mmdanie M.M Dânie

Un mundo misterioso, dimensiones interconectadas y un destino que persigue a un linaje entero está a punto de ser revelado.


Fantasia Épico Impróprio para crianças menores de 13 anos.

#fantasía #épico #aventura
3
5.3mil VISUALIZAÇÕES
Em progresso - Novo capítulo A cada 30 dias
tempo de leitura
AA Compartilhar

Un tumultuoso viaje al norte

El primer reino humano, conocido en los anales de la historia como Maënspanes desapareció en extrañas circunstancias hace unos quinientos años. La casa de los Lunderwend, conocidos por ser guerreros con habilidades excepcionales, había reinado en aquel lugar desde que la humanidad apareció, según el mito, de unos huevos cósmicos que cayeron del universo como una lluvia de estrellas. Acorde pasaban los años, los Lunderwend fueron perdiendo poder e influencia ante nuevos y más poderosos linajes, y no hicieron nada para evitarlo; simplemente, abrazaron de buena gana su destino y dieron un paso al lado, dejando atrás mil años de esplendor. Maënspanes desapareció o, como dicen los descendientes de los que habitaron alguna vez ese reino, se dejó esconder por la naturaleza y por sus espíritus. Con el pasar del tiempo, aquel reino legendario pasó a ser motivo de numerosos cantos y un sinfín de fábulas maravillosas, como si de verdad nunca hubiese existido. La misma suerte corrieron las distintas razas de elfos- pertenecientes a la rama de las razas arcanas- quienes habían estado siendo desplazados cada vez más por los reinos humanos emergentes. Nadie sabe si de verdad fueron exterminados o decidieron desaparecer por cuenta propia. La región del Mithera era interminable, con numerosos continentes aún por descubrir y explorar, no suena tan descabellado pensar que se hayan hastiado de compartir la tierra con seres tan belicosos y ambiciosos como lo eran los seres humanos. O en su gran mayoría.

Fræder Lunderwend, o como lo conocían en el sur del continente, en las Islas de Stilthin, el “Aniquilador de Monstruos”, había vivido como un caza fortunas toda su vida, viajando de aquí para allá, matando monstruos y haciendo de mercenario de cuando en cuando para sobrevivir. Cuando aún era un niño pequeño, su padre, el discreto Oris Lunderwend, del cual se sabe poco y nada, lo abandonó en una aldea en lo que ahora es el pequeño reino de Fyrardyr porque, según una profecía que le había dicho un espíritu del bosque: “La sombra que te persigue se apoderará a tu hijo, convirtiéndolo en el portador de peste, miseria y muerte”. El poder que había en el linaje Lunderwend no podía verse corrompido por la oscuridad, así que Fræder creció al cuidado de un anciano que había sido un gran guerrero en sus años mozos, de quien aprendió los trucos de la vida del caza fortunas. Fue en las constantes misiones en las Islas de Stilthin donde conoció a quien fuera su esposa y madre de su único hijo: la intrépida Erysalda, una mujer jovial, valiente y de abundante cabellera color rubí.

Enedyr Lunderwend, hijo de Fræder e Erysalda, era el último Lunderwend que quedaba en Eonwyrd. Tenía la suerte de que su linaje, por razones que aún no se logran explicar, vivían el doble que un ser humano normal. Parecía un hombre joven en sus veinte, pese a tener casi cincuenta. Era de gran tamaño y sus facciones eran marcadas y muy varoniles. Se había empezado a rumorear en que era descendiente de elfos, pero si tuviese sangre élfica se notaría en sus facciones, especialmente en sus orejas; pero no, Enedyr no parecía estar emparentado con ellos. Sus ojos azul eléctrico y su cabello negro azabache, su aura misteriosa y su carácter distante lo hacían parecer una criatura de otra dimensión.

Él era un hombre de naturaleza impávida que no gustaba de interactuar mucho con las personas. Vivía como un cazador de monstruos, al igual que su padre, y no parecía tener miedo a la soledad que todos lamentaban en él. Podían verlo en el patio de las posadas descansando bajo los árboles o arreglando sus armas, en completo silencio, pues él no tenía un hogar fijo ya que iba por todo el continente buscando aventuras. También podían verlo en alguna taberna disfrutando de una buena cerveza acompañada de cordero asado, pero siempre solo y en silencio. Cuando aceptaba misiones de alto riesgo, volvía con la cabeza del monstruo envuelta en tela y sólo se quedaba lo justo y necesario para aceptar el pago acordado y daba la espalda y se iba cuando empezaban a darle las gracias. En fin, la gente se acostumbró a su actuar extraño y así lo reconocían.

Muchos guerreros y aventureros se embarcaron hacia el continente principal para llegar al emergente reino de Symbelyn, el cual estaba siendo atacado por numerosas bestias de origen desconocido y los habitantes estaban pagando buen oro por ellos, y Enedyr no dejó pasar la oportunidad. Más que las monedas y la fama, lo que motivaba principalmente al guerrero era explorar los límites de su propio poder y llevar siempre más allá de lo esperado sus habilidades. Enfrentarse a lo desconocido e indagar en nuevos peligros era algo sumamente estimulante para un cazador de monstruos que estaba percibiendo su vida como apacible y libre de conflictos. Más allá del mar, al Norte, en el reino dorado, lo esperaban nuevos desafíos.

En la embarcación, muchos lo reconocieron, pero nadie se atrevía a dirigirle la palabra por el temor que inspiraba, pues Enedyr sí era realmente intimidante. Estando ya en altamar, un viejo mago de abundante barba azul y túnica color turquesa, que estaba fumando un tabaco de gran calidad, se le acercó para entablar conversación con él. No había nada que perder, si se mostraba reacio a conversar, sólo tendría que dejarlo en paz.

― Saludos, joven Lunderwend― dijo el mago, ofreciéndole la pipa―. Me preguntaba si intercambiar un par de palabras con un viejo mago haría de este viaje algo más ameno.

― Joven está de más, debo ser un par de años menor que tú― dijo Enedyr, soltando una breve carcajada y aceptando con gratitud la pipa―. Buen tabaco, hace tiempo que no fumaba algo igual.

― En las tierras del Este, un pequeño lugar llamado Gryndelmart posee un mercado que ni en tus sueños verías― respondió el mago, sentándose a su lado y riéndose de la broma del guerrero― ¿Has estado ahí, Lunderwend?

― Estuve cerca, en los territorios indómitos de Gen-Krünell― contestó Enedyr―. Colaboré en una campaña de los enanos del lugar, querían deshacerse de unos orcos salvajes que les destruían los asentamientos.

― ¡Esa campaña fue hace más de veinte años! ― dijo el mago, sorprendido― Yo mismo fabriqué las botellas explosivas que repelían a los trols de combate que tenían los orcos de esa zona. Tú debiste haber sido apenas un niño.

― Tengo casi cincuenta años, mago― dijo Enedyr, mirando hacia el infinito―. No te estaba jalando la barba cuando te dije que debo ser un par de años menor que tú.

― Bueno, serás un hombre ya, pero un par de años menor que yo definitivamente no eres― el mago volvió a poner más tabaco en la pipa―. Yo tengo más de cien― lo miró fijamente.

― Espero que ese detalle no arruine nuestra emergente amistad― dijo Enedyr, sacando un trozo de chivo ahumado y ofreciéndole una tajada al mago. Éste se echó a reír, aceptando y comiendo de buena gana.

Ambos compartieron anécdotas de sus aventuras durante una buena porción del viaje, hasta que cayó la noche sobre ellos y la inmensidad del cosmos mostraba todo su esplendor con un sinfín de estrellas que brillaban como diamantes en terciopelo azul marino. La luna estaba llena, parecía una enorme perla flotando en la nada, y Enedyr se quedó mirándola como siempre lo hacía. Había algo en ella que lo llamaba, que lo transportaba y que lo hacía querer salir volando hacia ella, pero no sabía qué. Sentía un calor especial en el pecho cada vez que la luna llena se asomaba una vez por mes, y también sentía la necesidad imperiosa de hacerle preguntas, pero se abstenía porque tenía la certeza de que ella jamás le contestaría.

Mientras estaba en su trance, sintió la presencia de algo inquietante en el agua, algo que venía a toda velocidad hacia la embarcación y no con buenas intenciones. El mago, quien estaba durmiendo plácidamente cerca, también lo presintió, porque abrió los ojos de par en par y sacó de inmediato su báculo mágico.

― ¿Qué presientes, Lunderwend? ― le preguntó, encendiendo una esfera mágica que flotó por toda la cubierta, alertando a todos quienes estaban ahí.

― Algo se aproxima, pero no es el aura de un monstruo― dijo Enedyr mirando a su alrededor―. Observa, hay bruma saliendo de la nada y la temperatura está disminuyendo gradualmente acorde se aproxima hacia nosotros.

― ¡Barco a la vista! ― el capataz gritó con todas sus fuerzas, mientras apuntaba hacia el Oeste.

― ¿Puedes ver de quién se trata? ― preguntó el capitán, quien venía saliendo de sus aposentos y vistiéndose para la batalla, pues al parecer él también había sentido hostilidad en aquella extraña presencia. El joven capataz no pudo responderle, pues fue derribado por algo contundente que pasó a toda velocidad, derribando el mástil y desestabilizando el barco. Enedyr estaba mirando fijamente hacia la dirección a la cual apuntaba el ahora difunto capataz. Vio venir hacia él una bola de metal ardiente y alcanzo a esquivarla por tan solo unos milímetros, doblando la cabeza hacia un lado. El cielo se nubló de súbito y la lluvia comenzó a caer violentamente, acompañada de rayos y centellas.

― ¡ESTAMOS BAJO ATAQUE! ­

― ¡Y encima llueve como los mil demonios, maldita sea! ¡Justo lo que necesitábamos, una tormenta!

La gran mayoría de los pasajeros maldecían, gritaban y se lanzaron al suelo o se fueron a esconder a los camarotes. Enedyr y el mago, por el contrario, se quedaron trabajando en equipo para repeler el ataque de aquel misterioso barco.

― Mago, dispersa la bruma y ponte detrás de mí― le indicó mientras se acomodaba la pechera de metal y sus guantes de cuero. Sacó un arco de entre sus pertenencias y, murmurando algo, hizo aparecer una especia de escudo de energía que lo protegía― ¡Capitán, necesito que mire con su catalejo y me describa al enemigo!

― ¡Es una embarcación negra, Lunderwend! ― gritó el capitán, escondido entre unos sacos y barriles. Se paró rápidamente, miró unos segundos y se volvió a esconder mientras una bala de cañón pasaba a unos cuantos centímetros de su cabeza ― ¡Hay al menos ocho tripulantes, todos vestidos de negro! ¡Desconozco esa bandera, no sabría decirte a qué facción pertenece!

― ¿Cómo es? ― preguntó Enedyr mientras la lluvia rebotaba en el escudo y el mago pronunciaba encantamientos disipadores.

― ¡Es un ojo atravesado por una aguja! ― gritó el capitán.

― Nigromantes― dijo el mago a Enedyr―. Ahora, me pregunto qué demonios hacen en altamar atacando a un barco de pasajeros con un cañón.

― Si consigo canalizar los rayos de la tormenta a través de mi arco, podré matar a unos cuantos con un solo tiro― dijo Enedyr― ¿Puedes controlar las aguas?

― Tengo un encantamiento que podría ayudarnos, pero podría afectarnos a nosotros también― una bala los impactó con todo, pero el escudo logró desviarla, haciendo que destruyera varios barriles― ¡La bruma está disipada, ahora Lunderwend!

― ¡Nüenna, Amzha’rin! ― bramó Enedyr. Sus ojos se encendieron cual rayos en la tormenta, haciendo que el barco tambalease por la fuerza del relámpago que cayó sobre el arco de Enedyr. Éste apuntó al primer blanco visible de la embarcación enemiga y disparó la flecha directo a su cabeza. La flecha dio con todo en el entrecejo de uno de los tripulantes y un rayo cayó con fuerza, prendiendo fuego a la embarcación. En menos de un minuto, todos los elementos explosivos que iban en esa embarcación comenzaron a estallar, destruyendo al barco.

― ¡Huele a sulfuro, pero no a cualquiera! ― dijo el mago, deteniendo los conjuros―. Ese sulfuro lo fabrican en un laboratorio alquímico en una ciudad llamada Grik. Estoy seguro de eso.

― Vamos a acercarnos a la embarcación y explorar lo que queda― dijo Enedyr, dejando a un lado su arco y armándose con una daga. Su nariz estaba sangrando y estaba un poco tembloroso.

― ¡Lunderwend! ― gritó el capitán desde el timón― ¿Estás bien!

― ¡Sí, capitán! ― replicó éste limpiándose la sangre― ¡Necesito que nos acerque al barco, podríamos encontrar sobrevivientes para interrogar!

― ¡En marcha! ­― ordenó el capitán.

Enedyr nunca había hecho algo similar, el desgaste de su cuerpo lo estaba haciendo ver borroso y además estaba perdiendo el equilibrio conforme caminaba. Le costaba respirar y tenía sensación de apremio en el pecho.

― Veo que has llevado tus capacidades más allá de las expectativas― dijo el mago mientras le animaba tocándole el hombro y le ofrecía una pequeña botella de cristal verde―. Es un tónico a base de mandrágora, te hará sentir mejor.

― Tengo un muy mal presentimiento, mago― dijo Enedyr, sin siquiera darse cuenta, fue como si alguna voz en su cabeza le hubiese advertido. Bebió el tónico de un solo trago y se incorporó―. Esto es más que un grupo de nigromantes ineptos jugando con balas de cañón explosivas.

Estaban cada vez más cerca de la embarcación. La lluvia había cesado un poco, pero el viento frío seguía soplando con fuerza y la amenaza de tormenta aún estaba presente. El barco destruido estaba quieto y con unos cuentos explosivos aún detonando. Al momento de llegar ahí, se percataron que la embarcación no era de madera como las demás, si no que era de metal negro, algo muy inusual dadas las circunstancias. La cubierta estaba vacía, sólo estaban los cadáveres de unos cuantos nigromantes calcinados. Había una atmósfera extraña, un hedor a putrefacción penetrante y una sensación de peligro inminente.

― Lunderwend, he armado un grupo de exploración― un guerrero de armadura de cuero se acercó a él. Ostentaba una cicatriz que le cruzaba el rostro―. Nosotros también percibimos algo extraño aquí, no vamos a dejarte ir sólo. Ni tampoco que te lleves toda la gloria.

― Quédense con toda la gloria que quieran, sólo les dejo saber que sólo soy responsable de mi propia muerte― la embarcación llegó lo suficientemente cerca para que pudieran saltar al otro barco― ¡Andando!

Siete hombres más el mago acompañaron a Enedyr a explorar la nave misteriosa. El hedor se hacía cada vez más penetrante, y el miedo estaba apoderándose de los presentes. Muchos escuchaban voces en sus cabezas, gritos desgarradores y amenazas constantes. Algunos titubearon e intentaron volver, pero el orgullo se los impidió y siguieron indagando. Enedyr siguió su intuición y siguió el rastro de la pestilencia, el cual lo llevó hacia los camarotes en la sección más baja. Aquel barco estaba revestido en madera laqueada de negro e iluminada con velas rojas. Podían oírse murmullos, chillidos y alaridos en una de las habitaciones. Había alguien ahí, golpeando las paredes, arañándolas, rasgando todo a su paso y destruyéndose en el intento. Enedyr sintió, por primera vez en cuarenta y siete años, un miedo que jamás había sentido en su vida.

― Mago, resguarda el perímetro― dijo Enedyr―. Guerreros, por favor vuelvan al barco y protejan a la tripulación, lo que aquí yace es algo con lo que ustedes no pueden lidiar.

― Lunderwend, gran bastardo eres― uno de los guerreros se le adelantó y de una sola patada echó abajo la puerta del lugar que encerraba a la persona que emitía los sonidos extraños―. Oh no… ¡por los dioses!

Era una niña en pésimas condiciones, famélica, esquelética, pálida como un trozo de pergamino nuevo, de cabello rubio cenizo y grandes ojos amarillos. Estaba vestida con harapos, atada de manos y pies con una cuerda que emitía una tenue luz roja y en su boca tenía un artefacto de metal que parecía un bozal. A su lado yacía uno de los nigromantes, moribundo.

― Es sólo una niña, mira las condiciones en la que la tienen― otro guerrero también entró a la habitación, conmovido por la imagen.

― No te acerques, guerrero― Enedyr estaba asustado como nunca― ¡Aléjate de ella, no es humana!

Demasiado tarde. En cuanto el guerrero se acercó para ayudarla, todas las velas se apagaron y la criatura se liberó de sus ataduras y de un solo golpe le voló la cabeza, ante la vista horrorizada de todos los que se quedaron ahí a mirar, pues la mitad ya había huido despavorida de vuelta al barco. Desparramó la sangre por todo el lugar, tomó el cuerpo del guerrero y comenzó a devorarle las vísceras, abriéndose paso con sus afilados colmillos y sus garras. El nigromante moribundo comenzó a reírse, atorándose con su propia sangre. Su pálido rostro y sus ojos negros lo hacían ver aún más escalofriante.

― Gare… ¡cof! ...Garendir va a estar furioso…― murmuró mientras veía como esa criatura infernal caminaba por las paredes con el torso del guerrero caído en el hocico, y terminaba de comérselo colgando del techo. Luego bajó al suelo y siguió devorando las extremidades, con calma, como si nadie estuviera ahí.

― ¿Qué es todo esto? ― Enedyr lo tomó por el cuello y lo levantó en el aire― ¡Habla maldita sea, dime qué demonios es todo esto!

― Nunca…― el nigromante estaba a punto de morir― nunca vas a salir con vida de aquí―. Dicho eso, el último respiro de vida salió en forma de borbotones de sangre.

― ¡No podemos dejar a esa cosa con vida, Lunderwend! ― dijo el mago― ¡Tenemos que matarla!

― ¡Yo no voy a esperar más, la mataré ahora! ― otro guerrero se abalanzó sobre la criatura e intentó cercenarla con su hacha, pero ésta era extremadamente rápida y ágil y lo desarmó en dos segundos para empujarlo contra la pared y destrozarlo con sus afiladas garras.

― ¡Salgan de aquí! ― Enedyr usó toda su fuerza para repeler el ataque de la criatura, y de un gran golpe de puño cargado de energía la derribó. Los guerreros restantes huyeron despavoridos y el mago se quedó ahí para asistir a Enedyr en aquella batalla.

― ¡Intenta cortarle la cabeza, Lunderwend! ― dijo el mago, conjurando pequeños campos de fuerza y chispas mágicas que se apegaban a Enedyr para defenderlo― ¡Yo te asistiré desde la distancia!

― ¡Mago, vete! ― gritó Enedyr mientras la criatura se le abalanzaba encima y comenzaba a atacarlo con sus garras. Enedyr esquivó un par de golpes e invocó al escudo para detonarlo y lanzar a la criatura violentamente por los aires, al mismo tiempo que el golpe de energía equivalente al de un rayo la dejaba debilitada.

La criatura entró en cólera y se lanzó con más violencia en contra de Enedyr, pero las chispas mágicas del mago la atacaron de vuelta, dándole tiempo al guerrero para sacar su daga y contratacar a la criatura. Era del tamaño de una niña, así que le fue fácil golpearle la sien, la mandíbula y el estómago en varias ocasiones. Le proporcionó varios cortes en las extremidades y finalmente, cuando ésta cayó al suelo, logró perforarle el corazón. Al igual que lo hacía con todos los monstruos, la tomó por el pelo y procedió a cercenárselo. Pero ocurrió lo impensable: comenzó a sollozar, a volver a su forma original, a rogar por su vida.

― No me hagas daño, por favor― miró con ojos suplicantes a Enedyr. Lo miró con los ojos de una niña de doce años―. Tengo miedo― se transformaba mientras se movía―, tengo miedo y quiero ir a casa― se arrodilló y tomó la pierna de Enedyr―. Por favor― sus ojos suplicantes enrojecidos por las lágrimas volvían a ser del color verde original, su rostro angelical clamaba misericordia―. Ten piedad, tengo miedo… ¡Ten piedad!

Enedyr sintió pena por aquella mocosa desgraciada que le pedía de rodillas que le perdonase la vida. Pero algo dentro de él lo tenía paralizado, ese miedo que nunca había sentido seguía ahí, seguía atormentándolo.

― Quizás esta desdichada criatura no es más que la víctima de una horrible maldición, Lunderwend― dijo el mago, acercándose―. Ven pequeña, dinos tu nombre― le tomó la mano para ayudarla a ponerse pie, pero aquel acto de benevolencia no fue más que un grave error.

La niña sonrió maliciosamente y, colocando los ojos totalmente negros, emitió un grito tan agudo y potente que hizo que a ambos le sangrasen los oídos. El mago salió disparado por los aires y chocó de lleno contra la pared, quedando inconsciente. Enedyr cayó de golpe al suelo, aturdido y desorientado. Trató de escapar, pero la criatura se le vino encima y lo paralizó enterrándole una de sus uñas en el cuello. Podía verla de cerca, podía oler la muerte en su boca, la sangre goteando y la fetidez que emitía su cuerpo. Su corazón latía tan fuerte que podía sentir cómo le rompía la caja torácica… el horror que lo hacía sentir esa criatura era inconmensurable.

Luego de que esa bestia lo oliese y se regocijase de maldad, procedió a morderle el cuello y succionar su sangre. Enedyr entró en pánico y trató de luchar con todas sus fuerzas, pero el cuerpo no le respondía. Poco a poco comenzó a perder la conciencia, y, cuando pensó que todo estaba perdido, vio una intensa luz púrpura y un par de ojos color azul violáceo. Oyó el batir de un par de las.

― ¡Suéltalo, demonio! ― sintió que una voz femenina gritaba, llenando el cuarto de luz y candor. La criatura se echó hacia atrás, horrorizada―. Levántate, Enedyr― la voz volvió a hablarle―. Levántate y sal de aquí.

Enedyr consiguió volver a tener el control de su cuerpo y se levantó rápidamente. El destello de luz púrpura aún estaba en el aire y el candor aún podía sentirse, acabando con el aura oscura del lugar. La criatura se desencajó, caminaba torcida y erráticamente por todo el lugar, hasta que se aferró a un gran espejo de cristal negro.

― Sangre arcana fluye por tus venas― dijo la criatura con una voz infernal― Tu semilla será el recipiente perfecto, esta mocosa no me sirve más― golpeó el cristal con el puño y abrió un portal interdimensional― ¡Pronto verás a tu vástago convertirse en la Reina Maldita!

Dicho esto, soltó una risotada estridente y una mano que salió del portal la tomó y la arrastró dentro. El barco entero comenzó a temblar y a romperse, pues estaba siendo succionado por el portal que había en el espejo. Enedyr tomó las armas de los guerreros caídos y echándose al mago inconsciente al hombro, salió corriendo tan rápido como pudo de aquel tenebroso lugar. Las chispas mágicas y los campos de fuerza lo protegieron de los trozos de metal y madera que salían disparados en dirección al portal, y apenas vio la luz del día, saltó sin pensarlo y aterrizó en la cubierta del barco.

Todo se veía borroso, todo se oía distante, pero la luz reconfortante del sol acarició hasta que perdió el conocimiento. Sólo podía oír un batir de las distante y un canto desconocido… un coro de otro mundo, unas voces cuyo mensaje no podía determinar. Ya no sentí miedo, sentía una enorme paz, como si estuviese flotando en un río prístino que lo limpiaba de toda aquella horrorosa experiencia vivida aquella noche.


Quizás ya estaba muerto, o quizás seguía vivo.

No importaba.

30 de Março de 2020 às 01:35 0 Denunciar Insira Seguir história
1
Leia o próximo capítulo Posada y recuerdos

Comente algo

Publique!
Nenhum comentário ainda. Seja o primeiro a dizer alguma coisa!
~

Você está gostando da leitura?

Ei! Ainda faltam 3 capítulos restantes nesta história.
Para continuar lendo, por favor, faça login ou cadastre-se. É grátis!