Que nuestro amor trascienda el tiempo y todos los obstáculos que podamos encontrar, porque nosotros, somos lo realmente importante...
Tras terminar sus botos, Sael y Lilith culminaron sus palabras de amor con un tierno y cálido beso, solos, en el bosque, no les hacía falta nadie más para ser felices. Solo ellos dos. Ambos recordarían aquel momento hasta el fin de sus días, lejos de aquel mundo tan cruel en el que vivían. Ellos habían logrado encontrar en el otro la paz.
Tu eres la tierra bajo mis pies y el cielo sobre mi cabeza, sin ti no soy, Lilith.
Pero ni el amor más puro puede con la muerte. Esa despiadada dama que se lleva, fruto de su antojo, a cualquier ser. Y Sael no pasó desapercibido ante sus peculiares caprichos.
Encontrar la manera de cambiar aquella situación se volvió lo más sencillo de la ecuación. Lo complicado fueron las consecuencias que acarrearían salvar a su amado de la garras de la muerte. Esta le ofreció un cambio: la vida de Sael por la suya propia.
Y así, condenada a vivir por siempre en aquel lugar donde un día se juraron amor eterno, Lilith viviría para siempre como parte de la naturaleza, viendo a su amado marchitarse con el paso del tiempo, sin poder hacer nada. Ya no tenía ojos para llorar ni manos para sentirle, tan solo el recuerdo de su corto amor.
La muerte, tarde o temprano, termina consiguiendo todo lo que se propone.
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