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Siempre tuve miedo en la casa de mí papá.

Tenía la sensación de que alguien siempre estaba detrás mío, observando, sentía la picazón de una mirada punzante clavada en la nuca. Por supuesto cada vez que me giraba no había nada, pero eso lejos de tranquilizarme parecía confirmar mis sospechas y hacia que anduviera siempre entre nerviosa y ensimismada, mirando los rincones con recelo, la casa tenía demasiadas puertas, muchísimas y un corredor lleno de espejos que lograba que mí propia imagen resultará asfixiante.

Mí papá solía reírse de eso y decir que no había casa más segura que esa, en realidad puede que tuviera razón, tenía rejas en todas las aberturas, un sistema de alarmas muy completo, y un cerco de alambre de púas que rodeaba las paredes medianeras que nada tenía que envidiarle a cualquier cárcel común.

Yo era consciente de esto, pero el miedo no entiende de razones, y además siempre tuve la sensación de que que mí viejo al poner tanta protección estaba de alguna manera tácita confirmando que tenía un miedo quizás hasta más profundo que el mío.

Desde que él dejo de fumar un poco por respeto, y un poco por la culpa que sentimos ante los fumadores recuperados salía a fumar a un patio interno de la casa, este estaba completamente enrejado, con un "techo" hecho de gruesos barrotes dispuestos en forma de cuadrícula, y rodeado de puertas de vidrio de doble hoja, vamos, lo que podría decirse una jaula con vista al cielo. Cada vez que salia, usualmente de noche, miraba hacia arriba, a la terraza y sentía con un nudo en el pecho la certeza de que en el punto exacto de oscuridad que la sombra de los muros de arriba proyectaban iba a corporizarse una figura recortada contra el cielo, observándome.

Era una fantasía recurrente, me aterrorizaba, hacia que el pulso se me aceleré, pero me fascinaba de igual manera.

Por más que quisiera frenar el impulso era imposible, la vista se me desviaba indefectiblemente a ese sector oscuro una y otra vez y la película se repetía en mí cabeza.

Una noche estaba sola, el ambiente estaba espeso y caluroso, la tormenta era inminente. Me costó abandonar el alivio del aire acondicionado pero por respeto a las costumbres salí al patio igual. Mientras veía como el humo de mí cigarrillo se elevaba formando figuras en el aire y sentía el viento caliente zumbandome alrededor, sobrevino un momento de intensa calma, en el que no se escucho nada, el silencio fue absoluto, ni siquiera los perros que habían ladrado durante toda la tarde se dejaron sentir, pero fue un instante, luego el sonido desgarrador de un trueno me sobresalto y la luz dentro de la casa se apagó, la de la calle debió sufrir el mismo destino porque no había ni un atisbo de claridad en la noche, la lluvia comenzó a caer con gotas gruesas y heladas sobre mí cuerpo y el cigarrillo que tenía en la mano se apago.

No sé si lo que sentí en ese momento puede llamarse miedo, pero una sensación pesadillezca hacia que se me acelerara el pulso y me mantuviera petrificada. Cuando la lluvia comenzó a empaparme busque a tientas las hojas de vidrio de la puerta de la cocina, las abrí y entré, no sabía dónde estaba mí teléfono, no sabía dónde había velas, no veía nada. Busque en mis bolsillos el encendedor pero tenía la manos mojadas y la chispa no encendía, recorrí la cocina chocandome con las sillas buscando el celular, mientras el miedo iba en aumento y no me salían ni las puteadas, me sentía idiota, era irracional la taquicardia y el terror que me embargaba estando en la casa más segura del mundo, pero en mí mente desde que la luz se apagó mí infierno personal se había hecho presente, todas esas veces imaginando este escenario con horror explotaron en mí cabeza. Mientras continuaba dando tumbos un relámpago iluminó por una fraccion de segundo la habitación y pude ver que todos, absolutamente todos los muebles estaban patas para arriba, quise gritar y no me salió la voz, supe en ese momento que no estaba sola y todo el miedo de mí vida se habia confirmado y tomado forma, alguien para el que las rejas no eran un problema estaba en la casa conmigo.

De nuevo en la oscuridad, a tientas me fui acercando al comedor, era una estancia larga y atestada de muebles. Entre con cuidado, las lágrimas se me resbalaban por la cara sin parar, tratando de seguir en línea recta, esquivando los muebles tirados por la habitación avancé, sabía que al lado de la puerta de calle estaban las llaves colgadas, y prefería huir a las 3 de la mañana por el barrio que estar presa con eso. Mí propia respiración agitada me asustaba, me choque con una mesa ratona y el ruido pareció hacer eco por unos segundos, creí escuchar una risa contenida pero no quise parar, cuando llegue a la pared donde debían estar las llaves no encontré nada, tantee el clavo vacío, alguien las había quitado, moví las manos por toda la pared enredándome en las cortinas de forma frenética, me tire al piso a buscarlas y me corté las manos con lo que parecían trozos de vidrio desperdigados pero no me importó, cuando iba a incorporarme escuché un gorgoteo horrendo, mezcla de tos enferma y risa gutural a centímetros de mí cara. Me replegue despavorida hacia la puerta chocando mí espalda con el metal frío y con los ojos cerrados me tape los oídos con las manos.

Después de un ratito quise calmarme, racionalizar la situación, la luz ya iba a venir y yo estaba haciendo un escándalo llorando sola y desencajada en la oscuridad, era un ataque de pánico y por el miedo seguro había visto mal los muebles, lo mejor que podía hacer ahora era controlar mí respiración e ir a buscar el teléfono y llamar a alguien, no me animé a abrir los ojos pero me saque las manos de los costados de la cabeza muy despacio y las fui deslizando por la pared para guiarme, había avanzado unos cuantos metros cuando mis manos chocaron con lo que parecía una cabeza cubierta de pelo mojado donde los dedos se me enterraron, quise huir pero el gorgoteo volvió a sonar, la risa se hizo más siniestra y audible insoportable, retumbaba por toda la casa. Con los ojos todavía cerrados sentí como muchas, muchísimas, manos me arrancaban la ropa empapada y me recorrían el cuerpo helado hundiendo sus uñas en mí piel, la voz no me salía para gritar y hebras de pelo mojado se me metían por la boca asfixiandome, lo sentía por todo el cuerpo en cada centímetro, dedos hundiéndose en mis piernas, en mí espalda, apretando mí piel, desgarrandome, dientes hincandose en mí cuello, en mis muslos, estaba suspendida en el aire por todas esas manos que me inmovilizan, bocas rodaban por mí piel llenándome de saliva, mordiendo mis pechos y mí vientre. La risa nunca paró. No sé cuánto duro ese paroxismo, el ardor en mí piel era insoportable, y en los oídos me retumbaban mis propios latidos, no tenía control sobre mí cuerpo.

Después de lo que pareció una eternidad se detuvo aunque no me solto. Sentía mí piel mojada por la sangre y la humedad de la lluvia. El aire no me llegaba a los pulmones y un impulso me hizo abrir los ojos, la oscuridad era absoluta pero dos ojos con una mirada terrible y brillante me observaban de frente, fue lo último que vi porque en ese momento unos dedos se cerraron en mí cuello y todo fue silencio otra vez.


Cuando mí viejo volvió me encontró en el comedor, desnuda en un charco de agua, la ropa desgarrada a mí alrededor y marcas de manos ensangrentadas por todo mí cuerpo. Los muebles de toda la casa estaban patas para arriba, incluso las camas estaban al revés, tendidas e intactas pero dadas vuelta. La policía determinó que ninguna puerta había sido forzada, la alarma no había saltado, las rejas estaban intactas y los vecinos no habían escuchado nada raro.


Nunca pudieron encontrar nada, ni un solo indicio de que alguien hubiera estado en la casa conmigo esa noche. Califico de muerte dudosa y cerraron la investigación.

La última noche que mí viejo paso en la casa después de mí muerte salió a fumar al patio, -había retomado la costumbre y no lo juzgo- mientras caía la ceniza al piso levantó la cabeza y miro hacia arriba, le pareció ver una figura entre las sombras de la terraza que lo miraba, tiró el cigarrillo al piso, lo apago con el pie y al otro día se fue de Buenos Aires.

7 de Setembro de 2019 às 08:29 0 Denunciar Insira Seguir história
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