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Eñangotada. Sus piernas, bien separadas. Su pelvis, casi pegada a la pared (de frente). Sus manos, abajo, frente a su pelvis. Sus brazos, ningún movimiento hacían, como si ella solamente estuviera sosteniendo algo.

Era una postura extraña para una mujer religiosa. ¿Por qué tenía su pelvis tan pegada a la pared? Para amarrarse los zapatos no hay que abrir tanto las piernas, ni que pegar tanto la pelvis a la pared; tampoco para recoger algo del suelo o empacar algo. Además, ella no estaba haciendo ninguna de esas cosas.

Eso notó un tipo que entró al salón donde ella estaba, a quien ella se le hacía la recatada. Él se quedó a unos doce pies detrás de ella, para no interrumpirla; y como al minuto de él estar allí, ella se levantó y evitó pasarle por el lado al salir; y él se quedó intrigado.

Dos días después, de repente, al tipo le vino la respuesta a su incógnita (como una revelación): ella estaba mostrándole su «selfie» —y no de su cara— a algún amigo con privilegios a través de su celular, que estaba en el piso, recostado de la pared. Entonces él entendió porqué ella estaba en aquella posición; y aunque ella tenía pantalones, esa parte del cuerpo queda muy bien marcada cuando una mujer se eñagota.