Al abrir los ojos pude verme a mí mismo parado a un lado de lo que después advertí que era una especie de mesa de autopsias. El otro yo permanecía inmóvil, viéndome con mis ojos, pero de una manera fría, como nunca antes habré visto a nadie. Luego de un rato, entró a la sala un hombre vestido de blanco y comenzó a realizar cortes en mi cuerpo. El otro yo observaba, con una sonrisa espeluznante en el rostro mientras era diseccionado. Nunca fui tan consciente de lo mucho que me odiaba.

Sí, yo maté. mi padre. Tomé el cuchillo de la cocina y lo destripé. Él me lo pidió. De no ser yo, ¿quién de todos modos? Debía sacarle el parásito que tenía en la barriga. Era una cosa horrible, de más de un metro de largo. Yo le arrojé agua bendita, como me explicó la anciana. Y se calcinó allí mismo. Poco después, me senté en el mueble y esperé a la policía. —¿Esa es toda su confesión? —Lo es. —Necesito saber dónde dejó a la muchacha. —Está bien, lo volveré a hipnotizar

Estoy soñando que soy un personaje en el sueño de una mujer vieja. Ella cada vez duerme más y yo paso mucho tiempo en sus sueños, por lo que apenas puedo ver a mi familia y me despidieron del trabajo. Ayer estuve seis horas corriendo sin parar alrededor de una cabra. Ahora estoy gateando desnudo en el piso, mientras la anciana me mira y me teje una bufanda. ¿Qué pasará conmigo cuando ella se muera? No me voy a quedar a averiguarlo, tengo encontrar la salida.

Siempre he pensado que el hombre es débil a mostrar sus sentimientos, incluso a su propia familia. ¿Siempre? No, fue por algo que enamoré a mi esposa y me volví el ejemplo de mis hijos. Creo que maduré tarde, cuando el mundo ya había consumido mis esperanzas, dejándome por delante la miseria, un mundo triste. A pesar de eso, no pude contener las lágrimas y abrazar con fuerza a mi familia mientras susurraba. —los amo. Por las ventanas entraron los zombis, y nos despedimos cómo una familia.

Él y yo estábamos acostados en el verde césped de la padrera, disfrutando del atardecer cuando me preguntó. —Si un mago te concediera tres deseos ¿Qué le pedirías? Yo le miré y sólo le respondí que solo le pediría un deseo. —¿Enserio? ¿Y cuál sería? "Que mis problemas desaparecieran" respondí, él solo sonrió. —Es un buen deseo –me dijo. Aquella fue la última vez que lo vi en mi vida. Supongo que fue mi deseo.

El atardecer sobre la terraza de la academia era tan hermoso y acogedor, era un sueño de verano, frente a la luz cada vez más opaca del sol, aquella señorita de medias largas, sonriente y enamorada. Solo le acerqué apenado una declaración de amor que ella leería frente a su servidor, una sonrisa humana en su rostro apareció, junto al "aceptó" arrumbado en mi corazón. —Despierta. Una voz carcelaria me dió la señal para dejar de soñar con algo que no iba a pasar ya que esa dama murió por mí.

Támara le devora el brazo a Orlando. Él gira sobre sí arrastrándose a lo agreste. Támara se pinta la cara con la sangre y engulle la carne. Orlando la ve "suspendida", se quita la camisa para hacerse un torniquete. Veloz, feroz, voraz, Támara escapa de la luz eléctrica de esa abandonada calle. Orlando está solo, corre al edificio triangular. En la puerta, gracias al olor, lo intercepta su amor. Él la mira. Ella lo observa. En las escaleras del templo se devoran los dos.

Cierro los ojos en esta oscuridad iluminada. Las voces son colores. No existen destrucciones. La única regla es soltar tus cadenas Un ritmo define la tonada. Cada palabra es un gesto. Castillos de cristal que se rompen con un beso, al  simple toque de una verdad, sonará una canción. La verdad errática atrapada a unos pasos de tu destino. Muchos no consiguen aguantar, tu si?

Alabamos al viento y a sus tonadas claras Cada cual al mismo tiempo. Únicas, diferentes e iguales. Cada uno de la mano, que chillen las cuerdas vocales, que el teatro se levante, que el público aplauda. Que las voces rían, que los ojos lloren, que las luces se apaguen y que todos griten, que el espectáculo limpie tu alma y expire nuestros pecados

A modelo de dios, bajo la luna llena, tendemos todos en cuenta la perdida inocencia Cuento tras cuento, balada tras son. Yo te digo adiós. "No", esa es la respuesta, "no", es esa la directa. Iremos volando, bajo tu luz que se diafragma, tocaremos arcoiris y, al final del vuelo, volveré a la oscuridad de la que obligaste a saltar. Pero sin nunca olvidar que la esperanza no se pierde Y el olvido como siempre, se encargará de eso: Olvidar

Conté la misma historia de siempre, sabía que algún día se aburrían de ella, pero no lo hacían. Me volví en el comediante más aclamado en sus televisores, iluminando todos los viernes los grises días de descanso. Donde caminará era saludado, querido y alabado, era solo una leyenda viviente. Pero, me cansaba de ello, de ser el bufón, el arlequín, el cuentacuentos del país, quería salir. Pero desde que pise el país y saludé de mano a su líder, fue apresado allí, a contar chistes hasta el fin.

Susana luchó con brío contra el viento que tenía la intención de robarle el paraguas. Ahora llegaría tarde a su primera clase de literatura, aunque sólo diez minutos porque las calles de Santiago estaban vacías. La gente es soluble bajo la lluvia. Llegó a Baquedano, corrió tres cuadras, entró por la puerta que ya no custodiaba ningún guardia. Cuando vio el salón se encontró con un montón de prendas dispersas en el suelo. -Qué giro- le dijo un sombrero, y Susana se disolvió. El paraguas cayó.

Su ojo diminuto me saluda desde la puerta. Yo lo veo, pero no me acerco. Él insiste, de nuevo, en ser amigos. Quiere que seamos amigos en la madrugada. Oigo sus dos patas en la cerámica, pues acaba de entrar en la habitación. No me asusto, aunque su tamaño es para temer. Entonces, su pico hala mi sábana, tiene frío. El hombre-kiwi se acurruca a mi lado y acaricio su plumaje. Las sombras nos rodean y nuestros corazones, conectados por la soledad, laten. El hombre-kiwi duerme sin frío.

—No te preocupes, mi niña... Tus padres y tu hermano tuvieron que partir, pero yo estaré aquí para cuidar de tí. Fue lo que le dijo aquella dama de sociedad a mi hermanita justo después de asesinar a mis padres y ser arrastrado por sus sirvientes sobre el charco de la sangre de nuestros progenitores. Quise gritarle a mi hermanita para que se alejará de ella, pero no pude, mis cuerdas vocales cortaron y mi boca fue cocida. Después de arrojarnos al sótano, no supe más de mi hermana.

La noche es un aullido. La luna, seca pasa, estancada y fútil. El óvulo que pretendo fecundar, nadar hacia arriba, entrar en un cráter, dormirme sentado, soñar una película muda. El aullido es cada estrella, un grito desaforado, una luna que no baja. Dos ojos lloran cristales. Soy un lobo que no necesita cazar. La presa: yo. Me devoro bajo la luz cinérea, mastico recuerdos, memorias con uñas. Tengo pelaje, calor. El óvulo se derrama. Hay unos rayos. Bajo mis persianas. El día es un ataúd.

Solo era una casa derruida, desgastada y sumida en la miseria, escondida en los bosques fríos de una extraña tierra. No sabía que era lo que me atraía en sueños a ese lugar desde que era pequeño, escuchando gritos desgarradores dentro, siempre huía en mis sueños. Conocí el lugar en la vida real, en una expedición de amigos en los bosques perdidos de quién sabe dónde. Descubriendo entonces la razón de mis pesadillas, eran gritos reales en sueños de los que me di cuenta al contar tantos huesos.

Nada ni con quién estaba allí le produjo algún sentimiento de remordimiento. Los callejones estaban vacíos, con su sola presencia y la de otro ente en medio de un suplicio causado por él. —Dí tus últimas palabras —ordenó. —Sé que me dejará entrar —manifestó. —No puedo, debo destruirte. —Usted me necesita más que nadie. He visto sus ojos perdidos. Las miradas se entrelazaron y por primera vez hubo remordimiento. La dejó entrar en él. No pudo deshacerse de la esperanza... Le gustó.

Quería dar una explicación de todo lo que hizo mi amiga para protegernos de ese hombre que nos secuestro. Para la policía era una historia fantástica, para mí era la realidad de una historia retorcida en que ella y yo terminamos sin quererlo. Fue lo más doloroso que vi, ella fue torturada, maltratada, cortada y hasta abusó de ella, pero ella era más fuerte y logró asesinarlo. La sorpresa fue que, los policías me insistían que, mi amiga murió hace tantos años y que sólo yo estuve atrapada.

- ¿Desde cuándo has estado espiándome? - Lucas suspiró con resignación. - No puedes hacer eso, Amy. Sé que no soy lo que esperabas, que prefieres entregarte al mundo para que te maten antes que enfrentarte a mí ¿Y qué si eres diferente? No me importa que seas un monstruo, solo quiero que no te escondas. Y por primera vez en mucho tiempo, vió esa mirada en sus ojos gatunos. La esperanza, pero inmediatamente fue reemplazada y una risa siniestra brotó por los delgados labios de la chica.

No recuerdo que la playa fuese negra, ni que las olas estuviesen teñidas de rojo. ¿Así olía el mar? No recuerdo el cielo tan verdoso, ni el graznido de las gaviotas tan grave. ¿Por qué no dejamos huellas en la arena? Tú sí pareces la misma… ¿O quizá es solo un recuerdo? Te seguí por amor hasta aquí, pero… ¿A dónde me has traído?

Siempre me he preguntado ¿Por qué el mundo me odia? Yo no pedí ser lo que fui y menos que me alejarán de todos. ¿Y qué sucede si fui el resultado de una relación que resultará aberrante par el mundo? Eso no significa que yo fuese un monstruo. Me he acostumbrado a actuar de esa manera, cómo la gente piensa que actuaría y estoy cansado ya de eso. Así que te pido de favor, termina ya mi sufrimiento, mi tormento para poder renacer de nuevo. Te lo pido de todo corazón, Teseo.

—¿Qué harás hoy? Son escasas las oportunidades para decidirte. Me susurró al oído empecinada a atormentarme. —Deja de jugar conmigo o abstente a las consecuencias —volvió a dejarse escuchar—. Recuerda que mañana cumples años, cada día envejeces más y no te decides. Nadie se fijará en ti —insistió, con su ser abstracto y bravío. —Déjame en paz, ya he decidido. No te temo. Me amo, no necesito a nadie más que a mí. Le manifesté con convicción y neutralidad a ella: ... la soledad [...]

Las cicatrices nunca sanan y yo lo sé. ¿Me creería si le digo que cada día que pasa queda grabado en mi carne como pintado por un cincel? Es curioso mirar mi reflejo y no encontrar nada propio en él; a pesar de que en mi cuerpo no está escrita otra vida más que la mía. No, ya no duele cuando aparece algo nuevo; es más, hasta me ayuda a recordar que sigo con vida pues hace mucho que mi ser dejó de sentir. Las cicatrices son historias que nunca sanan; y en mi caso sólo un surco más en mi piel.

En algún lugar del mundo, un niño abre una ventana. Una ventana de música, risas y colores. Al otro lado hay un mundo hermoso y extraño, dónde el cielo se pinta con crayones y las flores cantan canciones de cuna. El niño extiende la mano hacia él, aunque ya no es un niño. Es un adulto que no se ha olvidado de soñar.

Lo envolví en una toalla para que alcochara; luego lo metí en una bolsa para sandwich, para que no le pasará nada; al final del día me di cuenta que nada le pasó. No debí sacarme el corazón.