Corría en año 1895 en el apartado pueblo costeño de Buena Esperanza. El poco usual viento tibio que corría por aquellos días auguraba un mal presagio, ¿o podría ser que una gran tormenta se avecinaba?
Los habitantes del pequeño villorrio corrían de aquí para allá preparándose para el mal tiempo. Pero ninguno de ellos imaginaba la gran tragedia que se acercaba.
Don Hernán Pedreros era el más rico hacendado del lugar, pero era un hombre honesto y gentil. Vivía en una hermosa casa sobre una colina que daba al mar, junto a su querida esposa y sus cuatro hijos. Eugenia, su hija mayor, estaba felizmente comprometida con un buen muchacho de la zona, y pronto se realizaría la boda donde todo el pueblo estaría invitado.
Pero nadie sabía que en la zona vivía una joven hechicera, quien deslumbrada también por la belleza del joven novio, decidió conquistarlo y pasar junto a él el resto de sus días. Pero Daniel no cayó en los sensuales encantos de la hechicera y rechazó su propuesta. Estaba profundamente enamorado de Eugenia y no destruiría tan hermoso sentimiento por la lujuria que se le ofrecía en bandeja.
Consciente de su gran poder, la hechicera comprendió que su único obstáculo para tener a Daniel a sus pies era la joven novia. Y así ideó un macabro plan para deshacerse de ella. Esperó una tarde a que los padres de Eugenia no se encontraran en la casa y mandó a uno de sus secuaces a adentrarse en ella. Fríamente, la oscura sombra asfixió a las dos hermanas pequeñas de la joven, y luego se dirigió al cuarto de Eugenia, en donde la asesinó con un sin número de puñaladas, desapareciendo luego en la oscuridad de la noche por donde había venido.
El matrimonio Pedrero enloqueció de dolor al percatarse a la mañana siguiente de la terrible tragedia que había sucedido mientras ellos no estaban en casa. Y aún más enloqueció el joven Daniel al ver a su joven comprometida envuelta en sangre sobre su cama.
La hechicera acudió inmediatamente a socorrer a su amado, pero él nuevamente rechazó su amor. Sofocado por el dolor, Daniel corrió a través de las tierras de don Hernán, y sin pensarlo, se lanzó por el acantilado que coronaba la playa de Buena Esperanza.
Llena de ira y desesperanza, la hechicera juró que traspasaría las barreras de la muerte y del tiempo, y que Daniel sería suyo sin importar el precio. Eugenia no volvería a arrebatarle al amor de su vida...
Carolina Savard
