El 24 de febrero de 1582 el Papa Gregorio XIII estableció al calendario Gregoriano como el nuevo calendario oficial del mundo Católico. Debido a que el calendario Juliano tenía 10 días de diferencia, se decidió que el 4 de octubre de 1582 sería seguido por el 15 de octubre de 1582.
Frente a los ojos de la historia, nada pasó entre el 4 y el 15 de octubre de 1582...
Frente a los ojos de la historia, nada nació entre el 4 y el 15 de octubre de 1582...
Frente a los ojos de la historia, nada murió entre el 4 y el 15 de octubre de 1582...
5 de octubre de 1582
Aún en su estado, podía escuchar los gritos desesperados de su esposo al otro lado del muro intentando saber qué pasaba.
—Un poco más y saldrá —dijo la partera.
—¡No puedo más! Me está molestando mucho... Está irritándome, y siento que mi cuerpo se retuerce —respondió asustada María.
—¡Es el último esfuerzo! ¡El bebé ya viene!
Todo el dolor, el sufrimiento y los nervios fueron apagados por un pequeño llanto que inundaba el cuarto.
—¡Es una niña! —gritó la partera— Y parece estar completamente sana.
—¿Una niña? —preguntó María entre lágrimas— ¡Sara! ¡Su nombre será Sara!
La partera limpió a Sara y la cubrió con una manta antes de entregarla a los brazos de su madre, justo en el momento en que su esposo ingresó al cuarto.
—Ella es Sara —dijo María, y no pudo evitar notar la desesperación en él por ocultar sus lágrimas.
El hogar de los Bobadilla no era especialmente lujoso, pero a base de esfuerzo, ellos se habían encargado de que al bebé no le faltase nada. Un hogar humilde sin duda, pero lleno de amor.
Esa noche Alonso acostó al bebé en su cuna y se dirigió hacia su cuarto, donde María ya estaba dormida. La miró sonriendo, jamás había estado tan feliz en su vida. Tenía una hermosa esposa, y una hermosa hija... ¿Qué más podía necesitar un hombre?
«Descansa… Has tenido un día muy duro», pensó Alonso mientras observaba la paz que transmitía María al dormir.
La noche fue bastante tranquila. Solo un par de veces Sara lloró despertando a su padre pero no a su madre, quien por el cansancio del parto pareció no oír los llantos del bebé.
—Temo que pienses que estoy loca, pero podría asegurar que oí al bebé anoche —dijo María mientras desayunaban.
—¿Por qué pensaría eso? Yo también la oí llorar, y fui a calmarla —respondió Alonso con Sara en sus brazos— Pero afortunadamente es un bebé tranquilo.
—No me refiero a eso... Estoy diciéndote que realmente la oí. Ella me hablaba... Me dijo: Porque lo quiero ahora... Lo quiero ahora... Dame tu alma y tu corazón.
La respuesta de María desconcertó a Alonso, que solo se limitó a mirarla por un rato. Él sabía que ella no inventaría jamás algo así, pero también sabía que eso no podía ser cierto.
—Debió ser solo un sueño, querida —dijo finalmente— Debo irme a trabajar. Después de todo alimentar a esta niña es tu problema, pero el mío es alimentarte a ti para que puedas hacerlo.
María sonrió frente a ese comentario, luego ambos se abrazaron unos instantes y él salió por la puerta.
—¡Realmente tienes un gran padre! —dijo mirando a Sara en la cuna.
El sol ya había caído cuando Alonso regresó a casa, y vio una escena inesperada. Sentada sobre el frío suelo de su hogar, María lloraba desconsoladamente.
—¿Qué ocurre? —preguntó él apresurando el paso para acercarse a su esposa.
—Porque lo quiero ahora... Lo quiero ahora... Dame tu alma y tu corazón —respondió María sin dejar de llorar ni por un instante.
—¿De qué estás hablando? —preguntó él y en su voz no pudo disimular su preocupación.
—No deja de repetirme eso... No deja de decirlo...
Alonso corrió hacia el cuarto del bebé, esperando encontrar la peor escena que pudiese cruzarse por su cabeza. Pero para su alivio, Sara dormía tranquila. Respiró profundo, intentando calmarse...
«Ellas están bien, y eso es lo único que importa…», pensó tratando de tranquilizar su alma con esas palabras.
Pero cuando tomó al bebé en sus brazos, esa tranquilidad se esfumó. El miedo por las palabras de su esposa fue reemplazado por otro miedo. Uno más real y más tangible: El bebé tenía en su piel las marcas del mal que circulaba por las calles.
Esas marcas que él tanto había visto, y que solo tenían un desenlace posible: La muerte.
Alonso tomó al bebé en sus brazos y caminó hacia su esposa que continuaba en la misma posición.
—Nuestra hija está enferma... —le dijo, mientras la ayudaba a ponerse de pie.
María miró las marcas en la piel de Sara y supo lo mismo que su marido.
—¿Crees que escucho su voz porque me está advirtiendo que su muerte está cerca? —preguntó entre el miedo y la preocupación.
—No creo que esté hablándote... —respondió él.
Ninguno de los dos volvió a hablar esa noche. El dolor, la tristeza y el miedo no se los permitió. María recostó a Sara en su cuna y luego caminó hacia su cuarto, donde su esposo fingía estar dormido. Ella lo sabía, pero tampoco tenía ganas de hablar, y solo le permitió que continuara fingiendo. Para ninguno de los dos fue fácil dormirse, pero por más que sus almas estaban destruidas, luego de un tiempo el cansancio físico superó a la tristeza y sus cuerpos se rindieron.
Los siguientes días transcurrieron sin grandes cambios. Alonso, siempre pendiente de las marcas en la piel de su hija, ya no hablaba con su esposa, quien pasaba casi todo el tiempo encerrada en su habitación. Ella no había vuelto a escuchar la voz del bebé, pero la frase aún retumbaba en su cabeza: «Porque lo quiero ahora... Lo quiero ahora... Dame tu alma y tu corazón».
Cinco noches después María volvió a escuchar esas palabras, pero esta vez fue la voz de una anciana quien las pronunció.
—Porque lo quiero ahora... Lo quiero ahora... Dame tu alma y tu corazón... ¿Eso es lo que ella dijo, verdad?
—¿Quién eres? —preguntó asustada.
—Mi nombre es Teresa... ¿Acaso no me recuerdas? Nos conocimos hace un tiempo, en la iglesia.
Tras estas palabras Teresa se acercó y María pudo ver su rostro.
—Es cierto, yo la conozco... Usted es esa mujer de Dios, la que fundo aquella orden.
Teresa asistió con la cabeza, mientras se colocaba justo frente a María, quien preguntó:
—¿Por qué está aquí?
—Estoy aquí por su bebé. Ella es como yo…
—¿Ella es como usted? ¿De qué está hablando? —preguntó confundida María.
Teresa hizo una pausa antes de dar su explicación, y durante esa pausa María pudo ver el rostro de Sara. Las pequeñas marcas que habían detectado con su esposo, comenzaron a crecer sin control, cubriendo todo su rostro y extendiéndose a todo su cuerpo. Intentó correr para ayudarla pero sus pies no se movieron del suelo...
—Como usted dijo, siempre fui una mujer de Dios —comenzó a decir Teresa— Sin embargo, desde que todo esto comenzó, sentí muchas veces mi fe mermar. Después de todo, si este es el mundo de Dios; ¿cómo es posible que sea un hombre quien decide si nacemos o no, y si morimos o no?
Cansada de correr sin moverse del sitio donde estaba, María se desplomó sobre sus rodillas.
—¿Qué es lo que está ocurriendo? —preguntó al mismo tiempo en que las lágrimas comenzaban a invadir su rostro.
Teresa tomó al bebé en sus brazos y respondió:
—Yo la comprendo. Comprendo lo que es sentir al corazón y el alma implosionar, y necesitar tomar el corazón y el alma de otro... Después de todo, estar en este mundo sin haber nacido no es distinto que estar en el otro mundo sin haber muerto.
—Yo no entiendo de qué está hablando... —dijo María sintiendo que su alma ya no tenía fuerzas para continuar con esta charla.
El sueño de María fue interrumpido por el grito desgarrador de su esposo. Se puso de pie tan rápido como su cuerpo se lo permitió, y corrió hacia la habitación del bebé. Una vez dentro pudo ver lo que ocurría.
Sin poder disimular su llanto, Alonso abrazaba a Sara. El bebé había dejado de respirar, y su cuerpo estaba azul.
—Ella está muerta... —dijo Alonso.
—Lo sé —respondió María mientras lo abrazaba.
Un día después, con sus almas destrozadas, ambos enterraron el cuerpo de su hija en el pequeño jardín de su hogar.
—Creo que jamás podré olvidar este día —dijo Alonso mirando a su esposa.
—No me preguntes porqué, pero yo creo que nadie más que nosotros sabrá que este día existió... —respondió ella.
El 4 de octubre de 1582, en Alba de Tormes muere Teresa de Jesús, fundadora de la Orden de Carmelitas Descalzas. Un día después su cuerpo fue enterrado. La historia de su muerte fue reescrita posteriormente, siendo el día 15 de octubre la fecha oficial de su fallecimiento.
Sara murió el 10 de octubre de 1582, cinco días después de haber nacido, a causa de la viruela. A diferencia de Teresa de Jesús, su vida no fue reescrita.
Frente a los ojos de la historia, Sara Bobadilla nunca nació...
Frente a los ojos de la historia, Sara Bobadilla nunca murió...
Cuando la historia es escrita por los poderosos, siempre son los débiles los que quedan fuera de ella.
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