carlavgonzalez Carla González

Crónica de los diablos de Semana Santa de Alangasí


Histórias da vida Impróprio para crianças menores de 13 anos.

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El calvario de los diablos de Alangasí

Al final de una loma empinada, paso el río que divide sus pequeños pueblos, los puntos de venta de trajes de baño, las cabezas de cerdo fritas y refritas, y ahí está Alangasí. Las dos torres blancas de la iglesia aparecen en el horizonte como los cachos de un toro albino imponente. Más imponente que las nubes negras que advierten una tormenta.

Llego temprano, demasiado. 17h05. Converso con los vendedores afuera de la iglesia, ellos siempre saben qué pasa.

“Vienen los diablos,” me dice la señora que vende manzanas acarameladas bajo un parasol que también la cubre de la lluvia, y hasta cuelga un reflector para poder ver bien. “Y ahí lo cuelgan y se queman, todo aquí en el parque.”

Eso es Semana Santa en Alangasí.

Junto al parque está la iglesia, y en su pared de piedra hay una placa con el nombre de quien menos imaginaba ver. A JAMIL MAHUAD. Quien nos dejó en esta mierda. Ahíse alaba su gestión como alcalde de Quito para traer agua a la parroquia, aunque junto a su nombre el grifo esté vacío.

Adentro los músicos, unos seis, aún no han afinados sus instrumentos y solo hay unas ocho personas. Rezan el rosario, y yo saco mi libro de Todos los fuegos el fuego que conseguí en una feria de libros usados. A la señora de la chaqueta blanca sentada en primera fila parece disgustarle. Tiene bordadas flores en su ropa, y es rubia teñida. Ya debe estar acostumbrada a los turistas o poco creyentes que solo vienen a la iglesia para divertirse con los diablos. Yo solo quería divertirme con los diablos. Se levanta y se le acerca a una muchacha que es parte del coro, asumo que le exige que haga escuchar los rezos, porque con un poco de recelo la chica toma el micrófono y repite: Dios te salve, María. La vieja regresa a su asiento creyéndose ganadora de una competencia que solo está en su mente.

Los santos aquí llevan poncho y sombrero.

17h51. Ya empiezan a llegar más personas. Una niña entra de la mano de quien parece ser su madre, y lleva en sus manos una imagen pequeña de un santo. Otra ingresa a la iglesia con un abrigo rosado y zapatos negros, y pasa directo al altar, parece dirigir un poco los preparativos para la celebración. Otra mujer entra con un cuadro de Jesus y un rosario colgando de una esquina. Una familia trae un galón de agua. “El padre pasará bendiciéndolo,” me dicen.

Los últimos en entrar son los perros callejeros, y se pierden entre las piernas colgantes de los que están sentados en las bancas de madera. Un grupo de cuatro chicos se sienta frente a mí. Se nota que no son de la comunidad, y que igual que yo, vienen por los diablos. Sacan sus cámaras, lentes, prueban el flash, revisan la batería. Todo listo.

A las 18h28 ya está oscuro todo, esas nubes negras que me seguían tomaron el cielo por completo. El sonidos de flautas y tambores desde el parque anuncia que ya vienen. Se abren las dos puertas del templo que sigue a oscuras, e ingresa un grupo disfrazados de guardias romanos a resguardar una imagen de Jesús agonizando. Las espuelas suenan contra el piso e ingresan los diablos.

Son hombres todos, un par de niños nada más, con máscaras de diablo hechas con cuernos y dientes pesados. Se ríen de todos y toman control de la iglesia. Para el largo cabello llevan pelaje animal, aunque algunos tienen sogas. Visten mallas rojas o negras, con motivos diabólicos, con frases como “El diablo te hará rico”. Usan chaquetas elegantes, o traje completos de elástico, y un trinche a la mano con el que se hacen paso entre la multitud.

Uno se dibuja un par de testículos en la espalda, otro lleva una camiseta de Megadeth (previo a su conversión religiosa), otro tiene unas alas con ojos verdes. Todo lo que pueda parecer maligno. Cadenas, anillos, uñas negras, aros en las orejas, y botas de cuero con espuelas.

Sobre los ojos van luces de colores.

Se prenden las luces y empiezan a asustar a los niños, y tientan a los feligreses con dinero. Sacan revistas pornográficas y muestran joyas a las personas. Unas ríen, otras muy serias miran al frente a altar de la iglesia, a la imagen de Jesús, sin ser molestados por las tentaciones. Uno de los diablos se para en el centro de la iglesia, y con una cola de toro que lleva en su trasero la mete entre sus piernas, la mueve en círculos y empieza a menearse.

El cura dice un par de cosas de Dios, la luz, la vida, y los diablos salen corriendo. Yo salgo detrás y llego al parque donde encienden sus trinches llenos de explosivos. Corren entre la gente y si queman a alguien ni lo notan.

“Hasta mañana, diablos,” grita un señor en las escaleras del templo mientras los ve irse.

Fieles a sus personajes salen de la plaza central para refugiarse en un callejón a una cuadra, lejos de las miradas curiosas. Ahí sus familiares y amigos los esperan y los ayudan a sacarse sus máscaras que ya los hacen sudar. Toman agua, cerveza y caña.

Al siguiente día, la procesión comienza con una banda en la distancia que hace que la gente deje de comprar su pan para reunirse en el parque. Los miembros de la banda usan una camisa azul y pantalón gris que brilla. Dos niños los acompañan, uno en el tambor y el otro con los platillos, constantemente viendo hacia arriba para copiar los gestos de los adultos.

“Hoy lo sacan al Cristo de Caspicara,” me comenta un chico de gafas grande, camiseta negra y zapatos de goma. “¿Ya lo vio?”.

Le pregunto si es el mismo, el escultor de la Escuela Quiteña. Solo mueve la cabeza. Dentro de una caja de vidrio y madera, lo sacan y llevan en hombros entre 11 personas, cinco de cada lado y al frente uno que los dirige. Dan vueltas al pequeño parque escoltados por Almas Santas y Turbantes, hombres que llevan faldas largas negras con detalles en dorado, una camisa blanca con un corazón bordado, y chaqueta negra. En su cabeza, un pañuelo blanco y encima van las estructuras cónicas sujetadas con tiras a sus cuerpos. Llevan velas y machetes en mano. Detrás de ellos la gente ha sacado también a pasear a las demás figuras religiosas, es el clímax religioso.

Una niña vestida de ángel ha sido obligada a aprender un discurso y es suspendida en el aire por cuatro hombres. Su madre, quien la espera en la calle, parece aprobar.

Vuelven a caminar y me meto entre la gente, escucho a gente gritarme, pero no los escucho. Llego al otro lado del parque donde el verdadero festín empieza. Han sacado una de las piedras de la calle, y enterrado un palo lleno de pirotecnia. Traen a un diablo, solo un monigote esta vez, en brazos hasta su base. Los otros diablos, ahora de civiles, con camiseta oficiales de “Diablos de Semana Santa de Alangasí” y pantalones de mezclilla, organizan la última cena del diablo. Aún se ve en sus uñas la pintura negra de la noche anterior. “Hoy ya no salimos, porque ya ayer nos quemamos,” dice el más barrigón, a quien me parece reconocer de la misa de ayer, en esa ocasión llevaba pantalón corto y apretado de color rojo. No le vi la cara, pero reconozco su barriga.

Él lleva 6 años siendo diablo. El jefe de todos, ya tiene 36 con el grupo.

En una mesa colocan aguardiente, ron, cerveza, gaseosas, un plato de comida china creo que es chaulafán, un zapato de taco negro, crema de manos y hasta pastillas. Todo lo malo, pienso en voz alta. Advierten, como casi jefes de bomberos, que estemos más lejos. Prenden el fuego y entre cuatro jalan con una cuerda al diablo que parece bailar en el aire, movido por cada explosión. En sus cachos dos petardos vuelan y uno me alcanza. Le doy la espalda y me escudo entre el resto de personas.

Pasan todos frente al diablo. Los niños evitan mirarlo de frente, y los adultos toman las últimas fotos del diablo en su calvario.

Los pétalos de las rosas y las palmas quemadas son las únicas que llenan las calles. Mañana será lunes y todo volverá a la normalidad.

No más diablos, hasta el próximo año con ellos.

23 de Abril de 2019 às 23:45 0 Denunciar Insira Seguir história
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Fim

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Carla González Journalist that can blog, photograph, and broadcast (Maybe fly drones next)

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