La noche se encuentra con un agradable frescor que solo el otoño puede proporcionar. Puedo escuchar en el exterior como los niños se mueven por las calles, enfundados en disfraces ridículos o peculiares, mientras todos canturrean sin parar el clásico “Dulce o Truco”. Esos años han quedado atrás para mí, por eso me encuentro aquí, a la cabeza de la mesa mientras mis invitados escuchan atentamente cada una de mis palabras.
El aroma de la comida que prepare para la ocasión inunda el comedor, pero por alguna extraña razón mis invitados no tienen apetito. Es como si no les importara el esfuerzo invertido en ella. Es como si estuvieran más a la fuerza que por gusto propio en esta pequeña velada.
-“Pido un brindis por la amistad y lo macabro en esta noche de Halloween”- Nadie se inmuta, todos me ignoran mientras las sombras de la casa ocultan sus rostros por momentos.
-¿El ponche con temática de vampiros es bastante dulce no?- Pregunto al invitado que se encuentra frente a mí, al otro extremo de la mesa. Este solo sonríe con unos dientes que resaltan de manera escabrosa. Pero no responde nada, incluso creo que ni se digna a mirarme, solo sonríe. Es como si se mofara de mi intento por animar la noche.
La silla junto a mi forma un crujido y giro la cabeza inmediatamente, esperanzado a que la joven de cabellos rojizos a mi lado romperá el incómodo silencio. Pero es una falsa alarma. Ella no hace nada. Solo ha dejado caer la cabeza hacia atrás. La maldita se ha quedado dormida.
-“Si la música no es de su agrado. Si acaso prefieren una comida más simple o algo en mi persona les impide divertirse solo díganmelo. Quiero que todo sea ameno esta noche”- Mi voz suena como una triste suplica.
Ninguno responde, solo veo rostros pálidos y carentes de interés, solo veo gente que admira mi frustración a través de pequeñas sombras causadas por la iluminación del comedor. No puedo evitarlo y rompo en ira, golpeo la mesa con fuerza y grito desesperado.
-¿Qué se supone que tengo que hacer para que ustedes disfruten esta reunión?- Nadie dice nada.
Finalmente uno de mis invitados cae de cara sobre la mesa y me despierta a la realidad…ellos están muertos…yo los mate. El timbre toca inmediatamente y mi ánimo se dispara, como cuando de niños despertamos la mañana de navidad. Del otro lado de la puerta está un niño pidiendo dulces seguramente. Puede que esta persona sea un invitado que realmente pueda disfrutar de mí hospitalidad.
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