Veo el jardín por fuera, sus flores me deslumbran, sus suaves fragancias de piel me invitan a quedarme, pero no puedo.
Veo los marcos de ventanas de azul profundo, el vidrio brillante que me mira con promesa, quiere que me quede, pero no puedo.
Las luces dentro se encienden por otro habitante que no soy yo, la puerta tiene llave, la reja con candado.
Su ocupante sabe de mi, pero no le importa, no soy una amenaza, su casa es segura, y por mucho que intente robarla no lograré entrar.
No sospecha que la casa me invita, que me llama y que en secreto ha preparado un cuarto solo para mi, a pesar de lo coqueta que es la decoración a mis ojos, la casa jamás me abrirá sus puertas si no es desocupada.
Un inquilino a la vez.
Por ahora tendré que seguir mi camino, como el vagabundo sin techo en el que me he convertido. Un arrendatario de intimidades, de refugios, de otras sábanas.
Me voy, pero volveré, y cuando lo haga, se que esa casa será la que me acompañe por el resto de mi vida, ya que desde siempre ha estado diseñaba y construida para mí.