Fue a mediados del 2060, hace cinco años atrás. La mañana había estado tranquila. Fui a la escuela como todos los lunes, me junté con mis amigos después de clase, volví a mi casa, charlé con mi mamá, hice la tarea, y un sinfín de etcéteras rutinarios.
No fue hasta el atardecer, que salí a caminar por el barrio para encontrarme con mi amiga Amanda, que el cielo se oscureció de repente, y cayó la primera bomba.
El estruendo fue terrible. Quedé sorda por varios segundos, sin entender nada de lo que estaba pasando. Al principio pensé que se trataba de un ataque terrorista. Entre el ruido de los disparos y los bombardeos, creí que se había desatado una guerra o un golpe de Estado. No fue hasta que miré hacia arriba, que entendí que las naves que tapaban el sol estaban lejos de ser humanas.
Corrí lo más rápido que pude en dirección a mi casa, pero cuando estaba a menos de dos cuadras de distancia, una bomba cayó y desintegró todo lo que había en un radio de cien metros.
Todo lo que alguna vez conocí había desaparecido. Mi casa, mi familia, mi ciudad, todo. Mi realidad se había convertido en ruinas en pocos minutos, y nada podría revertirlo.
Lo único que pude hacer fue volver a correr. Correr lejos de todo, alejarme lo más posible de los ruidos y la violencia, escapar para poder sobrevivir. Pero fue en vano.
La primera vez que vi un gigante pensé que era una alucinación. Apareció de golpe frente a mí, enorme, de color azul intenso y unos ojos completamente negros. Tenía forma humana, aunque medía tres metros. Pensé que iba a dispararme con el cañón que llevaba en la mano, pero en su lugar me inmovilizó con una pistola eléctrica y me subió a una de sus naves. Desde ese día, yo y todos los humanos que sobrevivimos a la Invasión nos convertimos en sus esclavos. Quedamos a merced de una raza desconocida y violenta, unos genocidas sedientos de sangre. Nuestra sangre.
Aquel día todo cambió. Nunca volveríamos a poder salir a caminar por un parque, o tomar sol en la playa, o escalar una montaña en libertad. Ese fue el día en que la Tierra dejó de ser nuestra.
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