"Clonc, clonc". Aquel tortuoso sonido; y todos alrededor huían despavoridos. "Clonc, clonc". El horror se apoderaba de todos los que sabían lo que ocurriría después. "Clonc, clonc". Que los niños se escondan y sus padres recen, pues el ángel verdugo descendió para limpiar el pecado y cubrir la ciudad de sangre y justicia divina. "Clonc, clonc". El martillo golpeaba la cacerola y su rostro permanecía siendo un enigma, pues la cacerola lo cubría; la purga celestial debía dar comienzo.

Y bajo la Catedral de Benevento se ocultaba el segador. Esperando paciente a que una torpe alma reclamarse su presencia y ascender, ascender a la superficie y arrasar con el pueblo. La calma se transformaba en terror cuando el segador aparecía; y de nuevo se hacía la calma cuando éste arrebatada hasta la última de las vidas condenadas a la extinción. Entonces el segador regresaba a su letargo, bajo la catedral, esperando a que de nuevo su momento de oficio se hiciera presente.

Mis pulsaciones no hacen más que acelerar. Mi respiración es irregular y me empapa el sudor. Jamás había imaginado que un horror como este se apoderaría de mí alguna vez. Me gustaría huir; levantarme de la cama y salir corriendo lo más rápido posible, pero sé que sería inútil. Tan solo puedo permanecer inmóvil, rogando por qué esto acabe; que se canse y se marche. Ya han pasado horas y ahí continúa, colgado del techo, mirándome fíjamente. Esperando a que yo huya para abalanzarse sobre mí.

El día en que la Tierra se abra en dos y engulla a todos, ella llorará. El día en en que la Tierra se abra, ella temerá por su vida. El día que ocurra, ella gritará, gimirá y se arrepentirá de todo mal. Ella entrará en pánico, se dejará caer al suelo hecha un ovillo, y suplicará. El día en que la Tierra se abra en dos y engulla a todos, ella reirá, cantará y se sumirá en la más profunda felicidad; pues sabrá que habrá sido culpa suya.

El primer día, el dolor era insoportable, pero podía hacer mi vida normal. Al segundo día, me di cuenta de que hacer mis ejercicios de fuerza estaba totalmente descartado. Al tercero, ya me empezaba a costar incluso comer solo. Hoy es el cuarto día, y es cuando más afligido me siento. Ya no puedo volver a tocar mi guitarra. Pero lo que más me preocupa es: cuando mañana acabe con la derecha, ¿cómo me cortaré los de la izquierda?

Siempre me gustó la carne muy hecha. Y eso resultaba ser un incordio cuando era niño, pues mi madre siempre la cocinaba muy poco, con suerte al punto. Sangrante, prácticamente cruda. Es por eso que desde que me independicé, cada vez que la preparaba, me aseguraba de que la carne estuviese muy pero que muy bien hecha. Incluso quemada, no me importa. Adoro el olor de la carne muy hecha. Pero cuando es tan vieja, el aroma deja de ser tan agradable. La próxima vez, lo haré en un orfanato.

Me encantan mis máscaras. Tengo una gran cantidad de ellas, las cuales he ido adquiriendo con el paso de los años. Es con mucho esfuerzo y dedicación que he podido reunirlas con el pasar del tiempo, pero no se debe solo a mí. Agradezco a cada una de las personas que me han ayudado a engrandecer mi tan amada colección. Adoro el momento en el que me hago con una nueva máscara, su suave y fino tacto. Pero el olor a sangre y la sombría visión de un rostro sin piel, es bastante desagradable.