Hace no mucho tiempo la ciencia descubrió que las personas pueden dividirse en alondras y búhos, según sean madrugadoras o de hábitos más bien noctámbulos. No es ninguna novedad para mí, por supuesto. Como siempre, la ciencia no viene sino a confirmar lo que todos sabemos desde hace siglos. Sin embargo, lo que sí aporta ésta a través de sus infalibles y rigurosos estudios, es que si bien dicha característica de los seres humanos sería de origen genético, la misma podría modificarse mediante un cambio de conductas. No podría estar más en desacuerdo con eso. Mis años de experiencia como búho me autorizan a afirmar que no es más que pura mierda. Veamos, si bien es cierto que durante mi infancia cursé mis estudios primarios en el turno tarde, por lo cual algunos podrían alegar que esa circunstancia fue determinante de mis “malos hábitos”; tengo que decir en mi favor, que el colegio secundario (el cuál sí cursé en el turno mañana) no mejoró la situación en absoluto. Antes bien, todo lo contrario. En aquellos tiempos el día empezaba para mí a las 7 a.m… y terminaba a las 7 y 10… y volvía a empezar a las 7 y 15… y concluía abruptamente a las 7 y 20… y empezaba una y otra vez, hasta que finalmente, a las 7 y 35, el grito histérico de mi madre me hacía saltar de la cama, preguntándome que mierda había hecho para merecer eso. Así, abandonaba mi lecho toda somnolienta y furiosa, y sin decir una palabra me encaminaba hacia el colegio. De más está decir que había una serie de requisitos que debían cumplirse para manejar un caso tan severo de buhitis como el mío. Nadie debía hablarme antes de las nueve de la mañana. Nadie debía mirarme, ni acercárseme a menos de diez metros a la redonda. Algunas personas comprendían inmediatamente la gravedad de la situación y cumplían con las medidas rigurosamente; otras, como mi mejor amiga en esa época, no parecían entender que yo estaba dispuesta a arrancarle la cabeza de un mordisco a la persona que se atreviera a pedirme la tarea a las ocho de la mañana. De esta manera transcurrieron cinco largos años. El deseo de asesinar, cada mañana desde las 7 a las 9 a.m, el alivio transitorio el resto de la mañana y la euforia temporal desde las 22 horas en adelante; me acompañaron durante toda mi adolescencia. ¿Y qué pasó después?... ¡Enhorabuena! “En hora buena” empecé las clases de la universidad cursando por la tarde. Asimismo, aprovechaba las noches para estudiar para los exámenes, obteniendo muy buenos resultados. Pero todo se desmadró a partir del cuarto año, cuando regresaron las clases matutinas. ¡Oh, castigo del señor! Y más tarde, las prácticas en el hospital desde las 8 de la mañana a las 2 de la tarde, fueron otro duro golpe. La solución: dormir doce horas los fines de semana para compensar el déficit.
La cuestión es que aún hoy, a la edad adulta, mi lucha contra el cronotipo biológico continúa. Aunque no puedo dejar de preguntarme: ¿cuál es el puto sentido de todo esto?... ¿Acaso no sería mejor rendirse y abrazar el ritmo de la noche?... ¿No resultan mucho más inspiradoras la luna y las estrellas, que ese odioso y brillante sol, que cuela sus inmundos rayos por los resquicios de nuestra persiana todas las mañanas, arrancándonos del placentero abrazo de Morfeo?
¡Cuánto disfruto hacerle un corte de mangas bajando la persiana, para que mi habitación vuelva a sumergirse en una oscuridad total! Caer en un sueño profundo nuevamente, sonriendo de felicidad al pensar en aquellos pobres idiotas que tienen que levantarse temprano para ir a trabajar. Pero cuando me toca a mí, ¡ah, no! ¿Acaso puede haber desgracia más grande que tener que abandonar las cálidas mantas en una helada mañana de invierno? ¡No hay justicia! ¿Que el sol es fuente de vida?... Tal vez… pero también la lluvia, y su sonido resulta relajante y adormecedor. Está bien, a veces hay truenos, lo admito. Pero sólo a veces. En general los búhos somos amigos de la oscuridad, los libros y las infusiones. Y enemigos acérrimos de la luz, el desayuno y los trámites bancarios. Y cualquier trámite en general que deba realizarse indefectiblemente de 8 a 12 horas. ¿Pero a quién se le ocurren esos locos horarios, por Dios? ¿Por qué no puede una ir a renovar la licencia de conducir a las 10 de la noche?, ¿eh? Horario de oficina. ¿¡Qué carajos es eso!? ¡Horario de oficina, mi trasero!
Exijo urgentemente que el mundo se divida en dos: Matutinos por un lado y Noctámbulos por el otro. Y cada uno con sus propios horarios de oficina, bancarios y laborales. Cuando unos duermen, los otros están activos. Como América y Asia. Pero en el mismo país y ciudad. Dos mundos paralelos y opuestos. El yin y el yang. Es la única solución. Eso acabaría inmediatamente con el malhumor matutino y el letargo nocturno, porque cada persona viviría de acuerdo a su propio reloj interno. Un golazo. Pero desgraciadamente, esto es sólo el loco sueño de una búho rebelde. Ojalá algún día, todos los búhos del mundo nos unamos y hagamos oír nuestra voz. Hasta entonces, seguiremos levantándonos cada mañana con deseos de asesinar, pasaremos el resto del día anhelando volver a la confortable cama, y cuando finalmente por la noche, tengamos la posibilidad de retozar en ella de una vez por todas, nos entrarán unas irrefrenables ganas de leer, escribir, escuchar música, cantar temas de heavy metal, bailar el can-can, tomar mate con tortas fritas, ver maratones de series, jugar un partido de tenis a cinco sets y salir a conquistar el mundo.
Gracias, y buenas noches a todos.
Obrigado pela leitura!
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