En el reino de Cuchumbé todos bailan rumba y chachachá. Las mujeres visten largas y ligeras faldas de colores y los hombres guayaberas de algodón. Cuchumbé se extiende desde los mares más azules y calmados hasta las montañas más verdes. Su religión es el baile y su lema la pasión.
Cada 24 de abril, el reino entero celebra el cumpleaños del rey Anacleto con una fiesta a la que todos los habitantes de Cuchumbé están invitados. La fiesta se realiza en los jardines del palacio del rey, los cuales están llenos de árboles y flores, rodeados de colinas y paisajes bellísimos.
-¡Larga vida al rey! ¡Larga vida a Cuchumbé!- gritaron los cuchumbebes en cuanto el rey hizo su aparición de cumpleaños en el balcón del palacio y con ello se dio por inaugurada su fiesta de cumpleaños. Todos vestían con ropas de colores y bailaban al ritmo de la música. Las faldas de las mujeres se movían con el viento y los hombres zapateaban con sus botas a su son.
Pero el rey de Cuchumbé ya no podía bailar. A sus 98 años, su cuerpo ya era muy débil y sus huesos ya no respondían a la música como lo hacían antes. Entonces, el rey Anacleto decidió que su hija debía casarse y continuar con el legado del reino.
-Anuncia a todos los reinos, lejanos y cercanos, que mi hija ha de casarse con un príncipe a fin de mes- ordenó Anacleto a su asistente, Tomaso, un viejo dragón verde que se encargaba de repartir los mensajes personales del rey.
Tomaso aceptó con dicha la tarea y se dispuso a compartir el deseo del rey. Voló por encima de todos las naciones habidas y por haber. No hubo ningún reino que no se enterase de la noticia de que la mano de la princesa Zarabanda estaba en oferta.
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