fredes Luciano Fredes

Esta historia narra la desdichada travesia de Morgan y su tripulación en busca de un tesoro sinigual.


Conto Todo o público.

#357
Conto
0
5.2mil VISUALIZAÇÕES
Em progresso
tempo de leitura
AA Compartilhar

LA TORMENTA, EL LEÓN Y EL ORO

 La tormenta se estremecía a babor. El feroz huracán azotaba con rabia al desdichado bergantín. El capitán sabía que aquel diluvio no era nada menos que un designio divino le advertía que aquel lugar estaba prohibido para cualquiera que se atreviera a buscarlo y eso lo incitaba aún más a seguir adelante con el viaje.

Incontables lunas ya habían pasado desde aquel once de noviembre; treinta y nueve bucaneros con su capitán zarparon desde el majestuoso puerto de Andalucía en busca de riquezas y gloria para el monarca y su extraordinaria corona de oro y rubí.

Los recursos del navío escaseaban y la tormenta parecía no ser la mayor de sus preocupaciones, incluso si ella no arrasaba con ellos la desesperación lo haría cuanto antes. Al amanecer el fenómeno ya había amainado exponencialmente en una tenue y húmeda ventisca de mar acompañada de una densa neblina. La noche había agotado a la tripulación que yacía dormida en el exterior de la nave. Solo el capitán y el timonel se mantenían despiertos eh inmóviles uno al lado del otro, como si sus inertes cuerpos pertenecieran al barco. Luego de atravesar la bruma marina que los rodeaba, como si de un milagro se tratase, el horizonte trajo consigo los primeros destellos del alba revelaron lo que aquella espesa neblina ocultaba celosamente.

Singular, majestuosa eh imponente, sin duda alguna era mucho más hermosa que su descripción en relatos tan fantasiosos como vacíos narrados por personas que nunca habían tenido la dicha de verla con sus propios ojos. La isla, propietaria de incontables fabulas se postraba a escasas leguas del galeón español. Al despabilar paulatinamente los marineros se deslumbraron por aquel majestuoso paisaje, inclusive algunos abrumados por el impacto emocional aun creían que seguían en un conmovedor y profundo sueño o que habían muerto en aquella tormenta y ahora se encontraban en una especie de limbo o paraíso existencial. Todos recuperaron la noción cuando Morgan, el capitán de la nave, exclamo rotundamente a escasos kilómetros de la costa.

- ¡Suelten el ancla y aseguren la vela mayor, que el viento nos lleve a la orilla- Pronuncio mientras desenvainaba su avejentada espada- no olviden recargar vuestras bayonetas!

A medida que descendían del navío la tripulación se dirigía fervorosamente a las primeras señales de civilización que se encontraban cerca de la costa. Confiados por su superioridad armamentística, derribaron los muros que resguardaban celosamente la ciudad; el estruendo alerto a los vigías de esta que no pudieron reaccionar ante el plomo español que caía sobre ellos igual de rápido que las gotas lo hacen contra el suelo en un aguacero; cualquier gesto de defensa por parte de los nativos era considerado un acto hostil que debía de pagarse con la muerte y caían al suelo como insectos. Un tercio de hora les tomo capturar la entrada; luego, se adentraron cautelosamente en la ciudad. Guiados por el oro que se esparcía por doquier y se apreciaba reluciente en los yacimientos, decoraciones y en las residencias que se componían principalmente por rocas, cáñamo y este mineral que resplandecía ante la atenta mirada del sol que se posaba encima de ellos marcando el medio día. Al llegar se encontraron con un hombre obeso de un largo y oscuro cabello que decencia por su espalda, condecorado con más oro que cualquiera de los anteriores nativos se encontraba junto a una inmensa fuente de oro macizo que dispersaba agua cristalina de los extremos la cual caía en el centro y se esparcía por canaletas en toda la ciudad. La fuente, mantenía detalles tallados en cuarzo que componían a distintos depredadores aledaños a la zona y por dentro, relucía el oro en forma de monedas, cálices, y bandejas entre otros muchos objetos

Las bayonetas apuntaban al torso del hombre dispuestas a perforarlo, el hecho de que este se encontraba completamente desarmado no les impedía desconfiar de él. El caudillo se arrodillo ante ellos y alzo sus robustos brazos al cielo en busca de piedad mientras recitaba algunos versos en un idioma irreconocible por los marineros. Morgan ordeno a sus hombres que resguardaran los cañones, estos no dudaron un segundo y obedecieron el decreto rigurosamente. Al percatarse de esto, el hombre de tez negra se levantó cautelosamente y arranco sus cadenas y collares de oro ante la atenta mirada del capitán Morgan, quien aún desconfiaba lo suficiente del hombre como para resguardar su distancia. Cuando el pecho del caudillo se encontraba completamente desnudo este lanzo sus alhajas a la fuente mientras se postraba nuevamente ante los conquistadores. Los nativos del pueblo presenciaban el evento desde el resguardo que les brindaba sus hogares y ninguno se atrevía a manifestarse en contra de los sádicos leones que acudían desde muy lejos. Estos, maravillados por la inmensa cantidad de riquezas que ahora poseían platicaban sobre como alzar la fuente para llevársela con todo lo que adentro esta poseía para luego exterminar el resto de los nativos y arrasar con el pueblo. Morgan observo fijamente al caudillo antes de actuar con imprudencia; en el no pudo encontrar nada que le hiciera dudar de su inmensa cobardía. Entonces, ordeno que sus hombres llenaran sus bolsas con todo el oro de la fuente, para que esta perdiera pesa y así podían venir por ella más tarde. Extasiados por el oro siguieron las órdenes del capitán; anonadados por las riquezas infinitas que ahora poseían entre sus manos retiraron todo lo que más podían de la fuente mientras un algunos compartían el mismo sentimiento de inquietud que su capitán, quien sin dudarlo se apropió de una nueva y reluciente espada con una empuñadura de oro y rubí de la fuente. Abandonaron el centro de la ciudad armados con las bayonetas y con sus bolsas repletas hasta el tope se dirigieron al navío en busca de cofres para llenar con más oro. Al regresar a la costa, el sorpresivo estruendo de los cuerpos que se desmoronaban en el suelo entre arcadas y convulsiones por parte de sus compañeros de viaje aterrorizaron al astuto capitán Morgan quien entendió instantáneamente que el oro de la fuente se encontraba impregnado con veneno y recordó la vacía mirada del robusto caudillo que ya predecía como todo iba a terminar mientras su cuerpo se postraba en la arena. Mientras Morgan sucumbía ante el veneno observaba como la codicia mataba a sus hombres quienes vociferaban angustiosamente ante el rugido de algunos destellos que anunciaban una nueva y fría tormenta.  

14 de Junho de 2018 às 15:35 0 Denunciar Insira Seguir história
0
Continua…

Conheça o autor

Luciano Fredes Definirse es limitarse.

Comente algo

Publique!
Nenhum comentário ainda. Seja o primeiro a dizer alguma coisa!
~