La lluvia me trae recuerdos de ti; y es la más arraigada de mis tristezas... el más torturador de los dolores. Tu ausencia aun se anuda en mi pecho casi tan desgarradoramente que me deja sin aire. Es el recuerdo de tu existencia, en mi memoria la celda que me aprisiona… la espina que piso cada día, el llanto que fluctúa mis emociones cada mañana y las pesadillas con las que lucho cada noche… ¿volveré a verte alguna vez? ¿Realmente exististe en mi vida o sólo fuiste una mera ilusión? Hoy te amo más que nunca, pero sé que tú, en tu odio por lo que hice, jamás volverás por mí y lamentaré durante mi eterna existencia haberlo hecho…
Te amo.
Prefacio
Interior de la Basílica de Lujan, Buenos Aires, Argentina.
0.10 AM
Era muy tarde en la noche.
La luz de la luna llena se derramaba sobre la basílica con una serenidad escalofriante.
El panorama era espectral, denso; hasta el aire, impregnado de aroma a cera quemada parecía tangible.
La bailarina, parada sola frente al altar, sabía que todos los peligros y experiencias vividas desde aquella lluviosa tarde de abril se reducían a ese momento. Finalmente se responderían todos sus interrogantes, a pesar del alto precio que eso representaba.
—Lisa… —susurró una voz.
Por un momento la bailarina sintió la seducción de la sorpresa, pero era consciente de que la imagen de La Virgen María, no era precisamente la que le hablaba.
No…
Una persona acababa de salir de uno de los nichos.
Lisa giró sobre sus talones. Estaba lista, aunque un leve temblequeo se reprodujo en sus extremidades como consecuencia de los nervios.
Miró a la distancia, tratando de acostumbrar sus ojos a la penumbra. En un principio, sólo distinguió un resplandor dorado suspendido en el aire. Flotaba… ¿o no…?
Allí había alguien. Su imagen no estaba muy definida, debido a las sombras… y eso era incluso más aterrador.
La figura que le devolvía la mirada estaba a casi ocho metros de ella. Era alta y de hombros amplios; o al menos así se veía en plena oscuridad. Lucía tranquilo pero expectante. Cargaba una lámpara de aceite y la mantenía erguida a la altura de la cintura.
Después de tanto tiempo… tantas muertes… tantas preguntas… había llegado el momento de la verdad.
La ansiedad le bloqueaba la respiración. Su diafragma parecía acalambrarse.
El sujeto, escoltado por las estatuillas que observaban la escena desde las alturas, avanzó con paso lento pero decidido hacia la luz que salía del altar y finalmente se reveló.
Entonces las nubes taparon la luna.
—Te he estado esperando, mi querida Reina Verde —dijo.
Lisa se estremeció al ver su expresión, en todo su esplendor.
Era fantasmal… Era el asesino.
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