wereyes W. E. Reyes

Una periodista rumbo a su casa encuentra su destino modificado por una fuerza más allá de su comprensión. Cuento perteneciente a una compilación registrada en: safecreative Código de registro: 1902280069083


Horror Literatura monstro Para maiores de 18 apenas. © Todos lo derechos reservados

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PBX, primera parte.

Prólogo


Una voz de inconmensurable poder se sintió en la bóveda universal.

—Estoy aburrido, que te parece si apostamos otra vez, creo que tengo un candidato que demuestra el verdadero valor humano. Además has ganado, casi siempre, las últimas veces.

—De acuerdo si tu humano lo logra te devolveré cien almas condenadas para que sean salvadas, si pierdes me quedo con el alma de ella por la eternidad sin posibilidad de redención.

—Trato hecho —tronó la voz sobre el cielo.


Se abrieron las puertas del carro. María entró apresurada, jadeando, con su vestido ensangrentado y rasgado. Sus ojos reflejaban un pánico ciego abiertos a mas no poder. Ansiando y deseando el cierre de puertas. Su deseo se hizo realidad y respiró aliviada.

A esa hora, tres de la madrugada, no había muchos pasajeros. Los únicos tres pobres diablos estaban en el carro se distribuían los más lejos posible unos de otros. En un gesto de confianza típica neoyorquina. Apenas se puso el tren en marcha se escuchó un gruñido gutural junto con el sonido de cristales quebrados que la paralizó. Uno de sus perseguidores, un tipo semi-calvo con coleta, atravesó con la cabeza el ventanal del carro.

—¡Es uno de los caminantes malditos! —gritó.


«¡Oh por Dios! —caminante maldito— es un puto zombie, no, no otra vez ¿por qué cuando estoy aburrida tengo que agarrar estos estúpidos libros…? El narrador ni siquiera mantiene el misterio, es obvio que los van a matar, por eso dijo los tres pobres diablos. ¡Oh mi Dios! Apuesto a que ahora el caminante los revienta a todos, primero a los pasajeros y después va a ir a por María», reflexionó la lectora.

Se desató una fuerte lluvia.

—¡Taxi, taxi! —gritaba la rubia periodista. Uno se detuvo.

—Vaya a W street con E street —inquirió.

—Que lluvia, eh señorita. Suba, suba rápido que se moja.


El descarnado ser fijó su objetivo en uno de los pasajeros, este era un alto, corpulento y musculoso hombre afroamericano.

—Hey que pasa hombre se te soltó un tornillo. Hey hombre atrás, atrás.

Trató de darle una patada al maldito. El cadavérico ente tomó la pierna del tipo y la arrancó de cuajo, la sangre saltaba a borbotones de las arterias del infortunado.

—¡Hijo de puta! —gritó el hombre que intentaba alejarse arrastrándose que con su miembro desmochado a la altura de la ingle; igual que cuando se saca el pernil de un pollo asado. Dejando una estela de sangre que pintaba el piso con un grueso trazo rojo e irregular. El caminante se le tiró encima y arrancó uno de sus brazos a dentelladas, luego de lo cual abrió su cráneo para comer su cerebro...


«No me digas, como diablos un ser descarnado va a sacar un pierna y a partir el cráneo a un hombre fornido, es esto real, que acaso tiene poderes o es un super-zombie», pensaba entre risas e incredulidad la señorita, mientras sacudía el libro, con las hojas hacia abajo, como si buscase alguna cosa entre-páginas como un marcador o una hoja de notas. Tratando de manera simbólica que el libro tuviese un mejor sentido.

«No, no me lo creo, que más se puede esperar de un libro titulado La revancha de los caminantes malditos sangrantes parte IV». Puso los ojos en blanco.


El ahora convertido en maldito, con su masa encefálica a medio comer, avanzaba arrastrándose hacia la anciana de la esquina derecha.

—¡Ayuda, ayuda, que alguien nos ayude! —chilló María.

La anciana se agarró sus plateados y rizados cabellos de manera desesperada.

—¡Aléjense de mi por el poder de Cristo! —dijo. Sacó, mostrando, un gran crucifijo de madera que llevaba bajo su blusa.

—¡Dios me protegerá y los mandará al infierno aberrantes criaturas! —decía mientras apuntaba, con el, a la bestia que se arrastraba hacia ella. La criatura maldita, la agarró llevándola al suelo, luego arrancó su crucifijo y sacó con el los ojos a la vieja y se lo dejó ensartado en sus cuencas. La sujetó y procedió a desgarrar sus tripas, líquidos viscosos mal olientes con sangre por doquier saltaban de las entrañas de la anciana.


«Ah que mierda, esa tonta María, pero si hay ahí un freno de emergencia podría activarlo y largarse por una ventana o hablar a través del intercomunicador con el conductor y se queda ahí, mirando y gritando... Es la última vez que agarro cualquier cagada para leer...»

6 de Março de 2019 às 22:29 0 Denunciar Insira Seguir história
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