El viento susurra entre los cipreses y los dos soles, uno rojo y otro púrpura, descienden lentamente sobre el horizonte. El día llega a su fin y muchas personas teletransportan sus avatares a casa después de un largo día de trabajo virtual. Sin embargo, ellos dos no lo hacen. El joven no quiere volver y la anciana no puede volver. Están sentados en un banco, hablando.
- Tenía muchas ganas de verte, Emil.
- Yo también tenía ganas de verte, abuela.
- Lo sé, mi niño, lo sé, pero podrías verme en cualquier otro lugar.
- Me gusta venir aquí. Trataré de venir dos veces al mes. Te lo prometo.
- Lo intentarás, pero no vendrás. No te preocupes... es normal.
El silencio es incómodo. Los reproches nunca son buenos. Los dos soles descienden un poco más. La conversación se reanuda.
- Hoy estás muy silencioso. ¿Hay algo que quieras decirme? - Ella lo mira deforma inquisitiva - ¿Líos de faldas? Puedes contarle todo a tu abuela. He vivido antes que tú y te prometo que no era de piedra.
- Algo hay, abuela. Algo hay. - Se ríe por primera vez y parece incluso más joven de lo que es - Pero aún no sé qué hacer con ella.
- Y esa ella es... ¿buena?
- Creo que sí.
- Eso es lo importante, mi niño. La belleza pasa pero la bondad permanece.
- ¿Y yo soy bueno para ella, abuela? Eso es lo que más me preocupa. Eso es lo que quería preguntarte hoy.
- Tú siempre has sido para mí. ¿Serás bueno con ella? El tiempo lo dirá. Si tuviera que apostar, diría que sí.
- Eso es lo que me asusta. Yo creo que no soy tan bueno como pensáis los demás.
- No digas eso porque no es verdad - hay un poco de ira en su voz.
- Mi padre no pensaría eso.
- Él era... cualquier cosa menos bueno - hay ira en su voz.
- ¿Y yo soy mejor?
- Tú hiciste lo que tenías que hacer, Emil. Lo hiciste por tu hermana.
- Pero lo hice. Y no hay vuelta atrás.
- Hay cosas que ningún hombre debería tener que hacer, Emil. Y menos aún siendo casi un niño.
- De todos modos, abuela, no quería ponernos tristes... - sus labios se retuercen en un gesto de dolor - aunque no parece que lo haya hecho muy bien.
- Yo no estoy triste por mí, sino por ti. Tienes que superar el pasado, Emil.
- No es fácil cuando cada día oigo lo mismo - hace un gesto e imita la voz de otros - Urvater, esto. Urvater, aquello. Urvater, esta otra cosa. - vuelve a su tono de voz natural -. Es difícil de olvidar cuando lo llevo en mi nombre.
- No somos lo que nuestros padres hicieron. Somos lo que hacemos.
- No sé bien en qué lugar me deja eso.
- En un lugar justo, pero si te ayuda, cambia tu nombre, muchacho.
- Eso me alejaría de ti, abuela.
- Los recuerdos te unen a mí... no tu nombre. Pero volviendo al otro tema - sonríe un poco - aún no me has dicho ni cómo se llama ella.
- Anne.
- Me gusta ese nombre. No hace falta que te diga que quiero conocerla. ¿La traerás?
- Te lo prometo, abuela. Ambos vendremos pronto.
- Te tomo la palabra. Pero ahora, se está haciendo tarde y el mundo real te está esperando. Vete ahora, mi precioso niño. Nos vemos pronto.
- Adiós abuela, nos vemos pronto. Te quiero.
- Te quiero, Emil.
El joven se levanta del banco. El avatar de la anciana se desvanece lentamente; aunque no desconecta de la simulación. La inteligencia artificial, ahora oculta, continúa viendo al que en vida fue su nieto. Emil avanza hacia la tumba y deposita un crisantemo blanco sobre ella; uno de tantos gestos anclados en la tradición que se niegan a perder su significado. Al verlo, la máquina que recueda a la que un día fue su abuela revive en silencio emociones olvidadas. El joven lee en voz alta: "Regina Urvater. 2124 – 2218”. Siempre te querré, abuela son sus últimas palabras antes desconectar del mundo virtual. Mientras se desmaterializa, Emil, no quiere mirar la lápida que hay a su izquierda. Si echara un vistazo rápido, podría leer en ella el nombre que tanto quiere olvidar.
"Wener Urvater". 2160 – 2214”
Ninguna inteligencia artificial aguarda allí, sólo recuerdos y una triste historia.
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