Debería odiarlo, cada fibra de su ser le decía que debía de odiarlo, pero había algo más. Algo más fuerte y profundo que el odio que la impulsaba a acercarse a él una y otra vez. ¿Merecía la pena echarlo a perder? Sin saber muy bien qué hacía se acercó más a él, apretó su mano con fuerza y depositó un beso en sus labios. Suave y ligero como una mariposa. Temeroso e inestable como un animal agazapado en las sombras.

Estaba allí cuando abrió los ojos. Llevaba un vestido blanco que caía libre desde la cintura hasta los pies y contrastaba con su oscura piel de ébano. Su cabello plateado caía en ondas desordenadas y llegaba hasta su cintura. Nada en ella parecía normal, pero era su mirada lo que más llamaba la atención. Sus ojos color plata que podrían haber paralizado a un hombre en el acto. «Mirada de Plata», recordó Rob por un instante.