baque-incandenza1531389736 Javier M. Galiana

Nos encontramos en el año 2012, pero en el 2012 de una realidad alternativa en la que la luna ha sido colonizada y aclimatizada para que el ser humano pueda vivir allí. Por el resto, poca diferencia hay con respecto al 2012 real. España sigue atravesando una durísima crisis económica que implica escasas oportunidades de futuro para sus jóvenes. Ante un panorama tan desolador, surge lo que parece ser una alternativa milagrosa: Selenópolis, la colonia lunar española, un gigantesco deus ex machina destinado a restaurar la esperanza y el trabajo para los jóvenes que se hubiesen abocado al paro y a la desesperación de permanecer en nuestro país.


Ficção científica Para maiores de 18 apenas.

#cyberpunk #distopía #absurdo #disparate #383
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Solo me quedaré diez días

Y llegó la tele.

El reportero ya no podía disimular su hastío. Varias semanas trabajando sin muchas ganas en reportajes sobre las colonias, al tiempo que hacía gala de una amabilidad que ni él mismo se creía. Lo que más deseaba en aquel momento era irse a su casa. Seguir mostrándose cordial era algo que escapaba a sus posibilidades. Por ello, cuando se dirigió al metre que le habría de llevar al salón, su mente solo le capacitaba para un objetivo: hacerse odiar a toda costa.

Al fin y al cabo la tele había llegado a Selenópolis. La colonia ya era oficialmente noticia. Los pormenores en aquel asunto eran completamente secundarios.

—William F. Sammet, canal Moonwatcher, ¡un placer! —dijo Billy con cordialidad, estrechando la mano del metre— Si es usted tan amable, llévenos ante el salón donde vaya a dar el discurso el señor Portillo.

—¡Jesús, qué bien habla usted el español! ¡Gustavo Fernández! ¡Encantado, encantado!

—Mi madre es castellana, sin ir más lejos. Me pasé todos los veranos de mi infancia contemplando con estoicismo cómo los vecinos de mis abuelos maternos intentaban arrancarse ojos, pelo y extremidades cuando jugaban el Barça y el Madrid. Por favor, condúzcanos hasta el señor Portillo.

—Por supuesto. Síganme ustedes. —dijo el metre, señalando un pasillo— Portillo dice que no va a empezar a hablar hasta que no llegue la tele, ¡fíjese usted! Se le ve entusiasmado al hombre. Y dígame, ¿ustedes tienen pensado quedarse muchos días en nuestra colonia? Es un placer tenerles aquí, pero la verdad es que no hay mucho que ver por ahora. Todo está empezando.

—Qué va, solo hemos venido a hacer un pequeño reportaje. Estamos yendo colonia por colonia, mostrando el ambiente de cada una. Hemos estado ya en las otras diecisiete, y no teníamos intención de venir a ésta, pero con motivo de la visita del señor McClaw el canal creyó conveniente que nos pasásemos por aquí. De todas formas solo me quedaré diez días. Terminamos y nos largamos, que ya tengo ganas de volver.

—¡Qué agobiante tiene que ser! ¡Y qué digno! Tendrá que saber el mundo un poco de las colonias, ¿no? Eso alegrará a la gente, que en estos tiempos no viene mal, sobre todo ahí abajo.

—Viniendo de donde viene, usted debe saberlo mejor que nadie.

—¡No me diga más! ¿Sabe que vine aquí después de diez años sin encontrar trabajo? ¡Por eso, cuando me enteré de lo de la iniciativa colonial me apunté sin pensármelo dos veces! Mire que yo ya me acojonaba de chiquitillo cuando tenía que montar en avión, ¡así que para venir a Selenópolis, ya se imaginará…! Pero mereció la pena. Fue llegar aquí y a los dos días encontrar trabajo, y me pagan bastante bien. ¡Mire, es aquí! ¡Ésta es la puerta del salón! Creo que hemos llegado justo a tiempo.

Ya dentro del salón Billy pudo contemplar una serie de variopintas figuras sentadas en torno a una larga mesa presidida por Portillo. A la derecha del presidente de la colonia estaban sentados los filántropos que habían posibilitado la fundación de Selenópolis: Harold McClaw, el excéntrico multimillonario responsable de la iniciativa colonial; y Emma Holmer, la actriz que había financiado la creación de la ciudad. A su izquierda, Moisés Juárez, presente del Fondo Cultural García Lorca, junto a su séquito de jóvenes artistas a cada cual más extravagante. Entre otros, una muchacha con pelo verde y orejas postizas de gato; un chaval maquillado hasta parecer un cadáver, las uñas pintadas de negro y el flequillo a un lado; y un chico rubio, con sombrero de copa y levita. El resto de los allí presentes no eran sino ejecutivos en los que el reportero no reparó especialmente.

Tras un frívolo apretón de manos con Portillo, Billy le hizo una seña a Max para que comenzara a grabar el discurso que el presidente con tantísimo entusiasmo iba a pronunciar.

—¡Muchas gracias a todos por asistir! —dijo con solemnidad— Este acto no es sino un homenaje de mí hacia todos vosotros, quienes en mayor o menor medida estáis contribuyendo a hacer mi sueño realidad, a hacer que Selenópolis sea la gran ciudad con la que tanto yo soñé. Debéis saber que, como muchos, yo me crié lleno de ilusiones, ilusiones que se vieron rotas al crecer. Yo ansiaba crear una sociedad mejor, pero el ambiente de podredumbre y corrupción que me rodeaban me hicieron llegar a creer que aquello jamás iba a tener lugar. Fue la misma noche en la que me desahuciaron mi casa cuando miré al cielo y comencé a soñar con un lugar superior. De esa forma, me propuse aquello cuyos frutos podéis contemplar hoy, aquello que hubiese sido imposible sin los muy admirables señores McClaw y Holmer, sentada junto a mí, a quien tengo el honor de ceder la palabra.

—Solo he de decir que mis actos son algo totalmente corriente en un alma caritativa y misericordiosa como es la nuestras —dijo la antigua actriz de Hollywood—. Ningún precio a pagar es suficiente con tal de ver a tantas personas, a tantos niños, poder vivir y crecer en una sociedad llena de esperanza, en una ciudad en la que todos sus sueños pueden hacerse realidad. ¡Qué mayor recompensa para mí que el pensar en todas las familias que gracias a mi ayuda van a ser felices!

—Todas las colonias se están convirtiendo en lugares en los que los hombres pueden hacerse grandes —puntualizó Harold—, y Selenópolis no va a ser una excepción.

Aplausos.

—¡Magníficas palabras! —dijo Enrique Portillo, retomando la palabra— Que todos los ciudadanos que nos estén viendo desde sus televisores recuerden bien quiénes son estos señores, qué han hecho por todos nosotros y por qué no han de ser olvidados nunca. ¡Como tampoco lo ha de ser el señor Juárez, responsable de convertir Selenópolis en un hervidero de genios, en la mayor ciudad cultural del siglo veintiuno!

—Oh, no es tanto el mérito mío como el de mis genios —dijo Juárez entre risas—. A decir verdad, mi historia es muy similar a la de Portillo. En mi continuo deambular de una ciudad a otra, buscando trabajo y siendo contratado muy ocasionalmente como electricista, llegué a conocer a verdaderos artistas, talentos descomunales que se veían abocados al paro y a la falta absoluta de reconocimiento. Soñé entonces con crear un fondo cultural que diera soporte a tanta mente brillante, que permitiera financiar proyectos y sacar a la luz tantas ilusiones, darle fama y reconocimiento a quienes tanto lo merecían. Recuerdo que llegué a comentárselo a mis padres y me dijeron que dejara de hacer castillos en el aire. ¡Respondí entonces que, si no podía hacerlos en el aire, tendría que hacerlos en la luna! De esta forma, amigos míos, surgió el Fondo Cultural García Lorca.

Más aplausos.

Filmadas ya tan entusiastas palabras, Billy y Max se dispusieron, carentes de gana alguna, a realizar las rutinarias entrevistas. La paciencia del reportero aguantó bien con Portillo, McClaw y Holmer, pero al llegar el turno de Juárez y al contemplar el traje, la melena, las patillas y la correctísima y formalísima sonrisa del empresario, Billy no pudo soportarlo.

—¿Algunas palabras para la audiencia, señor Juárez? —dijo con terquedad cuando Max dejó el trípode sobre el suelo.

—Oh, nada que no haya dicho antes… ¡muchas gracias a todos por su infinito apoyo, sin el cual el Fondo Cultural García Lorca nunca hubiera salido adelante!

—Por curiosidad, señor Juárez, ¿por qué García Lorca?

—Oh, ¿no es García Lorca el poeta ese que tanto le cantaba a la luna?

—Así es, pero en la poesía de Lorca la luna representa la muerte, señor Juárez.

Si bien Moisés Juárez ya había empezado a sentir aversión por la nariz ganchuda, el sombrero y las gafitas de Sammet cuando este entró por la puerta, su socarrona voz no hizo sino acrecentar tal sentimiento.

—¡Qué sabré yo de Lorca! ¿Acaso es necesario? Gracias a mí, las jóvenes promesas que en España se hubiesen muerto de hambre gozan de una vivienda y de un fondo económico fijo.

—Me parece estupendísimo. ¿Y a qué atribuye usted el repentino y reciente interés por la cultura por parte de hombres nacidos en el país en el que no se lee porque no se escribe y no se escribe porque no se lee?

—¡Qué más darán las atribuciones! Miren, yo no soy un psicólogo ni un estadista. ¿No le sería a usted más sencillo limitarse a mirar a los afortunados jóvenes que pueden pagarse una casa gracias a mí y a mi empresa?

—Me resulta más sencillo admirar la enorme mansión que usted se ha comprado con el dinero obtenido del repentino, reciente y muy oportuno para usted interés por la cultura despertado en los habitantes de Selenópolis. ¿Cree usted que podríamos concluir, para que puedan figurárselo todos los que estén viendo la televisión en este momento, afirmando que la emigración de numerosos españoles a esta colonia ha supuesto para ellos una elevación en todos los sentidos, intelectual y espiritualmente? ¿Cree usted que los generadores de gravedad desprenden partículas que potencian el rendimiento del cerebro? ¡De ser así, estaríamos ante un muy interesante descubrimiento!

—Mire usted, piense lo que quiera y deje de importunarme con sus divagaciones, pues no creo que le paguen por despreciar ante los medios de comunicación nuestra empresa, nuestra colonia y nuestro antiguo país.

—¡Un placer, señor Juárez! Y ahora, si me disculpa, procederé a entrevistar a su tan preciada horda de genios. Espero que tan brillantes cerebros sean menos lacónicos que su caudillo.

Con desidia y sin poder sazonar sus entrevistas con comentarios a cada cual más cáustico, Billy fue abordando, uno por uno, a todos los artistas que tanto agradecimiento, admiración y devoción sentían hacia el señor Juárez. Pasados unos minutos, Billy pudo comprobar, con alivio, que únicamente quedaban dos por ser entrevistados: la chica de las orejas de gato y el chaval del sombrero de copa.

—Mi nombre es Ángela Valero. Ya desde muy niña me gustaba dibujar, y en cuanto vi la oportunidad de venir a Selenópolis accedí con el afán de hacerme valer. Gracias a la Fundación Cultural García Lorca, mi obra puede ver la luz: una serie de comic manga, es decir, al estilo japonés.

—¡Interesantísimo! ¿Y para dibujar comic manga es condición sine qua non el llevar orejas de gato? ¿Acaso se trata de una estrategia propagandística ideada por el benévolo y omnipotente señor Juárez?

—Las orejas de neko son algo muy común entre la juventud japonesa. A decir verdad, me fascina todo lo japonés.

—¿Pero es usted consciente de que no es japonés sino española?

—Lo soy, pero en algunos aspectos me parece más interesante la cultura japonesa que la del país que me vio nacer.

—¡Qué ingeniosa es usted! ¡Cuantísima razón! Es obvio: ¿qué son Cervantes, Velázquez, Falla, Cernuda y Goya sino una panda de locos andrajosos autores de estúpidas obras, tan risibles y patéticas a ojos de esta nuestra magnánima, imparcial y llena de criterio juventud del siglo veintiuno?

—Mire, ha de saber usted que mi interés hacia el mundo japonés es algo más bien reciente. Sepa que de muy pequeña mis padres me llevaron al Museo del Prado, donde las obras de Velázquez y Goya, junto a las de Picasso, Dalí y muchos otros, causaron en mí una gran admiración y me motivaron para dedicarme a las artes plásticas. De siempre he sentido un enorme fervor hacia nuestro país y hacia todo lo español. No obstante, ¿por qué habría de estar eso reñido con mi interés hacia otros países? ¿Qué hubiese sido de Dalí de no haber nacido el francés André Breton?

El reportero se mordió el labio. Su ira a veces le llevaba a ser injusto con quien no lo merecía, y por consiguiente acababa quedando por los suelos frente a las cámaras. Se disculpara o no, su vanidad había quedado reflejada ahí.

—Lo entiendo —respondió Billy, intentando mostrar tranquilidad—. Disculpe, por tanto, mi injusta brusquedad: me he precipitado al juzgarla. Sepa usted que comparto su punto de vista de forma absoluta: simplemente… soy, a veces, demasiado escéptico. Espero que tengas mucha suerte con tu cómic manga.

Dicho esto, Billy se dirigió al último que quedaba: el muchacho rubio, quien miraba distraído su jarra de cerveza.

—¿Cómo describiría usted su experiencia en la Fundación García Lorca?

—Yo nada tengo que ver con el señor Juárez, Billy Sammet —dijo, haciendo gala de un marcado acento americano—. No estoy aquí sino en calidad de acompañante. Probablemente sea la persona con menos relevancia aquí presente.

El acento americano y el hecho de que aquel tipejo supiera su nombre inquietaron a Billy.

—¿Acompaña usted a la señorita Valero?

—No. A la señorita Valero la acabo de conocer. He venido aquí acompañando a mi mujer.

Billy parpadeó. ¿A su mujer? El chico rubio apenas rozaba los veinticinco años. ¿Cómo podía estar ya casado?

—Oh, ¿y quién es, si puede saberse, su mujer?

—Emma Holmer, quien ahora mismo se encuentra demasiado ocupada con burocracia y formalismos con los señores McClaw y Portillo, convencionalismos en los que no tengo nada que hacer.

—¿Cree usted que soy estúpido?

—Eres la persona que más ha condicionado mi forma de pensar y de concebir el mundo. Una persona estúpida jamás lograría algo así.

Aquello ya empezaba a pasarse de castaño oscuro.

—Mira, chico, yo no te he visto en mi vida y no sé cómo conoces mi nombre, pero si vas a seguir mucho tiempo con esta farsa de poner acento americano y decir que eres el marido de Emma Holmer…

—A través de la televisión, Billy. Por tus artículos en la prensa. Por internet. Por tu blog. Por ser siempre el ojo del huracán, el núcleo de toda polémica.

—Creo que ya me empiezo a creer que seas americano. Un español jamás dejaría de lado el fútbol, las noticias demagogas y los cotilleos para poner un canal de reportajes y documentales, salvo cuando se da la hora de la siesta.

—Eso fue antes, en España. Ahora estamos en Selenópolis, y daré lo mejor de mí para poder cambiar el ambiente tan decadente heredado del país en el que Cervantes nació. Tu documental, Spain is different, me hizo darme cuenta de la enorme crisis de valores presente allí. Teniendo en cuenta que un país es demasiado para mí, me propuse, de forma totalmente altruista, que todo cambiara al menos en una colonia española, para que los pobres selenitas no vuelvan a abocarse al hastío y la podredumbre.

El reportero levantó una ceja.

—¡Qué sabrás tú de España y de sus problemas! Si se dijera que has vivido de primera mano lo que hay ahí… ¡pero no sabes más que lo que cuento en el documental! ¿Tener un poco de criterio propio sería mucho pedir? ¡Por mucho que hayas visto mi documental eres profundamente ignorante! ¡No eres quién para decir esas cosas tan radicales! ¡Hastío! ¡Podredumbre! Por Dios…

Ya iba Billy a abandonar a aquel pobre loco, cuando pudo advertir que Emma se dirigía hacia su supuesto marido, a quien cogió de la mano y besó en la boca, confirmando que el chaval no bromeaba al decirse consorte de tan relevante figura.

—¡Qué contento te has tenido que poner, James! ¡Qué enorme sorpresa! ¿Debes estar emocionadísimo, verdad? —dijo la filántropa, con cariño, tras lo cual se volvió a Billy— ¡Oh, le ruego que disculpe a mi marido si le ha importunado! Él es un gran admirador suyo. Siempre está buscando en internet los más recientes trabajos de usted y sus últimas publicaciones. No deja de darme la lata al respecto: Billy Sammet esto, Billy Sammet lo otro, Billy Sammet dice que tal y pascual… ¡su sueño siempre ha sido conocerle a usted, a decir verdad!

—Muy bien —dijo Billy, algo confuso, dirigiéndose a James—. No obstante, ¿cómo pretendes, muchacho, poner en práctica mis enseñanzas con ese trabajo tuyo que tienes? ¡Consorte de persona millonaria! ¡Arte noble y practicadísimo en todo el mundo!

—Aún no he empezado a trabajar, Billy Sammet. Empiezo pasado mañana, en el Colegio Público Antonio Marqués y Espejo.

—¿Eres maestro de escuela… tú, una persona que tiene de sobra la vida resuelta?

—Para ningún hombre es digna la vida del parásito. Tú mismo pronunciaste esas palabras, ¿lo recuerdas?

—Perfectamente, pero al hacerlo puse muy en duda el que pudieran llegar a ser escuchadas dentro de las élites millonarias de la sociedad americana.

—Todo hombre que ansíe mostrar valía ante la gente sabia y ante su propio corazón lo hará con actos, no con apariencias ni con fondos económicos. Palabras también tuyas. Digamos que a las élites millonarias americanas he llegado hace muy poco y no me siento muy cómodo. Necesito algo más gratificante.

—Por esa misma razón me alejé del vicio y del lujo en pos de obras más altruistas —intervino Emma—. Selenópolis es, sin ir más lejos, el resultado de dicha decisión: la creación de una sociedad que ofrezca refugio a todos los genios incomprendidos que busquen reconocimiento. Mi marido, que muy recientemente ha aprobado oposiciones, colaborará en este proyecto mío dándoles la mejor educación posible a los niños a los que imparta clase. Y, si me disculpáis, el señor Portillo reclama una vez más la atención… ¡lo siento, James, cielo! Ya te dije que en este banquete no iba a poder estar mucho contigo…

—No te preocupes, vida mía. Lo entiendo perfectamente.

—Cielos —dijo Billy, indicándole a Max que dejara de grabar—, nunca pensé que una persona como tú pudiera llegar a existir.

—Es algo lógico viniendo de ti, Billy Sammet. Eres el periodista que huye de lo vulgar, el periodista al que el impacto de la drogadicción en la juventud quita el sueño pero que siente absoluta indiferencia ante la vida privada de los famosos.

—Y por ello el periodista más ignorado. A pocas personas les agrada escuchar lo que yo promulgo.

—Eso dices, y sin embargo nunca has dejado de trabajar en tu incansable cruzada por hacer de este mundo un lugar mejor. Recuerda: los pocos pasos que hemos dado para salir de tanta podredumbre se deben a que nunca dejarán de nacer hombres buenos, a que la esperanza nunca morirá.

—¿Quieres dejar de repetir mis frases? —inquirió Billy entre risas— De verdad, te ruego que me disculpes si me he mostrado demasiado rudo contigo. Mi condición radical de pesimista antropológico…

—Descuida, descuida. Billy Sammet siempre estará disculpado ante mí.

—Agradezco tu condescendencia. Y me encantaría prolongar la única conversación algo interesante que he tenido en lo que llevo de día, pero tengo que proseguir con…

—Lo entiendo perfectamente. Ésta no tiene por qué ser nuestra última conversación. ¿Vendrías algún día de estos conmigo, a tomar un café mientras charlamos amistosamente?

—Me parece bien: en estos diez días que tengo que quedarme para concluir el reportaje seguramente tenga alguna tarde libre. Anota, pues, mi teléfono móvil…

Había llegado la noche y estaba cenando en un lujoso restaurante junto a Emma, pero James Jackson no podía dejar de pensar en el encuentro que aquel día había tenido con su ídolo.

—Estás muy pensativo, cielo —dijo Emma, agarrándole la mano—. ¿No era como te lo esperabas? ¿Se te ha caído un mito? ¿Ha sido demasiado mordaz?

—Oh… no, al contrario. Se ha comportado conmigo tal y como esperaba. De haber sido solo un poco menos cínico, irónico o sarcástico me habría decepcionado muchísimo más.

15 de Julho de 2018 às 16:29 0 Denunciar Insira Seguir história
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