Dile a los segundos que no corran, para este reloj,
Dile a las flores que mantengan su aroma que perfuma,
Dile a las tardes que a su encuentro con las noches,
es en ese beso en el que te imagino,
Dile a las arenas de los tiempos que corren en pausa, sin pausas.
Que amarte es el único tiempo en el que vivo.
Dile a las costas celosas y a las lejanas pléyades de los oscuros cielos,
que más lejos, mucho más lejos que su estancia por ti iría.
Dile a las luciérnagas de este nebuloso camino que es quererte,
sin aún alcanzarte, que no se cansen ahora,
a ellas les he pedido arder por mil años, y de no ser posible,
que descansen las ardientes en la absoluta confianza,
que aun a ciegas y en la más incierta y densa de las tinieblas,
mi corazón me guiará como un faro roto a tus latidos.
Dile al viento que no se canse, que si con toda su fuerza se hace mi enemigo,
yo seguiré a buscarte, hasta desleírse el alma, si así fuera.
Dile a la esperanza que si siente húmeda es mi corazón sangrante,
que antes que desfallecer se fortalece en ella.
A la luna, mi hermana vigilante,
a ella dile en esta noche negra que le agradezco
las noches en las que me regalaba teas.
A la mar encrespada que tambalea y se aíra,
a la sórdida roca en que me apoyo errante,
A las bandadas frágiles de las golondrinas,
a las rosas que secan al llegarse la tarde,
A las frías auroras y al sublime rocío, a sirenas calladas y caracolas pardas,
A la virgen que llora y al fiel en su extasío que deposita flores a su yerta mirada,
A ángeles del cielo, del azul, que no es mío,
cuéntales que te quiero y que a ti voy sin falta.
Saris Beneretzsem
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