elbardo Brandon Lee Avila

Nocturnos es la recopilación de relatos cortos de ciencia ficción y fantasía que ocurren en mis sesiones de escritura nocturna. Se tocan temas varios y personajes que nacen como reflejos de varios sueños.


Fantasia Épico Impróprio para crianças menores de 13 anos.

#fantasia #ciencia-ficción #scify #epico
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Ewan Jin

La tarde no era igual de refrescante que en el templo, acá oscurecía mas lento y la brisa era más caliente. Sus oídos detectaron el lento y sutil deslizamiento de una de esas criaturas. Por fin la había encontrado, aunque no era exactamente lo que buscaba por esas tierras. «Las Geomi son fuertes de carácter», recordó; las palabras de su maestro le llegaban al oído, como si estuviera a su lado. Lo extrañaba, a veces, no siempre. Había aprendido bien, cuando es momento de callar es momento de actuar en la pasividad, solo así el cuerpo reaccionará como uno.


El hombre no era gordo, tampoco delgado, vestía distinto a los pielblanda de por esa zona, aunque no era una zona de pielblandas realmente. Traía encima una capa negruzca desgastada con bordados casi tan rojos como su cabello. Los bordados se dibujaban con forma de flores y serifas por toda su espalda. El color debía ser uno brillante, no obstante, el tiempo y el uso lo había apagado al igual que a su mirada. Sus ojos no tenían brillo, ni gracia, ni esperanza, solo algo blanco. El cabello amarrado le recorría gracioso por el cuello, tapando así las varias cicatrices que cargaba encima. El pantalón se extendía hasta sus tobillos; se amarraba con un cinturón grueso desde el ombligo a través de un firme nudo que evitaba que se le cayera; así mismo, por debajo del cinturón se guardaban también los filos de una gruesa camisa de gamuza gris sin botones que se cerraba en uve. En su pierna derecha tenía una pequeña cartera café de cuerdo amarrada.


«Siempre confía en el ‘Won’, este se viste de tus sentidos» repetía para si mismo nuevamente. Las palabras de su maestro le otorgaban cierta confianza. Cerró sus ojos e inhalo con fuerza el aire que le rodeaba a la vez que agudizaba el oído. Escuchó por segunda vez ese pesado caminar: uno, dos… cuatro pares de pasos. El aroma a cobre fundido y tierra era inconfundible. La Geomi estaba cerca, muy cerca.


Mantuvo su caminar, no era rápido, tampoco lento. Solo siguió su instinto, mantuvo a su mente calmada. Escuchaba a su maestro, el ‘won’ hizo su trabajo, la criatura ya lo había detectado. «Izquierda» pensó, pero se retractó, eso era propio del ‘jig’ más no del ‘won’, así que calló a su cabeza una vez más. La brisa le llego al rostro, su capa bandereo unos segundos. Tomó la extraña arma que se sostenía apretada a su espalda, por debajo de la capa. Un látigo negro, el pelirrojo lo sostuvo retraído con firmeza. La punta era una esfera del tamaño de una mano extendida, resaltaban afiladas espinas que sobresalían de ella. La mantuvo flotando con cuidado. Extrajo de su cartera un frasco no más grande que su meñique. Lo destapó y con cautela dejó caer cinco verdes gotas sobre la esfera espinada. Guardó el frasco y el ‘won’ le advirtió, sintió.


El sonido frío y agudo del látigo interrumpió la naciente noche en medio del bosque. En un sutil pero ágil movimiento aquella punta golpeó como un relámpago un par de los muchos ojos de la Geomi. El hombre, al tiempo que atacaba, se movía con flexibilidad esquivando la embestida con gracia. Evitaba pensar, solo sentía. Su mirada apagada ahora tenía un brillo, un rojo interior: sed, tal vez ira… fuego.


La Geomi se dio vuelta, aquel golpe la había dejado parcialmente ciega, le dolía, los chillidos la delataban. Sangre azul oscura goteaba suavemente pintando la tierra húmeda. Sus patas peludas estaban intactas, sus colmillos gruesos y sobresalientes chasquearon. El hombre tenía dos brazos y dos piernas, la Geomi, si de extremidades se tratara, le superaba con el doble. Pero el hombre tenía algo que ella no. Ese fuego.


La criatura corrió velozmente con las dos patas delanteras extendidas hacia arriba. Sus otras seis extremidades le daban no solo estabilidad sino que también una velocidad impresionante. El hombre volvió a atacar, se escuchó otra vez el sonido característico del látigo rompiendo el viento. Golpeó a la geomi en los colmillos, estos resistieron. Con otra maniobra seguido de una pirueta, el látigo regresó ágilmente, la punta dio vuelta por encima de la cabeza de su amo y se disparo una vez más de frente hacia la criatura. Esta vez la obligó a detenerse, no solo eso, le costó una de sus patas frontales. La destrozó.


—¿Qué clase de pielblanda asquerosa eres tú? —espetó furiosa la Geomi en el idioma de los pielblanda.

El hombre se mantuvo en silencio unos segundos, no respondió, no debía, si lo hacía, el ‘jig’ entraría en el combate y eso era una desventaja. No podía permitírselo pero ese fuego interno, esa ira y esa sed lo convenció. De igual forma, ahora mismo el combate estaba ya decidido.

—Soy solo el pielblanda que te asesinará —respondió en la lengua de los insectos con una sonrisa de satisfacción perversa. No era el mejor con las frases, su maestro era mucho más diestro con aquello, daba igual. De todas formas había pasado el tiempo suficiente.


La Geomi se preparó para atacar una vez más. Un espantoso alarido fue expulsado por la misma, se dio vuelta y cayó de espaldas con dolor. Sus patas, siete ahora, se retorcían y temblaban luchando por contener el sufrimiento y la agonía. Poco a poco, mientras el lamento se disipaba, sus extremidades se retraían como cuando cierras los dedos para formar un puño.

El veneno nunca fallaba y el hombre estaba complacido. Era veneno de una especie rara y letal de ‘Gwedo’ que habitaban en sus tierras, bastante lejos de donde se encontraba ahora.


Se acercó a la inerte criatura la observó, el veneno de esta Geomi no era bueno. No valía la pena tomarlo. Enrollo su látigo, de su cartera tomó un trapo y limpió con mucho cuidado la ensangrentada esfera. Volvió a guardar el arma, la apretó contra su espalda baja, el mecanismo de gancho retráctil de su clan nunca le había fallado, aunque en un principio le costó acostumbrarse, solía sentir que el látigo se le iba a caer en cualquier momento. El rostro del hombre esbozó una mueca, casi una sonrisa, recordaba su tiempo como estudiante del camino Chaejing, a su hermano, su maestro y su hogar.


«Todos somos ceniza, polvo y tierra, debemos volver siempre al camino» dijo imitando de buena forma y con respeto a su maestro. Sacó otro frasco, uno con un líquido azul, bebió un sorbo, no se lo tragó, lo mantuvo en su boca. Hace años que se había acostumbrado a su sabor amargo y pesado, ahora ya no era un problema. Respiró con fuerza una vez más, permitió al oxígeno penetrar sus fosas nasales; infló sus pulmones y los cachetes, acto seguido, escupió con ahínco sobre la Geomi muerta. El líquido se convirtió en fuego mientras salía expulsado de la boca del hombre. Una llamarada que duró unos cuatro segundos iluminó parcialmente el bosque. La criatura empezaba a encogerse y calcinarse. Una de sus patas cayó al suelo, crujió un poco. El hombre miraba fijamente la escena, no quería que el fuego se escapara y que todo el lugar terminara en llamas.


—¿Cómo llamaban los de estas tierras a las Geomí? —se preguntó, divertido —. Ah, si… Ocho Brazos, me gusta, aunque es un poco largo.

3 de Junho de 2020 às 02:36 2 Denunciar Insira Seguir história
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Cris Torrez Cris Torrez
interesante sigue así!!!
July 31, 2020, 12:42

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