walasmu Walas Mu

Un ambicioso enfermero que se encontraba cuidando a un paciente en el cuarto de un hospital, decide abandonar su puesto de trabajo; solo por una tarde, quizás para siempre. Todo por una llamada que recibió de parte de su querido primo, un policía. Este último le dará las indicaciones correspondientes para encontrar un oscuro tesoro. Un tesoro que hace poco apareció en las manos de unos delincuentes, producto del atraco a un Banco. Para lograrlo, tendrá que guardar el secreto y estar bien espabilado.


Ação Impróprio para crianças menores de 13 anos.

#acción #UnOscuroTesoro #tesoro #ambición
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Un Oscuro Tesoro

¡Riiiing, riiiing, riiiing!, sonaba fuerte el celular de Alcíno. Él no podía atender a la inoportuna llamada entrante de un policía, su primo.

Alcíno estaba ocupado atendiendo a un paciente que se encontraba postrado en la cama de una habitación privada del primer piso de un hospital. Una habitación totalmente fresca; poco común en un verano ardiente de estas épocas. Fresca por el viento de esa tarde que corría y entraba por la única ventana que daba para la calle entre esas cuatro paredes.

Su paciente, Don Vergacio —un hombre avaro—, estaba muy delicado de salud; al menos así aparentaba para los ojos de Alcíno.

Realmente, aquel señor se llamaba "Gervasio", pero por lo confianzudo que era Alcíno, en son de broma lo había cambiado el orden de un par de letras de su nombre: la primera por la cuarta. Así que, con mucho cariño, ese muchacho enfermero lo llamaba de esa manera.

Al poco rato, Don Vergacio se quedó dormido, y hasta que por fin Alcíno pudo contestar la bendita llamada. Una llamada ganadora, tanto que su vida podría dar un giro de trescientos sesenta grados como arte de magia.

—Aló... aló.

—¡Alcíno! !Alcíno!, presta mucha atención a lo que te voy a decir.

—Primo... dime, dime, te escucho.

—Acabo de arrestar a unos ladrones de un Banco; y ahorita, los llevo de vacaciones al reclusorio... con las manos vacías. Ahora, apunta la dirección de donde dejaron votado el dinero. !Rápido!

—!¿Un tesoro?!

—¡Habla despacio carajo! !En estos momentos no tengo tiempo para estar contestando preguntas; y no se lo cuentes a nadie!

—Está bien. Tranquilo, tranquilo. Ahora dime, ¿dónde está?

—En una cabaña, a unos minutos de la carretera 93.

—¿Cabaña? A unos minutos de la carretera 93. Pero ¿estás seguro?

—Sí, ahora te dejo. Luego no me vengas con cuentos. !Ve rápido!

Alcíno no sabía qué hacer en ese momento de angustia, de ambición, de desesperación. Él quería cambiar la historia de su vida. Se imaginaba tomando un caliente sol en las playas del caribe: su sueño. Pero no podía abandonar a aquel señor que necesitaba de su ayuda. Para eso le pagaban, pues ese era su trabajo. Corría el riesgo de ser despedido, o algo mucho peor: la inhabilitación de su profesión.

Alcíno, aprovechando de que su paciente se encontraba dormido, salió de la habitación y buscó a alguien para que lo reemplace, y lo encontró: su más allegada amiga, Romina. Ella justo se encontraba de salida, pero quiso darle la mano.

Mientras él le daba las indicaciones correspondientes a su amiga respecto a la atención del paciente, Don Vergacio, y qué mentiras decirle a su supervisor; un colega suyo se encontraba de salida: Cavanozi, quien hace poco, desde el otro lado de la puerta, había escuchado la conversación que Alcíno mantuvo con su querido primo. Iba muy de prisa; apretaba los pasos lo más que podía y se despedía de Alcíno, dándole un par de palmadas con la mano derecha en la espalda.

Al cabo de un rato, Alcíno salió del hospital. Rápidamente se subió a su viejo auto y echó a correr las cuatro ruedas a toda máquina como alma que lleva el diablo. Las luces rojas de los Semáforos los pasaba como piloto de carrera rompiendo la cinta de una meta. Le valía una mierda en ese momento.

—¡Idiota! ¡Imbécil! —le gritaban los taxistas, como cualquier otro que se encontrase en su camino; pues estos tenían que hacer maravillas con sus autos para no chocarse con él.

Sin embargo, cuando Alcíno estaba cerca de la carretera 93, pudo ver a una camioneta roja media despintada y embarrada con escasos charcos de lodo en la parte delantera. Esa camioneta se asomaba hacia él en dirección contraria, disminuyendo la velocidad, y ya estando en paralelo a su auto, un hombre le saludaba con una mano, mientras que con la otra sostenía su timón: «Imbécil», le decía Cavanozi, mentalmente.

Alcíno no sabía qué hacía su colega por ese lugar, ubicado a muchos kilómetros del hospital y de su casa. Así que, de la misma manera hipócrita, también saludó. Luego aceleró. Mas allá, pudo recordar que a Cavanozi también le tocaba turno esa tarde en el hospital. Aunque, le surgió ciertas dudas al respecto: «¿habrá pedido permiso?», se preguntó Alcíno. Luego no le dio más importancia y siguió su camino.

De pronto, llegó a la dichosa carretera 93 y avanzó unos minutos más adentro, hasta que pudo dar con la cabaña que le había descrito su primo. Una cabaña lúgubre y hosca, y más aún que anocheció tan repentinamente. Estacionó su auto y luego se bajó. Su cuerpo comenzó a temblar por la emoción que le causaba el estar parado a un paso de la gloria, pues así lo calificaba a unos fajos verdes americanos —dinero—. Miró hacia un lado y otro, pero no logró ver a nadie más que a él mismo.

Al cabo de un minuto, entró a la cabaña. Luego encendió la linterna de su celular: alumbrando caminó sigilosamente y bien avispado, por si estaba alguien más, pero, afortunadamente, también se encontraba solo allí dentro. Después, buscó por toda la cabaña el dichoso tesoro, y no encontró nada. No había absolutamente nada. Comenzó a maldecir a su primo pensando que lo había tendido una broma. Luego salió a las afueras de esa pestilente cabaña, y se largó.

Sin embargo, en las grabaciones hechas por las cámaras de vigilancia instaladas en los semáforos de la ciudad, los operadores se encontraban trabajando arduamente con el propósito de identificar la placa del auto de Alcíno y así poder dar con su paradero, y más adelante, enviarle el montón de papeletas por las infracciones que hace poco acababa de cometer a lo largo de la carretera. Mientras tanto, a pocos kilómetros, Don Vergacio gozaba de buena salud.

4 de Março de 2019 às 23:50 3 Denunciar Insira Seguir história
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Fim

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Ivan Ramirez Ivan Ramirez
Buen trabajo.
May 08, 2020, 00:21
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