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Sabrina. Bailarina clásica. Veinticinco años.  Desde chica lo único que anhelaba era ser bailarina, hoy, orgullosa puede decir que lo logró. Sí, después de horas y horas de entrenamiento, presiones y dietas. Después de salidas canceladas, de citas que no se cumplían, de cumpleaños sin festejos. Cualquier persona que se haya dedicado tanto a conseguir un sueño sabe que hay que hacer sacrificios para poder llegar a ellos. El sacrificio que hacía Sabrina era vivir constantemente en una rutina diaria. Se levantaba, desayunaba, se iba a entrenar, tenía clase de baile hasta el mediodía, almorzaba, ensayaba para su show en el cual se ganaba la vida, cenaba y se iba a dormir. Todos los días era lo mismo y si bien ella no podía estar más satisfecha con su vida, algo muy en sus adentros la obligaba a sentir una sensación de vació que no lograba identificar.


Sus amigas, a las que poco veía, le demandaban siempre algo de su tiempo y ella, por más que sentía algo de culpa, no daba el brazo a torcer con sus obligaciones. “Estás muy tensa”, “cuando vas a conocer a alguien” “tengo a alguien para presentarte” eran algunas de las frases que solía escuchar con cierta repetición por parte de su grupo. Su padres tampoco se quedaban atrás. Si bien fueron ellos, quienes alentaron a Sabrina a que deje todo por bailar y fueron quienes no la dejaban salir, ni comer algo fuera de la dieta o quedarse en la cama hasta tarde un fin de semana, también comentaban frases como “a ver si me traes un novio… o una novia” “¿no hay nadie interesante en los ensayos?”. Sabrina las escuchaba y las dejaba pasar, por suerte vivía sola.


La soledad a Sabrina le gustaba pero ¿a quién iba a mentir? Ella también se encontraba a veces con una voz que le decía ¿qué haces sola un domingo a la noche?. Calmaba esas voces como podía y su vida continuó así por mucho tiempo hasta que un día recibió una noticia que la hizo salir de la rutina. “El elenco fue convocado por la embajada a realizar una presentación en París, todos los gastos pagos por una semana”.

Sabrina sintió que al fin se llenaba ese vacío inexplicable que tenía adentro. Lo primero que pensó cuando escuchó la noticia es que ella siempre había querido conocer París. Lo segundo que pensó es en lo que decía siempre de niña cuando jugaba con su padre “Hola señora, ¿dónde se encuentra su marido?” preguntaba su papá involucrado en su personaje, “Él está trabajando en París” decía la pequeña Sabrina con toda seguridad. Sonrío al recordar el juego y siguió con el ensayo.


El día del viaje Sabrina organizó su valija, dejo limpio y ordenado su departamento y se despidió de sus padres. El mejor lunes, por lo menos de su año. Llegó al aeropuerto donde se encontró con los demás compañeros del elenco. Todos estaban muy entusiasmados por el viaje pero también muy nerviosos. No era poca cosa bailar en París. El vuelo sin escalas fue tranquilo, Sabrina pudo dormir varias horas y no hubo turbulencia.

Los alojaron en un hotel cinco estrellas al que Sabrina jamás hubiese podido ir con sus ahorros ni con su sueldo de bailarina. La habitación era el doble de su departamento y era solo para ella. “Que lindo sería tener una vida así” le dijo a su compañera de elenco mientras bajaban a comer algo.

La comida también combinaba con el lujo del hotel. Era libre de elegir lo que quisiese.


El viaje se iba a desarrollar de la siguiente manera: tendrían tres presentaciones, miércoles, viernes y domingo. El domingo a la madrugada volvían a Buenos Aires. Los días en los que no bailaban podían salir a recorrer la ciudad. El primer día fueron a ver la torre Eiffel. Imponente, Sabrina no podía dejar de mirarla. Tomaron uno de esos micros que te lleva a recorrer la ciudad con los techos descubiertos. Sabrina hubiese preferido caminar pero el coach les recomendó cuidarse para las presentaciones y no tuvo otra opción.


El miércoles llegó el momento de actuar. Estaba muy nerviosa, pese a bailar desde que tenía memoria, nunca había sentido tantos nervios. Eran unos nervios diferentes, no eran nervios escénicos ni miedo a equivocarse,  era como si estuviese a punto de actuar frente a alguien especial, como si una persona que resaltaba entre las demás había ido a verla específicamente a ella.


El show salió a la perfección. El teatro era grande y estaba casi completo. Recibieron una ovación que emocionaba hasta las lágrimas. Se cambiaron y se fueron a festejar a un bar cercano.

“Al fin viniste” escuchó Sabrina y siguió en la charla con sus compañeros. “Sabrina, hola”. En ese momento se dio vuelta. ¿Quién podría haberle dicho eso? Ella no conocía a nadie en París. Cuando se dio vuelta sintió en el estómago el vuelo de ciento ochenta y dos mariposas. Si, eran ciento ochenta y dos. Quien la había saludado era un hombre de su edad creía ella, muy apuesto, alto, morocho de ojos marrón oscuro casi negros. Con barba al ras, vestía unos jeans azules y una remera de Star Wars.

“¿Te conozco?” preguntó Sabrina. “¿Cómo me preguntas esto? Soy Brau, Braulio, tú Braulio”. Sabrina se rió, jamás había escuchado ese nombre tan particular y la frase -tú Braulio- la puso un poco incómoda. Lo miró por unos minutos y no dijo nada. “Por favor Sabri, soy tu marido”. En ese momento Sabrina sintió que las ciento ochenta y dos mariposas querían salir de su cuerpo a toda velocidad. Los compañeros que escuchaban atentos se echaron a reír. A Sabrina no le causaba ni un poco de gracia. “Disculpame, pero te equivocaste de persona, yo no estoy casada”. Braulio giró los ojos. “No puedo creerlo, me voy a trabajar a París un tiempo y ya te olvidas de mi”. Sabrina le dijo que no lo conocía y que por favor se vaya de ahí. “¿Como no me conoces? Entonces cómo voy a saber de tu lunar detrás de la oreja, de que te gusta bailar desde que tienes memoria, de que preferis el helado de frambuesa más que el resto y que comés las galletas al revés?”.


Sabrina sintió que le bajaba la presión. “Denle Coca Cola, es lo único que la ayuda”. Sabrina se reincorporó y salió del lugar a toda velocidad. Braulio le sonrió a los compañeros de Sabrina y se fue tras ella.

Sabrina caminaba por las calles de París y se sentía extraña en su propio cuerpo. Pasó por una librería y se paró en la vidriera. No quería ver libros, solo quería parar de caminar. Vio un libro -El Circo- que la hizo acordar a su padre, era su libro favorito para leerle a Sabrina antes de dormir. Pensó en su padre por unos segundos. Sintió a las ciento ochenta y dos mariposas de nuevo y recordó: “Hola señora, ¿dónde se encuentra su marido? ” Él está trabajando en París”.


“Me estoy volviendo loca” dijo en voz alta. “¿O no?”. ¿Podía ser posible? Su marido de la infancia, su marido del juego estaba ahí. Se quedó parada unos instantes cuando de repente sintió que le tocaban el hombro. Se dio vuelta y vio a Braulio, lo vio hermoso, lo vio y lo quiso. Quiso estar con él, abrazarlo,  no sabía si era la necesidad de estar con alguien o si de verdad estaban unidos por algún tipo de magia negra, o blanca o cualquier tipo de magia. Se miraron por un rato y ella en un impulso lo abrazó. “Volviste Sabri” le dijo al oído. Por un instante quiso irse y alejarse de ese hombre, pero tal vez, fueron las mariposas la que la obligaron a quedarse. Sentía algo por el que nunca había sentido por nadie. Ese sentimiento se hacía cada vez más grande y la lógica y racionalidad cada vez más pequeñas.


Por primera vez en su vida, se dejó llevar por algo, no sabemos bien por qué, pero por primera vez en su vida no se sentía parte de una rutina agobiante sino ahora había un sentido. Estaba plena. No iba a dejar escapar ese sentimiento por una simple explicación racional. El día siguiente lo pasaron juntos. Braulio le mostró donde vivía, la invitó a comer y la llevó a recorrer lugares hermosos. Braulio no faltó a ninguna de las actuaciones de Sabrina, siempre estaba ahí en la primera fila. Los compañeros del elenco no entendían nada y Sabrina no les daba ninguna explicación. “Es mi marido” y todos la miraban como si estuviese loca. Nadie se atrevió a decirle nada.


Cuando terminaron las funciones, todos en el hotel comenzaron a preparar sus cosas para ir al aeropuerto. Sabrina lo único que hacía era llorar por abandonar a Braulio. No quería volver, no quería estar sin el. “Quedate conmigo” le dijo Braulio una mañana en la que se despertaron juntos. Y esta es la parte donde el lector está esperando una explicación, el final lógico, que ella regrese y todo haya sido un sueño. Pero no. No es una historia de esas. Sabrina decidió quedarse. No quiso sermones, ni lecciones sobre los cuentos de hadas. Que esas lecciones sean para otros. Ella estaba feliz y quería que su vida sea ese cuento.

18 de Dezembro de 2018 às 17:32 0 Denunciar Insira Seguir história
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Fim

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