Unmomento insignificante en el que un gallo cantó, la luna era ausente cómo también lo era el sol. Allí morí tranquilo en la base del acantilado después de beber mis penas y darle una caricia a mí pasado. Así fue entonces en ese futuro cercano dónde la vida se encuentra con mi destino anticipado.

El perro negro de gran tamaño ladra lanzandose contra el portón, otro a lo lejos lo sigue pero con menos ira. Su respiración está agitada como su corazón y cansada como lo están sus piernas; el terror, un terror magnífico inunda sus pupilas dilatadas obligandolas a humedecerse. Da vuelta en una esquina desconocida para tratar de librarse pero no lo consigue, aún está allí detrás, siguiendo sus pasos tan leal y voraz como la muerte persigue a la vida. Allí está su sombra, allí está su verdugo...

El agua sale cristalina del grifo cromado del baño, la puerta abierta deja colar la luz blanca dando un poco de brillo a la habitación de oscuridad preponderante. Mis manos, algo temblorosas, se frotan suavemente bajo el chorro. Mi semblante permanece inmutable. Como un pavoroso despertador una lágrima comienza a quemar mi mejilla, veo el espejo y en el reflejo se ve aquel bulto oscuro causante de estas manchas carmesí.

Las pequeñas gotas en las afiladas hojas de los pinos brillan con el nuevo amanecer; desde ese cielo blanco aun caen muchas de aquellas. El frío se cuela irrespetuoso por entre los ropajes húmedos mientras que dar pasos o tan siquiera moverse en este hoyo lleno de barro se hace más complicado. Siento que el cadáver en la bolsa negra se está impacientando, será mejor que termine de cavar rápido

La suave arena se desliza entre mis dedos, llegan a mis oídos el tranquilizador sonido de las olas y el cantar de algún ave intrépida. Por fin he recuperado la paz. Veo mi cabello largo y enmarañado con la barba a juego mientras pienso en el tiempo que pase en esta solitaria isla. Pero ya nada de eso importa, ya me despegue de ese cuerpo famélico.