u15519752281551975228 Ibán José Velázquez de Castro Castillo

Erase una vez un hombre peculiar, refinado y con poco sentido de la diversión, que persiguiendo una tonta leyenda, logró encontrar maravillas que le cambiaron la vida para siempre. NOTA: Todas las imágenes de la historia han sido sacadas de PIXABAY, por lo que no existe ningún conflicto por usarlos en esta historia.


Infância Todo o público.

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El cuento

Andrés era una persona educada y culta, nada supersticiosa; es más, cada vez que veía un gato negro lo perseguía.

Solía tener la costumbre de romper una vez al día un espejo si podía y, aparte, tirar la sal de todos los saleros que pasaban por sus manos. Ese hombre menudo y elegante desafiaba todas las supersticiones, que conocía. Se sentía orgulloso por ello.


Su pelo moreno, su bigotito y su barba arreglada, no desentonaban en nada con su ropa. Vestía de forma elegante pero algo pasada de moda, pero quienes lo conocían, se lo permitían. Según parece, su infancia tuvo algo que ver en su carácter algo retraído. Un pequeño trauma acerca de sus padres, murieron; y él, lo vio todo.



Por lo visto fue un sencillo e inofensivo incendio… pero él no pareció coincidir con esa versión de las autoridades. Tal vez por eso, tenía un miedo acérrimo a quedarse sólo, a la oscuridad y a las llamas; quién lo sabe; yo como narrador, no soy psicólogo, pero podría hacer una apuesta a favor de este tema. La cuestión es que nuestro hombre era un empresario reconocido, que disfrutaba de una clase media moderada. Eso le permitía tener una vida con algún que otro pequeño lujo.


Aquel verano decidió tomarse uno de ellos: dejó como encargado en la fábrica a su mejor trabajador y se fue a viajar.



Quería ver mundo, quería viajar, divertirse e ir hacia lo desconocido. Así que se fue a una playa al otro confín del mapa. Allí estuvo unos días rodeado de sol, mujeres bonitas, hoteles de gran lujo, con su SPA, sus discotecas, su gimnasio y sus fiestas. Pero aquello no parecía satisfacerle. Él se aburría enormemente allí.


Por la mañana iba a la playa, en busca de un poco de sol, se ponía su mejor bañador, se tiraba en la orilla y miraba al cielo y decía: “Puuuuffffffffff, ¿y ahora qué?”. Así continuaba un rato con la mente en blanco, hasta que se levantaba, se iba al agua, notaba lo fría que estaba y se volvía a la toalla; y otra vez decía: “Puffffffff, ¿y ahora qué?”.



Así pasaron tres días enteros, donde comía y dormía sólo. Era algo tímido.

Una de las noches intentó salir de “marcha”, pero no iba muy a la moda. Con sus pantalones de pana pasados de moda, su americana y su abrigo elegante que le llegaba hasta las rodillas. No, allí no estaba en su ambiente. Así que decidió ir al hotel y preguntarle al recepcionista.



—Oiga caballero, me gustaría que me diera su opinión en un delicado asunto —Esto lo dijo con su cara más seria —. Por favor, podría indicarme a qué lugar podría ir donde estuviera una persona, de mi talla y alcurnia, más a gusto, que en este incómodo y liberal ambiente juvenil de calor y desenfreno?, ¿Dónde podría encontrar a una dama adecuada, que pudiera hacerle pasar a un señor como yo un verano agradable e inolvidable?


La mirada del recepcionista fue de completa incredulidad. Su primera reacción fue de asombro, la segunda fue una sonrisa que poco a poco se fue transformando en su interior en una tremenda carcajada que no sabía cómo demonios iba a poder contener. Las lágrimas parecían rebosarle por los ojos, mientras su voz intentaba ser serena y tranquila.


—Su estimada excelencia, creo que debo coincidir con usted. Esto no es lugar para tan noble—“Patán”, pensó por dentro —… caballero, pero creo que podría indicarle un lugar más de su agrado.


—Sí, sí, dígame —dijo Andrés —, estoy tremendamente interesado.


El recepcionista, un hombre joven y muy avispado, estuvo ganando tiempo, unos minutos pensando en que podía contarle a “Don Andrés” para poder reírse de él un rato, y se acordó de algo.


Tras una pausa y una mirada, como de temor, el recepcionista hizo que se le acercase Don Andrés y, en voz baja, casi en un susurro, le dijo:


—Esto que voy a contarle no debe saberlo nadie, o todo el mundo querrá llegar a donde le voy a indicar.


—Sí, si, no se preocupe, seré una tumba. Ninguna palabra que me confíe, la sabrá otro mortal sin su consentimiento.


—De acuerdo, me fio de usted —le susurró, mirando alternativamente, con temor, a un lado y a otro de la recepción —. Escuche, tiene que salir del hotel e ir andando hacia el norte. No deje jamás esa dirección. Por la noche, le guiará la estrella polar, debe de seguirla hasta que se oculte, encuentre la escalera de los espejos y pase por debajo de ella: es una puerta a otra fortuna. Espere allí, hasta que un gato negro le salude y le devuelva a su mundo. Siga adelante hasta que la virgen del cazo roto rompa el espejo de la noche y, entonces, el camino se le revelará hasta la orilla. Allí aúlle, aúlle tan alto como pueda a la luna, justo en el borde del agua y ella aparecerá.


—Pero que dice caballero, ¡¿Usted cree que yo soy tonto?! —comentó enfadado Don Andrés —¡Esto es inaguantable!


—No, no, caballero. Se lo digo en confianza, le estoy contando un gran secreto, que valoro sepa apreciar, no se altere. Existe una leyenda que habla de una sirena, un ser hermoso y endiabladamente coqueto que es capaz de hacer feliz a cualquier hombre. Esa belleza sólo puede encontrarse en noches de luna llena o casi llena, como hoy, a la orilla de algún punto de estas playas… y la suerte que se va con cada pequeño accidente le guiará como una brújula al punto exacto donde debe esperarla. —El recepcionista hizo una pausa —. Este ser entre mito y leyenda habita en las profundidades y sólo cuando un hombre desdichado y desafortunado acude con un aullido a su lado, ella será capaz de abandonarlo todo por cambiar su suerte, y unirse para siempre, a su lado; pero recuerde, debe de aullar o su objetivo no aparecerá. Créame, o no lo haga sino quiere, pero muchos son los que las han perseguido y sólo unos pocos los que las consiguen.


—Mmmmmmm, yo no soy una persona supersticiosa, sino le diría, que eso que me ha dicho es una locura. Cualquier hombre versado en estas lides le diría, que el premio no puede compensar el riesgo de pasar por debajo de una escalera, ver un gato negro y correr a su encuentro, y ver como se rompe un espejo, esperando que sus fragmentos le guíen a un camino de fortuna.


—Es usted un hombre sabio, pues usted no es supersticioso; es demasiado culto para ello, por eso creo que podrá conseguir lo que otros hombres más valientes, jóvenes y audaces no han conseguido. La criatura perfecta le espera en un lugar sólo para vos, Don Andrés. Vaya a perseguir su suerte y su fortuna y verá como le sonríe. ¡Sea valiente, y vaya tras el misterio!


Don Andrés, sin mucho convencimiento, lo meditó durante un momento. Pensó en lo aburrido que era aquel lugar que no le reportaba ningún descanso ni diversión. Así que decidió que podía ser edificante y placentero un pequeño paseo, en busca de un rayo de luz que le animase sus aburridas vacaciones. Además, había salido en busca de conocer y descubrir misterios, y eso sonaba a algo emocionante.


Así que Don Andrés empezó la ruta, tal y como se la había indicado el recepcionista:




Salió del hotel y miró al cielo. No sabía dónde estaba el Norte, así que se dedicó a ir preguntándole persona a persona.

—Caballero, ¿podría indicarme dónde está el Norte o la estrella polar?


La mayoría de la gente lo miraba divertida y se cachondeaban de él. Unos le decían que fuera a la playa y mirara el cielo, otros que el Norte estaba a la otra punta de la ciudad, y hacía allí fue. Ese es el problema cuando no conoces las estrellas en el cielo, que puedes acabar en el pub “el Norte”.


Así le indicaron y allí acabó, en ese pequeño pub-discoteca.




Entró mientras recordaba las palabras del recepcionista: “No deje jamás esa dirección. Por la noche le guiará la estrella polar, debe de seguirla hasta que se oculte, encuentre la escalera de los espejos y pase por debajo de ella. Es una puerta a otra fortuna”.

Había llegado al final a “el Norte” siguiendo a una chica que tenía un suéter con las constelaciones y que se llamaba curiosamente “Estrella”, había seguido a Estrella hasta que se había ocultado, tras una esquina, después de guiarle al pub indicado. La había seguido hasta allí, y allí dentro, ¡estaba la escalera de los espejos!


Una pequeña escalera plateada y reluciente, puesta en un pequeño escenario rodeado de espejos. Sin más dilación, se subió al escenario con paso veloz, atravesando toda la sala repleta de gente y subió a donde la go-go de piernas bonitas estaba bailoteando. Rápido, como un oso con la barriga llena, Don Andrés pasó por debajo de la escalera, demasiado pequeña para su cuerpo, provocando un pequeño alboroto al tirar a la bailarina que estaba subida en ella. Esta cayó encima de él y se agarró a su cuello, haciendo que ambos cayeran del pequeño podio al suelo.


Sintió todo el cuerpo de la mujer tan cerca… era extraño; pero no perdió la compostura, se levantó y pareció encontrarse en otro mundo, con otra fortuna, allí en medio de toda aquella gente. Nunca antes había estado en un pub-discoteca como aquel. Y aquello lo hacía sentir, de nuevo, extraño.


Con la go-go, aún colgada de su cuello cuando se levantó, sintió todo su cuerpo sobre su espalda y así recorrió el pequeño local, desorientado. Esa noche, era la admiración y el motivo de envidia de casi todos los jovencitos de aquel local.


Esperó allí hasta que “un gato negro lo saludó y le devolvió a su mundo.”


El gato negro, era el dueño de aquel local, negro como un gato y furioso. Sus zarpas bailaban delante de su cara amenazadoramente. Era un gordo panzón que gritaba y maullaba como si fuera, el supuesto, fiero felino. El dueño le devolvió a la realidad tirándole de allí, al llamar a los de seguridad.



Con rapidez, Don Andrés volvió a estar en la calle, sin saber muy bien que había pasado, pero sabiendo que estaba más cerca del final.


“Siga adelante hasta que la virgen del cazo roto rompa el espejo de la noche y entonces el camino se le revelará hacia la orilla”, recordó este fragmento y se sintió algo perdido, pero la seguridad que le daba haber seguido las palabras del recepcionista, hacía que tuviera fe para confiar.


A su lado pasó una niña de 15 años, con una camisa curiosa. En ella aparecían los integrantes de un grupo de rock llamado “Cazo Roto”, debía de ser un grupo local, porque él jamás lo había oído. Pero tampoco es que tuviera un gran conocimiento sobre la música de actualidad.


Supo al instante, que existían muchas posibilidades de que esa niña fuera virgen y los acontecimientos le habían llevado a que se encontrara con ella en ese mismo instante, así que decidió seguirla. Fueron atravesando muchas calles y callejuelas y se ve que la chica se asustó, porque empezó a correr, y Andrés… detrás. No podía perderla, no, después de estar tan cerca del final. Corrió y corrió hasta que parecía que la chica se le iba a escapar de las manos. En ese momento habían llegado al puerto, donde iban pasando al lado de multitud de barcos y de casas. Iba rápido y se cayó, se cayó al agua, rompiendo momentáneamente el espejo de la noche, entonces lo supo.


La niña parecía estar ahogándose, pero él estaba en la orilla, en el punto donde el espejo de la noche se había roto y tenía que aullar o dejar pasar la oportunidad. ¡Qué tensión!, dudó un segundo, antes de decidir rescatar a la chica que no sabía nadar.

Se echó al agua y la sacó.


Estaban los dos empapados, y él, volviendo un poco más a la realidad. Estaba avergonzado de su comportamiento; sabía lo que debería haber parecido, y se sentía mal por ello. Se disculpó con la chica y se ofreció a acompañarla a su casa.

Recordó lo poco supersticioso que era, y sin embargo, como había ido tras una gran superstición, en pos de alcanzar algo inexistente. Se había emocionado y había creído ver cosas que no existían en todas partes. Es fácil ver lo que quieres y reinterpretar la realidad para que parezca lo anhelamos.


Así que, al lado del puerto, la niña lo llevó a su casa, una vez que él le hubo explicado porque la perseguía.

La chica con la ropa toda mojada y aún algo asustada llamó al timbre.


Y en ese momento, un perro dentro Aulló… y la luz pareció hacerse en la noche. La chica era realmente hermosa, parecía una delicada modelo, una muñequita dulce y madura, más o menos de su edad, que hizo que se quedara completamente mudo de admiración. La mujer se llamaba Ariel y Don Andrés se enamoró rápidamente de su nombre y de toda ella.



Ariel se mostró muy agradecida con él. También parecía existir una fuerte atracción por su parte. Aquella noche se duchó allí, y esperó tranquilamente a que toda su ropa se secara en la calefacción. La hermosa madre le dio algo de ropa de su ex – pareja y estuvieron hablando todo lo que quedó de noche. A la mañana siguiente él había quedado prendado de los besos que la mujer le regaló y sentía que había encontrado a alguien que llenaba su vida, a su ángel, a su sirena particular.


Ariel resultó ser una compañía espectacular. Jamás había sido tan feliz en toda su vida.


Al cabo de unos días, volvió a ver al recepcionista cuando iba acompañado de Ariel y se la presentó. Es más le dijo todo lo que había pasado y le dio las gracias apretándole con fuerza la mano y dejándole una gran propina.


Había encontrado al amor de su vida y era feliz gracias a él.


El recepcionista estaba asombrado, asombrado de que todas las tonterías que se había inventado para reírse de esa persona se hubieran convertido en realidad. Por lo que convencido, al ver la gran hermosura de Ariel, decidió, él mismo, seguir el camino de Andrés.


“Tiene que salir del hotel e ir andando hacia el norte. No deje jamás esa dirección. Por la noche le guiará la estrella polar, debe de seguirla hasta que se oculte, encuentre la escalera de los espejos y pase por debajo de ella: es una puerta a otra fortuna. Espere allí, hasta que un gato negro le salude y le devuelva a su mundo. Siga adelante hasta que la virgen, del cazo roto rompa el espejo de la noche y entonces el camino se le revelará hacia la orilla. Allí aúlle, aúlle tan alto como pueda a la luna, justo en el borde del agua y ella aparecerá”, esas palabras aun las recordaba, porque provenían de una leyenda tonta que había contado a ese turista. Así que decidió dejar su puesto de trabajo y correr hacia el norte siguiendo la estrella polar. Pero el recepcionista si que sabía dónde estaba el norte y donde encontrar la estrella polar. Así que se fue a la playa y empezó a seguirla. Corrió en dirección al Norte. Corrió y corrió hasta que se hizo de día y luego siguió corriendo, mientras buscaba la escalera de los espejos, pero esa nunca la llegó a encontrar y él nunca llegó a parar.


Aún hoy si se sigue el norte se puede uno encontrar a un corredor, con traje de recepcionista, cubierto de harapos, más que de ropa, corriendo sin descanso buscando una escalera hecha de espejos.


Moraleja: Entre la casualidad y la leyenda no siempre existe un límite. El pobre iluso que no lo sepa ver, puede acabar persiguiendo el fantasma de una realidad inventada.

24 de Julho de 2019 às 02:29 7 Denunciar Insira Seguir história
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Fim

Conheça o autor

Ibán José Velázquez de Castro Castillo Soy un pequeño alma errante devoradora de historias que quiera aportar su pequeño granito de arena a las cientos de palabras escritas para el deleite de las personas. La historia que traigo lleva muchos años en mi cabeza y algunos otros en el papel. Ya tenía cerca de 60 páginas escritas a máquina hasta que pasó lo impensable, me atasqué, la di de leer a más gente y decidí reestructurarla toda y dar más profundidad y un enfoque de tiempos a mi novela diferente.

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RF Raquel Figueroa
Me encanto toda la historia sirve como moraleja es mejor no mentir porque se puede volver en tu contra y si cuando la tengas con las ilustraciones nos avisas gracias
April 14, 2020, 21:11

Ángel C. Noria Ángel C. Noria
Al final no sé si reírme o llorar por el recepcionista. Tú historia es muy agradable de leer y gracias a las imágenes se hace todavía más ameno. Todo lo que pasó el protagonista también fue su culpa por decirle esas cosas tan creídas al recepcionista XD, pero al final todo era por una razón.
October 12, 2019, 13:38

  • Ibán José Velázquez de Castro Castillo Ibán José Velázquez de Castro Castillo
    Esta historia está mucho mejor redactada en una versión final que he hecho, estoy hablando con dibujante ilustrador o ilustradora más de 30 imágenes he hablado con traductores que la están traduciendo a más de cinco o seis idiomas para probar a publicarla en Amazon. Cuando la tenga si os gusta os lo diré para que paséis a ver la al menos. October 12, 2019, 15:54
Samantha G Samantha G
ME ENCANTO!!! No tengo palabras para agregar. Una historia que te deja pensando. Fue casualidad o suerte? En verdad puede pasar algo así? Es increíble que al final se lo creyera el mismo recepcionista. No tuvo suerte.
July 26, 2019, 07:48
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