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Augusto Salvador


Humor drama escrito por Juan Valera y Alcalá-Galiano (Cabra, 18 de octubre de 1824-Madrid, 18 de abril de 1905) fue un escritor, diplomático y político español.


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Cuadro Primero

(DRAMA EN DOS CUADROS)

Manolita, personaje único.

Salón elegante y rico. Es de noche. Lámparas y bujías encendidas. Hay teléfono. Manolita sola. Inquieta, yendo y viniendo de un extremo a otro, había consigo misma.

Mucho quiero a mamá. No faltaba más que yo no la quisiera. El cuarto honrar padre y madre. Además, harto fácil es para mí cumplir este mandamiento. No estoy resentida, sino agradecida de que me haya tenido cerca de tres años en el colegio. Yo estaba imposible de mimada, de traviesa y de voluntariosa. Yo era un diablillo y necesitaba que me metiesen en costura. Ahora, que he vuelto de nuevo a casa, soy persona de mucho juicio. ¿Y cómo no he de querer a mamá? Me mima, me celebra, me idolatra. Mis caprichos son ley. Mamá me regala mil dijes; gasta un dineral en mis vestidos y sombreros. Nunca rabia cuando vienen las cuentas. Hasta le parece poco lo que paga. Y con todo, no puedo negarlo: mamá me tiene quejosa.

Buena y santa es la inocencia; sí, señor; muy buena y muy santa; pero yo acabo de cumplir diecisiete años, y aunque apenas hace tres meses que salí del Sagrado Corazón de Jesús, no por eso ha de imaginar mamá que soy tonta y que no veo ni entiendo nada.

Algo más de ocho años lleva ya de viuda. Mucho cuidó a mi padre en su última enfermedad. Sintió su muerte y le lloró muy de veras; pero, en fin, ella no tiene en el día más que treinta y seis años. Parece mi hermanita mayor. A menudo me da envidia, aunque dulce y no amarga, porque la encuentro y noto que la encuentran por ahí más bonita que a mí. ¿Qué extraño es que mamá se haya consolado? Dios me lo perdone, si es mal pensamiento. Sospecho que mamá se consuela con el general. No la condeno. Sea en buen hora. Es libre: bien puede hacer lo que le agrade sin ofender a Dios. Lo que a mí me ofende es la falta de confianza en mí; que mamá me engañe sin necesidad.

Que el general tiene cerca de cincuenta años: que era un antiguo amigo de papá, o mejor dicho, del papá de mi papá; y que ya no está para amoríos ni nadie puede suponer semejante cosa. Y entre tanto, tenemos general a todo pasto. El es divertido y marrullero: pero ya me tiene cargada. En el teatro, el general se viene a nuestro palco y está con nosotras un entreacto y un acto entero y a veces hasta dos entreactos. Dice una chuscada; eso sí, limpia siempre y sin olorcillo de cuartel, y mamá se destornilla de risa. Mamá se entusiasma en el Real con la misma música con que el general se entusiasma. Cuando mamá ríe en Lara los chistes de la Valverde, el general los ríe también; y en el Español no aplaude a la Guerrerito hasta que mamá la aplaude. En política ambos están siempre de acuerdo. En lo único en que el general no conviene con mamá y le arma hasta acaloradas disputas, es cuando mamá pondera la elegancia, la discreción y la hermosura de otras señoras. Buen tunante está el general, pero a mí no me la pega. Vamos a una tertulia y él es la primera persona a quien veo. En la mesa de tresillo, en que mamá juega, el general ha de estar siempre jugando. Salimos en coche, y no bien llegamos al Retiro, diviso al general, hecho un pollo, trotanto y haciendo corbetas en su fogoso caballo inglés. A casa viene todos los días en que mamá recibe y no pocos días en que mamá no recibe. ¡Y que se empeñe mamá en hacerme creer que esto es amistad pura! Ya, ya. Venga Dios y lo vea.

Yo lo hallo muy natural. Si yo no celebrara, disculparía hasta que ella se casase. Lo que me enoja, es su falta de franqueza. Y también me enoja, no ya el que no piense en mí y me busque novio, que tiempo hay de sobra y yo no tengo priesa, sino que distraída ella con su general, no me vigile y me deje confiada al adefesio de doña Rita, que, si bien fue su aya, tiene más conchas que un galápago.

Por fortuna, aunque me esté mal el decirlo, yo soy tan prudente que ni el descuido de mamá ni el inútil amparo de doña Rita pueden perjudicarme. Y cuenta que me he visto, desde que salí hace tres meses al mundo, en ocasiones peligrosas.

Si mamá tiene sus secretos y se los calla, yo también tengo el mío y me le callo, usando de represalias. Mi secreto es un novio... y guapísimo.

Aunque novicia, no he ido a ciegas ni he hecho ningún disparate. Y eso que me encantó desde que le vi la vez primera. ¡Qué distinguido! ¡Qué elegante! ¡Qué lindo muchacho! ¡Y qué respetuoso sin timidez ni encogimiento! Siempre que salía yo con doña Rita, a la iglesia, de paseo, o para ir en casa de alguna amiga, ¡zás! indefectiblemente, como si le evocasen, se mostraba él y casi tropezaba con nosotras. Y me miraba con unos ojos... ¡Válgame el cielo, qué ojos! Pero no se atrevía a hablarme.

Jamás le he visto ni en bailes, ni en tertulias, ni en teatros. Y sin embargo, no es cursi: no hay más que verle para conocer que no lo es. Será forastero; me decía yo. Y notando en él un no sé qué de peregrino, imaginé que no venía de ninguna provincia, sino de tierras extrañas y tal vez remotas.

Así pasó más de un mes, largo para mí como un siglo, porque me atormentaba la curiosidad de saber quién era este ser misterioso. Andaba yo deseosa y temerosa a la vez de que él me hablase; deseosa por hallarle tan de mi gusto, y temerosa porque si él me hubiese dirigido la palabra sin conocerme, sin la previa y debida presentación, hubiera tenido yo que atribuirlo a mala crianza o a falta de respeto.

Parece providencial lo que ha ocurrido. El cielo ha premiado mi piedad y lo mucho que quería yo a mi abuela. Era una santa. Pero, en fin, con algunos pecadillos pudo irse al otro mundo cuando murió dos años ha. Tal vez aún esté por ellos en el Purgatorio. No sobran, pues, las misas que se digan por su alma. Pensando de este modo, hace ocho días justos entré en la sacristía a encomendar al Padre González veinte misas, pagándolas yo de mis ahorrillos. ¿Y a quién pensarán ustedes que me encontré allí? Pues me encontré a mi perseguidor hablando familiarmente con el Padre. Quise aguardar desde lejos a que terminase aquella plática, y el Padre me vio, y me dijo: ¿Qué se le ofrece a usted, señorita doña Manuela? No deje de hablarme ni se retraiga porque vea aquí a este caballero. El, su madre y otros individuos de su ilustre familia, son amigos míos de toda la vida. Permítame usted que le presente a D. Narciso Solís.

De esta suerte, el Padre González ha tenido la culpa de que yo conozca a Narcisito.

Después, la verdadera culpada de que hable yo con Narcisito, de que me ponga con él de acuerdo, y de que el flirteo se convierta en noviazgo, ha sido esa hipocritona de doña Rita. Bien hacen algunas muchachas desenfadadas en llamar carabinas a tales ayas o acompañantas: son la carabina de Ambrosio.

Por eso he dicho y lo repito, perdóneseme la inmodestia, que mi prudencia me ha valido. Parece inverosímil que tenga yo tanto mundo y tanta perspicacia. No, yo no me equivoco. Es persona muy digna. Por su devoción a los santos merece la amistad del Padre González, y por la devoción que me tiene a mí, que soy también una santa, merece que yo le quiera. ¿Qué pecado hay en esto?

Quedó ayer conmigo en que hablemos por teléfono, a las diez de la noche, cuando mamá no esté en casa. Su número, el 4.500. Para impedir que, oyendo mal y no reconociendo su voz, hable yo con otro sujeto, hemos convenido en empezar por decirnos cuatro palabras mágicas: la primera y la tercera, yo: él, la segunda y la cuarta. ¡Y qué palabras tan raras! (Sacando un papelito). En este papelito me las escribió con lápiz. Van a dar las diez. Como tengo una jaqueca atroz, sí, la tengo, no es todo estratagema, no he podido acompañar a mamá, que se ha ido al teatro con la vizcondesa. (Suenan las diez en el reloj de la chimenea.)

Llegó la hora. Ea, miedo a un lado (Se acerca al teléfono, toca el timbre y a poco suena la campanilla.) Central..... comunicación con el 4.500. (Pausa. Vuelve a sonar la campanilla.) Logos..... Reconozco su voz; dice Theos... Sares... Ha contestado Egéneto.

—¡Ay, Narcisito! ¡Qué locura! ¡Qué picardía! Razón tendría mamá de reñirme si me sorprendiese hablando por teléfono con usted: con un hombre a quien ella no conoce.—¡Qué desenvoltura! ¡Qué modo de sacar los pies del plato! ¿Es esta la educación que en el convento te han dado aquellas benditas madres?—exclamaría mamá.—Si usted me quiere de veras, si es usted un joven formal y como Dios manda, y si quiere usted que nuestras relaciones continúen, es indispensable que se haga usted presentar a mamá lo más pronto posible. (Nueva pausa. Las pausas serán más o menos largas, según la contestación que se exprese o se presuma.)

No: lo que hemos hecho hasta ahora no puede ni debe seguir. A hurtadillas de mamá, en paseo, en la calle, haciendo cómplice a doña Rita, no he de hablar ya con usted sino muy de tarde en tarde. Hablar así de diario sería muy feo. Usted mismo pensaría mal de mí. Las gentes que nos viesen murmurarían. Mamá llegaría a saberlo y regañaría mucho y con razón sobrada. (Pausa). Bueno, me alegro con toda el alma de que esté usted decidido a hacerse presentar cuanto antes. Eso es lo recto y lo leal.

¿Qué?... No me atrevo a contestar a eso. Yo no entiendo bien esta maquinaria. Temo que las mujeres de la Central me oigan y se rían. (Otra pausa.)

Pues ya que se empeña usted, ya que lo pide con tanto fervor, no hay más remedio. Lo diré, aunque me oigan. Repetiré lo que ya le dije tres o cuatro veces, cuando echábamos migajitas de pan a los patos y peces del estanque del Retiro: para usted las migajitas de mi corazón, que será todo suyo, si con amor me paga. (Pausa.)

Mucha precipitación es esa. Mamá dirá, si no se niega, que conviene que antes nos tratemos; que pedirme en seguidita, de sopetón, es puñalada de pícaro...

Adulador. ¿Con que mis ojos son los pícaros que dan las puñaladas? ¿Con que usted es el herido? Pues yo declaro que el pícaro es usted. Si el Padre González hubiera sospechado siquiera lo perverso que es usted y el mal incurable que iba a causarme, de seguro que no le presenta a su hija de confesión, que soy yo...

Allá veremos si, como usted pronostica, de este mi mal incurable se dice con toda verdad «que no hay mal que por bien no venga». Adiós; basta de charla. Temo que nos sorprendan. Preséntese usted a mamá y venga a casa pronto. Mamá recibe dos veces a la semana.

1 de Junho de 2018 às 01:12 0 Denunciar Insira Seguir história
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