Florencia Vigil
La noche nos alcanzó y con ella la soledad
tu voz volvió a resonar en este templo vacío,
en esta oscuridad que descansa en lágrimas
a este corazón marchito que olvidó cómo amar.
Puedo recordar tus besos, aquel dulce y suave sabor
que enviciaba a esta mente frágil y débil.
Tus manos cálidas sobre esta fría e impaciente piel
que llamaba a gritos el roce que la hacía suspirar temblorosamente.
Puedo recordar esas tempestades estrelladas,
en las que tus brazos se convertían en mi refugio
y tu voz en ese suave susurro,
que transmitía una fina melodía atravesando en mi mente los muros.
Te estaba perdiendo, como vos a mi,
pero no podíamos escapar del supuesto destino.
¿Alguien habló de libertad? ¿Qué libertad?
Si ya no tengo permitido, siquiera, amar.
Lloro intentando que las lágrimas arrastren el dolor.
Mi alma a gritos te llama, pero tu no puedes escuchar.
Tu sonrisa se nubla, haciéndose invisible por las noches.
Y el silencio me roba lentamente tu voz, que ya no oigo.
Es así que escribo con la esperanza, que algún día,
las palabras vuelen hacia ti.
Porque así podré decirte que,
aunque mi corazón cese su latir,
tu permanecerás en mí, al igual que yo en ti.
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