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Avena

Mientras el cielo se cubría de un manto de oscuridad y un sonido profundo resonaba desde las entrañas de la tierra, Hal miraba la lluvia de ceniza gris que empezaba a cubrir las calles con un solo pensamiento en mente: avena.

Y no cualquier avena.
La avena que su abuela solía prepararle de niño y la que era la cura para todos los males habidos y por haber.

¿Estabas enfermo? Avena.
¿querías un postre? Avena.
¿Estabas triste? Avena.

En donde otros veían con desesperación como el mundo que conocían se iba extinguiendo para dar paso a una cascara de inevitable misera, él solo podía pensar en esa dulce avena especial que tenía el poder de borrar todos los miedos e inquietudes del mundo.

Ese recuerdo fue lo único que ocupó su mente mientras la muerte y la desesperación se metían bajo la piel de los hombres como miles de pequeñas arañas negras, cubriendo sus ojos y corazones hasta envenenar por completo sus almas.

Nada de la humanidad había quedado, el miedo al inminente final transformó a cada ser en un monstruo sediento de la más mínima esperanza.

Caos, histeria, anarquía y muerte.

Era lo único que el mundo ofreció por meses, la supervivencia paso a ser simple egoísmo y esas bestias sin rostro, que en algún momento fueron humanos, terminaron matándose entre sí más rápido de lo que la inevitable amenaza que los acechaba lo hubiera hecho.

Los impacientes se suicidaron.
Los misericordiosos mataron a quienes amaban.
Los idiotas esperaron la salvación divina.
Y los infelices cumplieron con sus más oscuros anhelos para recibir a la muerte sin arrepentimientos, solo para darse cuenta de que la muerte tardaría más de lo previsto y que, mientras esperaban, la culpa les carcomería por dentro como gusanos hambrientos, haciéndolos recordar en la penumbra una y otra vez los pecados imperdonables que habían cometido.

En tanto Hal se puso a cocinar.

Aun cuando el caos azotaba su alrededor él se centro es buscar los ingredientes para su avena, cosa que no fue nada fácil, los supermercados estaban vacíos, los alimentos eran escasos y lo poco que había era defendido con uñas y dientes.
Encontrar chocolate le tomo meses, canela y azúcar ni mencionarlo, pero lo más difícil, y lo último que le faltaba a estas alturas, era la leche.

No le molestaba que le robarán su comida o sus mantas, ni siquiera cuando estuvo a punto de morir de hambre, simplemente se limitaba a seguirlos con la mirada con una tacita y parsimoniosa indiferencia.

Eso sí, nunca perdonó que alguien tocara los ingredientes de su avena, mato a todos quienes lo intentaron, pero, a diferencia de los infelices, él no sentía remordimiento, eran ellos los que no entendían lo importante que era reunir todos los ingredientes y preparar su avena.

Pasaron casi dos años para que tuviera todo lo que necesitaba, su rostro ya estaba raído por el grueso polvo vidrioso suspendido en el viento y uno de sus ojos ya no servía producto de la ceniza, pero no le importaba mucho, ese día por fin comería su avena.

Preparó una pequeña fogata dentro de un edificio comercial abandonado y se dispuso a cocinar.

Recordaba con una claridad imposible todos los pasos que le había visto hacer a su abuela miles de veces, pasos muy importantes porque si no se seguían podía cambiar el sabor de su avena.

Primero era preparar la leche, se ponía en una pequeña olla y con una cuchara se agregaba el cacao en polvo, había que revolverlo bien para que no quedaran grumos, luego venía la canela, en palito, no en polvo, algo muy importante, después el azúcar, dos cucharadas.

Todo se revolvía con cuidado y se añadía la avena, se volvía a revolver, y se ponía al fuego.

Pero la cosa no terminaba ahí.

Se debía poner pequeños trozos de chocolate en barra, o chispas, mientras se calentaba para que se fuera derritiendo en el proceso.
Y se seguía revolviendo lentamente, pero debías vigilar bien para que la avena quedara blanda y no se quemará en un descuido.

Pese al frío que le calaba los huesos por la lluvia negra que caía fuera del edificio, Hal sonrió, cómo no lo había hecho desde que el mundo se paralizo, al sentir el tibio aroma de la leche, la canela y el chocolate.

Al sentir el dulce sabor de la avena su corazón por fin sintió la calma que había perdido desde hace tanto tiempo.

La imagen de su esposa abrazada a su pequeña hija de 6 meses, ambas asesinadas por la desesperación de la mujer. El recuerdo de su hijo mayor siendo fusilado por los soldados que lo debían proteger. Los gritos desgarradores de quienes eran mutilados por aquellos que buscaban sus carnes. El sonido de los cuerpos cayendo desde las azoteas buscando descanso. El seco olor a muerte que exhalaban las calles. La negra lluvia de alquitrán que caía desde el cielo.

Todo se fue.

Con una cálida sensación en el pecho dejó su tazón vacío a un lado, satisfecho.
Ya no tenía miedo.
Todo estaría bien.

Tomó su revólver y se disparó.

Ahora todo estaba bien.

17 de Abril de 2020 às 23:02 0 Denunciar Insira Seguir história
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Fim

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Ananke Merak La realidad es una mentira

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