El libro de los recuerdos siempre está abierto. Con un bolígrafo entre mis dedos anoto cada momento importante que encuentro en la cotidianidad, para darle forma a mi efímera existencia. Mi oído zumba al ritmo de la tinta que impregna el papel como si fuese la última página. La vida es curiosa, ¿no es así? No es algo que se espera, es algo que simplemente aparece. Sin darnos cuenta, antes de estar consientes, estamos vivos.
Lo opuesto a la vida es la muerte. Una afirmación obvia. Sin embargo es tan similar a la vida. Una inicia y la otra le pone fin, y sin aviso dejamos atrás el libro de nuestros recuerdos. ¿Acaso tenemos miedo a desaparecer de este glamoroso mundo? ¡Es ridículo! No sabíamos lo que es vivir y ahora tememos perdernos en el oscuro abismo, lejos del contradictorio e injusto mundo real.
El miedo, el dolor y la oscuridad son virtudes de la muerte. La fría y misteriosa camarada que todos llegaremos a encontrar en algún momento. En ese momento. Cuando el último aliento se escape de nuestra boca y todo quede atrás como si nunca existió. ¡Hagamos las paces! ¿Qué esperabas? ¡Estás muriendo ahora! El bolígrafo se queda sin tinta y las páginas están manchadas con lágrimas rojas que se desangran sobre el escritorio.
No es miedo, es un juego en el que se olvida todo lo escrito. Tantos recuerdos que terminan arrugados en la papelera de mi habitación. ¡Escúchame! ¡Por favor! ¡Todos ustedes! ¡Vosotros! Deseo con cordialidad la oportunidad de volver a encontrarte. Lee lo que he escrito. Lo cual no es más importante que un pedazo de papel en blanco. Te presento con gran honor lo que he perdido: mi impertinente decadencia.
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