Hay una mesa, luces alrededor y una vidriera que representa un antiguo símbolo de transparencia social. Una taza de café conquista la situación. Divide humores. Iván está devastado, extraña el maltrato habitual de Sofía. La siente tranquila y distante, tiene miedo al rechazo definitivo. Mide el tiempo de respuesta. Ella miente en silencio y agoniza. Esquiva la mirada de Iván. Desprecia la historia inverosímil que él relata. Se ríe nerviosa y rompe la taza contra la mesa. Llora y nadie escucha. Crece la tensión y lo obliga a callarse. Insiste y suplica compasión. Es inútil, Iván niega la realidad. Unos minutos después acepta el mensaje silencioso de Sofía y queda fuera de sí. Su estado emocional estalla en mil pedazos. Intenta convencerla con un estúpido recurso: Le dice que se va a suicidar. Ella escucha eso y se ofusca. Toma un papel y escribe algo. Se lo entrega. Iván lee con esperanza. Dice "Romero & Hijos, Casa Velatoria". Ese golpe irónico pone en evidencia la ridiculez. Tira el papel, maldice el momento y reza un milagro. Una mujer se para frente al vidrio y saluda a Sofía con cariño. Señala el reloj en la pared y ella, sin darle explicaciones a Iván, se levanta de la silla y sale. Las dos chicas se besan con desenfrenada pasión y se van. La sorpresa es una tortura para él. Corre hacia la calle, lo atropella un colectivo y le quiebra las piernas. El amor deja su huella, siempre.
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