junto a YouTube. Y, por lo menos, en ese instante, todo estaba bien. La preocupación yéndose de Lourdes como el jabón cuando se lo pone bajo el agua.
Ya mañana se preocuparía por el hecho de que los edificios estaban en llamas, no quedaba nadie cerca y en su patio corría un río de lava. Hoy estaba con sus hijas, viéndolas reír, y eso era lo que importaba.
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Este relato cuenta la historia de una madre que regaña a sus hijas por estar discutiendo, partiendo de una premisa familiar con una encantadora escritura, ha logrado plasmar una gran historia, con un final inesperado y bastante genial. ¡Recomendado!
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