azale Sara García

Concepción Arenal fue una joven inquieta y ambiciosa que luchó para perseguir sus sueños, desgraciadamente se encontró con constantes obstáculos en consecuencia de una sociedad y una cultura misógina. Defendió con uñas y dientes los derechos que le habían arrebatado: no quería vivir entre rejas.


Histórias da vida Todo o público.

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Entre rejas: Concepción Arenal

«Abrid escuelas y se cerraran cárceles»


En el número 177 de la calle Real, en Ferrol, nació Concepción Arenal. Era una joven llena de sueños e ilusiones que había decidido nadar contracorriente, dispuesta a romper los esquemas de la cultura misógina en la que vivía: fue por ello que tuvo una vida complicada, pero era consciente de las consecuencias, y aún así, estaba decidida a cumplir todas sus metas.


Concepción había heredado las agallas de su padre, él era un militar al que castigaban en numerosas ocasiones por sus pensamientos liberales, mostraba sin tapujos su oposición al régimen absolutista del rey Fernando VII. Desgraciadamente, como consecuencia de sus continuos encierros en una cárcel sumamente inhumana enfermó y murió en 1829, dejando a Arenal huérfana con tan sólo nueve años de vida. A raíz de su fallecimiento, se trasladó con su madre y sus dos hermanas aquel mismo año a Cantabria. Su abuela paterna las acogió con amabilidad y allí recibió una estricta educación religiosa propia de la época. Desafortunadamente, un año después falleció su hermana Luisa: supuso una muerte imprevista, como si necesitara acompañar a su padre en el Cielo. Con catorce años volvieron a mudarse, esta vez a Madrid, allí Concepción estudió en un colegio femenino.


El tiempo pasaba rápido y la joven se veía incapaz de olvidar el sufrimiento que le había generado la muerte de su padre: lo echaba de menos más de lo que cualquiera podría imaginarse. Culpabilizaba a aquellos que se habían encargado de que viviera entre rejas por sus ideales, sabía que expresarse era un derecho y no se lo habían permitido. Más tarde volvería a reafirmarse en aquella idea, pero antes todavía le quedaba un largo camino por recorrer.

Madrid le parecía una ciudad hermosa pero demasiado agobiante: ella era mas bien de pueblo, le gustaba la tranquilidad, la naturaleza y el silencio. A pesar de la apreciable incomodidad, se mostraba inquieta y con una curiosidad inagotable, tenía muchas ganas de aprender y de regresar a Ferrol, el hogar donde había nacido y crecido. Creía que así podría recuperar el recuerdo de su padre y el de su hermana, pero pronto asimiló la pérdida de ambos y decidió que lo mejor para ella sería pasar página. Así lo hizo, recogió todas las energías necesarias y trató de olvidar su sufrimiento entre montañas de libros. Su carácter nervioso la ayudaba a ello: podía pasarse días enteros, e incluso noches, aprendiendo nuevos idiomas por su cuenta, como francés o italiano. Le fascinaba aprender y coleccionaba todos los libros que leía en las estanterías de su nuevo hogar. Tenía clara su meta: quería estudiar derecho, pero en aquella época las mujeres se encontraban con grandes obstáculos, la cultura y la sociedad decidían por ellas, su camino parecía estar marcado incluso antes de haber nacido, pero quería luchar contra ello. Esperaban de ella que aprendiera a coser, a cocinar, a saber realizar las labores del hogar. Estaba obligada a servir a su marido, a prepararle el café, acomodarle el cojín del sillón y ponerle las zapatillas para que se sintiera cómodo, sin olvidarse de cuidar de sus hijos. Su futuro se alejaba de aquellas montañas de libros, era algo totalmente diferente: sería como estar un una cárcel, y aquella comparación le recordaba continuamente que no quería vivir pasados los años entre rejas.


Su madre la matriculó a ella y a su hermana en un colegio donde el programa de estudios consistía en aprender a comportarse correctamente en sociedad: enseñaban a las jóvenes a ser educadas y amables, a mostrar siempre una sonrisa. Aquel programa supuso una decepción para el carácter ambicioso de Arenal, únicamente servía para reconducirlas por el camino que creían adecuado para las mujeres, tratando de privarlas de su libertad desde pequeñas. Concepción quería aprender, y aún dedicándole horas al ámbito educativo formal siguió informándose por cuenta propia: tenía claro que quería llegar a ser algo más que una ama de casa. Autodidacta, aprendió sobre filosofía y ciencias, cuando no estaba en el colegio se dirigía corriendo hacia las numerosas bibliotecas de la ciudad: cualquiera se horrorizaría si lo supiera, por lo que trató de mantenerlo en secreto. En aquella época no sólo era curioso que una mujer sintiera interés por la filosofía o las ciencias, sino que además se consideraba un ámbito dirigido única y exclusivamente a los hombres. Creían que las mujeres no valían para todo aquello que implicara tener conocimientos teóricos, pero a Concepción nada la desmotivaba, lo que los demás creyeran le daba igual porque era consciente de sus capacidades.


Empezó a surgir en ella ideales feministas que inevitablemente la distanciaron de su madre, las ideas de ambas eran contrarias, pero era normal a pertenecer a dos generaciones diferentes. Víctima de una educación machista, la madre acataba y asumía las normas de una cultura misógina, pero Concepción quería luchar contra aquella desigualdad con rebeldía. Cansada de las constantes discusiones que protagonizaba con su madre, Arenal consigue darse un respiro al ofrecerse a cuidar a su abuela paterna en Cantabria. Una vez allí, recupera el recuerdo de su padre, consiguiendo entristecerla y atormentarla. A pesar del sufrimiento se mantiene firme y decide cuál sería el camino que tomaría con seguridad y confianza en sí misma, aunque para ello necesitaría independizarse económicamente. Desgraciadamente, el destino le permite conseguir su sueño más añorado de la peor manera posible: su abuela fallece y le deja a Concepción como herencia todos los bienes de la familia. Una vez superada la pérdida, decide matricularse en la universidad, pero entonces queda huérfana de madre con veintiún años. Después de recuperarse de un nuevo infortunio, se reafirma en la idea de estudiar y alcanzar su meta. Gracias al dinero que heredó de su abuela pudo ver aquello como una opción factible, pero a la hora de la verdad se encontró con un nuevo obstáculo: estaba prohibido que las mujeres se matricularan en las universidades españolas. Ni si quiera aquel contratiempo pudo frenar las intenciones de Arenal, y con su característica inquietud ideó un plan descabellado en aquel entonces. No sabía si aquello podría funcionar, pero entendía que tampoco tenía nada que perder.


Cambió de manera radical su aspecto físico: se cortó el pelo y empezó a vestir una chaqueta marrón que la cubría hasta las rodillas, así podía disimular sus senos y las caderas anchas. Era el disfraz perfecto para pasar desapercibida, así podría parecer un hombre. Con un sombrero de copa sobre la cabeza ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid en 1841. Sus compañeros la recordaban como un alumno ejemplar que acudía todos los días a clase, sin excepción. Su aspecto resultaba peculiar incluso en aquella grande ciudad en la que era frecuente encontrarse con un amplio abanico de estilos, pero en principio, nadie se cuestionaba su sexo. La recordaban como un alumno silencioso, concentrado y respetuoso con las personas de su entorno, sin duda alguna era el que más prestaba atención.

Concepción era consciente de los riesgos que aquello suponía, pero su motivación por estudiar derecho era mayor que cualquier temor que pudiera surgir a raíz de su alocado plan. Trataba de ser cauta, de que nadie sospechara de ella, intentaba no llamar la atención. Su verdadera identidad no podía ser revelada, nadie podía saber que él en realidad era ella, y que su verdadero nombre era Concepción Arenal.


A pesar de los esfuerzos, un día fue descubierta: habría sido difícil ocultar la verdad mucho más tiempo. Era normal que finalmente desconfiaran de ella, su voz era más aguda que la de sus compañeros y su constitución diferente a la de un hombre. La curiosidad que despertó en el resto de alumnos un día se tornaron en sospechas, y pronto estuvo en el punto de mira del rector. Este último no tardó en convocarla en su despacho, y una vez allí, Concepción se vio incapaz de mentirle al sentirse acorralada. Se niega a dejar la universidad, le parecen injustas las leyes y así se lo hace saber. Después de una incómoda discusión consiguen llegar a un acuerdo: si Arenal consigue aprobar un examen el claustro decidiría qué hacer. Seguramente si el rector fuese más estricto y misógino la joven no tendría opción y sería expulsada de inmediato, pero nuevamente se habían alineado los planetas a su favor, un golpe de suerte que supondría un importante cambio en la sociedad a favor de la igualdad entre mujeres y hombres.

Concepción se esforzó en aquella prueba tanto como le fue posible, y finalmente los resultados evidenciaron un gran talento. El examen le había salido tan bien que el rector se vio obligado a aceptar a Concepción Arenal en el centro, pero aún así no fue un camino fácil: las revoluciones eran lentas. No se le permitió matricularse, por lo que en términos legales no formaba parte del estudiantado, no tenía opción a recibir un título. Asistió como oyente a las clases y no tuvo la oportunidad de volver a realizar ningún otro examen, los profesores la vigilaban continuamente, y no podía interactuar con sus compañeros porque creían que podría distraerlos. Todas aquellas diferencias tenían una única ventaja: no necesitó volver a disfrazarse de hombre para poder asistir a la universidad. Podría parecer que su plan se había convertido en un claro fracaso, pero dadas las circunstancias aquello suponía en realidad un gran avance. Concepción mantuvo su interés, y a pesar de no ser tratada como el resto de alumnos, se esforzó y estudió tanto como pudo: estuvo cuatro años aprendiendo derecho.


Entre clases y libros conoció a Fernando García Carrasco, un hombre que tenía quince años más que ella y con el que se casó en el año 1848 a pesar de la diferencia de edad. Si algo le llamó la atención de él eran sus ideologías y pensamientos liberales, y sin dudarlo, establecieron un acuerdo para poder tener un matrimonio igualitario. Cualquiera pensaría que aquello era una locura, pero Concepción no quería encerrarse en su hogar todos los días, siendo relegada únicamente al ámbito doméstico; por suerte, Fernando tampoco quería que aquello ocurriera, y apoyó incondicionalmente a Arenal para que siguiera persiguiendo sus sueños. Volvió a disfrazarse en numerosas ocasiones de hombre para poder acompañar a su marido a las tertulias políticas y literarias de Madrid, seguía teniendo una mente inquieta y la necesidad continua de aprender, pero nuevamente se veía obligada a ocultar su identidad.


Feliz con su matrimonio, decidieron tener dos hijos: Ramón y Fernando. Trató de compaginar con su marido el cuidado de los niños y no dejó a un lado sus aficiones. Ahora que se había licenciado en derecho quería ser escritora, y como de costumbre, no había nada ni nadie que pudiera frenarla. No tardó en publicar sus primeras obras: teatros, poemas y zarzuelas. En 1855 aparecen sus primeros artículos en La Iberia, un influyente periódico de ideología liberal. Contenta por sus logros, su vida da un trágico giro a raíz de la muerte de su marido, y años más tarde se queda sin trabajo. Decaída, vuelve a Cantabria acompañada de sus dos hijos y se instala en el pueblo de su abuela paterna. Con treinta y siete años de vida pierde la energía y la motivación que la caracterizaban, y alquila una casa que pertenecía a la madre del violinista Jesús de Monasterio. Después de la tormenta vuelve la calma, y Concepción establece una relación de amistad con el músico, convirtiéndose más tarde en su mayor apoyo. Jesús era un hombre religioso que acabara de fundar las Conferencias de San Vicente de Paúl, y la consigue convencer para que instituya una sección femenina de la sociedad. En aquel trabajo encuentra una salida a todas sus preocupaciones, y desde entonces dedica la mayor parte de su tiempo a la labor humanitaria, sin dejar a un lado, eso sí, la escritura.


Presa de la realidad, en 1860 publica el ensayo La beneficencia, la filantropía y la caridad, que sorprendentemente obtuvo el premio de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, pero para poder publicar el libro tuvo que ocultar su verdadera identidad, y en aquel entonces nadie supo que ella había sido la autora de aquellos escritos. Desgraciadamente se dieron cuenta de que Concepción había firmado con el nombre de su hijo, e injustamente la Academia dejó el premio en suspenso al descubrir el engaño. Se abrió un debate que hoy en día sería ridículo, se preguntaban si una mujer podría ser merecedora de un premio: finalmente no pudieron negarle los méritos de aquella creación, y los académicos se vieron obligados a entregarle su premio. Había supuesto otra pequeña revolución, un gran cambio, y Arenal se sentía orgullosa de ello.

Su inquietud no le permitía estancarse, en 1863 se convirtió en la primera mujer que recibió el cargo de visitadora de cárceles femeninas: hasta entonces un puesto ocupado tan sólo por hombres. Concepción se implicó en su labor, y si algo le gustaba era defender los derechos de las personas más vulnerables, la ayuda humanitaria era primordial para ella. En un presidio femenino de Galicia conoce las humillantes condiciones en las que viven las mujeres encerradas por causas graves y otras condenadas por pequeños hurtos. Todas ellas eran analfabetas, mujeres desgraciadas que habían perdido el sentido de la vida, a las que se les había despojado de su identidad. El trabajo de Concepción fue indispensable a la hora de dar un pequeño rayo de esperanza a todas aquellas que vivían sumergidas en aquel infierno. Arenal decide reunirse con varias damas de la alta sociedad gallega, conocidas como las Magdalenas, para intentar ayudar a aquellas mujeres dándoles educación. Visitando con frecuencia aquella cárcel, comienza la lucha por mejorar la vida de las reclusas, exigiendo celdas habitables, un trabajo por el que reciban una remuneración mensual, más tiempo en el patio y una alimentación más abundante. También trató de eliminar los golpes, las vejaciones y humillaciones a las que eran sometidas. Finalmente consigue ganarse la confianza de las presas y arremete contra los celadores y militares que se encargaban de mantener el orden dentro de la cárcel, a pesar de las consecuencias que aquello supondría. En 1865 fue cesada por publicar un ensayo titulado: Cartas a los delincuentes, en el que defendía una reforma del Código Penal que velara por los derechos de los presos y presas de todas las cárceles de España. A pesar de haber perdido su trabajo, utilizó su experiencia para analizar el sistema penitenciario en ensayos como El reo, el pueblo y el verdugo o La ejecución de la pena de muerte.


Con la Revolución de 1868 la sociedad española desplaza su eje hacia posiciones progresistas, y Concepción Arenal focaliza su interés por la educación de la mujer. Dicta las Conferencias Dominicales para la Mujer en el paraninfo de la Universidad Central de Madrid y participa en la creación de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer y la Escuela de Institutrices. En 1869 publica La mujer del porvenir, un ensayo escrito en 1861 que estuvo esperando en su mesilla de noche hasta que el clima fuera propicio para que pudiera ver la luz. Se trató de un libro feminista en el que defendía el libre acceso de la mujer a la educación, cuestionando las teorías que promovían la superioridad del hombre en función de criterios biológicos. Aquel libro precedió otros similares en los que mostraba su desacuerdo con el sueldo desigualitario, ya que las trabajadoras eran peor remuneradas en comparación a los hombres. Arremetió sin descanso contra los roles de género, no concebía que se le inculcara a la mujer que su misión única fuera la de ser esposa y madre. Defendía que debían de ser independientes para poder afirmar su personalidad, que tenían el derecho a reclamar la libertad que les habían arrebatado.


Cansada de nadar contracorriente, Concepción Arenal fallece a causa de un problema bronquial en 1893 en Vigo, donde su cuerpo descansa en la actualidad. Arenal daba fin a su vida pero dejaba asentadas las bases teóricas de lo que sería el posterior feminismo en una España que aún debería de recorrer un largo camino para conseguir la igualdad de género. No sólo murió defendiendo los derechos de las mujeres: también se preocupó por la gran desigualdad económica del país que generaba grandes riquezas para unos y una fatídica pobreza para otros. Luchó también por unas mejores condiciones en las cárceles, motivada por el fallecimiento de su padre a causa de sus encierros. Los prisioneros eran tratados de una manera inhumana, los convertían en números, los despojaban de su libertad. Eran sometidos a situaciones vejatorias por parte de los carceleros y militares, maltratados y humillados. Con respecto a este tema ella pensaba: «odia el delito y compadece al delincuente», consideraba que esta problemática tenía que ver con la desigualdad económica. La mayoría de presidiarios y presidiarias eran personas pobres y analfabetas que trataban de sobrevivir a una vida sumamente dura e injusta: roba el pobre para llevarse un trozo de pan a la boca. Los que acumulaban riquezas eludían el Código Penal con eficacia, ellos no estaban en el punto de mira de la sociedad. Si ya era difícil la vida en la cárcel de por sí, las condiciones en las que se encontraban las mujeres eran mucho peores. Como de costumbre se llevaban la peor parte al vivir en una sociedad machista y misógina, y a pesar de los avances que propiciaron mujeres como Concepción Arenal queda todavía mucho camino por recorrer. En la actualidad se sigue considerando que el hombre es superior a la mujer: persiste la desigualdad salarial de género, se relega todavía a las mujeres al ámbito doméstico, aunque con diferencias, ya que tienen que compaginarlo con el trabajo. La lista de diferencias sigue siendo interminable, pero las revoluciones y los avances son lentos, cualquier logro de la mujer supone una derrota para una sociedad patriarcal. Se mantiene la lucha por la igualdad de derechos entre mujeres y hombres, y nunca debemos olvidar el pasado. Gracias a mujeres como Concepción Arenal podemos ser un poco más libres hoy, ella creía que la solución se encontraba en la educación, primordial para perseguir con ilusión nuestros derechos.


15 de Junho de 2019 às 09:27 3 Denunciar Insira Seguir história
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Fim

Conheça o autor

Sara García Educadora social y escritora en mi tiempo libre. ¡Sígueme en Instagram: @azale___ !

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Joel Alberto Paz Joel Alberto Paz
Escribir es un reto, pues no solo te enfrentas a tu propio yo al momento de crear tus personajes y sus ambientes, sino porque luego enfrentarás la aceptación o acepción de quienes te lean. Muy buena tu historia, sigue adelante.
September 09, 2019, 16:16
ana hoy ana hoy
Muy buena historia!
August 22, 2019, 14:53

~