Presiento la gran deflagración,
a la que seguirá una gran pandemia,
anuncio del final de los tiempos: el Armagedon.
Las fuerzas del mal se atrincheran,
preparadas para una larga y cruenta batalla.
La desean: enseñan los dientes.
La psique, el inconsciente colectivo,
vive en estado de máxima alerta.
Jung sabía que estos síntomas eran preludio
de los grandes genocidios de la historia.
Ocurren espaciadamente en el tiempo.
Alguien se encarga de envenenar las almas.
Los sirvientes ocultos y los amos del mundo,
los poderosos que desde la sombra guían,
agitan multitudes y nos gobiernan,
desean rápidos y definitivos cambios,
para coronar al Anticristo: sea anatema.
Borrar la memoria
y destruir la historia,
crear la nueva conciencia sin conciencia,
ni dolor, ni pecado, ni crimen.
Piafa, corre el negro corcel: le llamarán justicia;
los perros rabiosos han roto sus cadenas.
La furia de la sangre y después la nada,
porque nada ni nadie
estará a salvo en el reino de la Bestia:
ni siquiera sus hierofantes.
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