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UN VERANO EN EL HUILA

Alfonso Ortiz Sánchez.


Era el mes de julio de un año de intenso verano. En Neiva la temperatura llegaba, al medio día, a los 42◦C. El calor insoportable hacía que, en los viajes, las personas prefirieran los buses con aire acondicionado en donde, a veces, la temperatura bajaba tanto que los pasajeros tenían que cobijarse como hacen los europeos en invierno. Viajo de Neiva a Garzón en una Kia y obsevo con tristeza la vegetación casi muerta, por lo que el paisaje se extendía por todo el valle del Alto Magdalena sin ninguna marcha verde, y en cambio el color café oscuro abundaba, y los árboles eran tristes chamizos sin ninguna hoja en sus ramas. Solo resaltaba el color blanco, muy blanco, de los inmensos algodonales que se extend ́ıan en la llanura.


Este triste y melancólico paisaje se complementaba con la presencia de vacas con la piel reseca, y tan flacas como las que muestran la televisión en las lejanas y áridas tierras del Africa subsahariana. Triste era el paisaje, y triste se observaba el rostro de los famélicos labriegos que desafiaban con valiente espíritu opita los rigores del prolongado verano, y de las altas temperaturas. Pero de pronto, por efecto del frío del vehículo, como por arte de magia, me transformo, y mentalmente me traslado a las tierras del valle del Danubio, en pleno invierno, en Rumania. Ya no había tristeza de verano, tan poco había sol ardiente, ni blancura de los algodonales; de pronto me pareció que esa tierra opita que recorría, padecía los abruptos rigores del invierno europeo. De mi visión se borraron los algodonales; en cambio, ahora, veía nieve, blanca y cristalina, por todas partes. Los árboles se habían secado por efecto de las bajas temperaturas. El poncho de los labriegos se convertía en un grueso abrigo, y el sombrero era un gorro para protegerse del intenso frío, y de la infinita lluvia de nieve. Los algodonales se transformaron en bosques cubiertos de copos de nieve, y de la oscura profundidad boscosa en vez de vacas parecían salir hambrientos lobos que avanzaban hacia la montaña a devorar las cabras negras de los Cárpatos. De pronto el vehículo se detuvo, y volví a la realidad. Asombrados, los pasajeros se bajaron y vieron una vaca muy flaca, parada en la mitad de la carretera, que no se movía ni con el ruido del pito del carro, ni con el silbido de pasajeros expertos en cuidado y manejo del ganado, ni con piedras que algunos chicos le lanzaron. De repente alguien del grupo de pasajeros se acercó y vió, con asombro, que la vaca estaba muerta. La vaca estaba parada y estaba muerta. El pavimento hervía.

5 de Maio de 2020 às 00:03 2 Denunciar Insira Seguir história
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Fim

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Francisco Rivera Francisco Rivera
En todo hervor existe su propio horror; la imagen de la vaca nos recuerda todas las infinitas posibilidades de conjugar la materia dentro del inescrutable universo de creaciones propias. Grata lectura y disfrute lector ante tan formidable creador: ¡Muy recomendable, amistades lectoras!
September 10, 2021, 18:10
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