4 de Diciembre y yo aún vivo en Septiembre. El tiempo pasa de una manera extraña. Han pasado tantas cosas, pero todo va tan rápido, que no da tiempo a que los cambios se completen. Parecemos mariposas prematuras, que mueren y renacen sin ver los dibujos de sus alas terminados.
La lentitud ya me resulta incómoda en esta rutina. Ahora lo que se lleva es no parar. Buscamos la luz en la vida y solo conseguimos acercarnos a su velocidad. Huimos de la oscuridad y quizás por eso de la lentitud. Como si nos fuéramos a convertir en estatuas de piedra, inertes, ciegas por quedarnos parados un segundo.
¿Cuántos atardeceres se han disfrutado? Yo solo he visto un par de reojo, como si mirarlos fuera un pecado. Un pecado exquisito. Pero es que el tiempo escasea, escasea lo vital. Lo intento retener, pero se me escapa del alma. Huye de mi piel y la envejece. Y con tal de retenerlo, de aprovecharlo, nos olvidamos de respirar. Nos quedamos sin tiempo y sin aire por querer ser luz
Sube y baja, sube y baja mi pecho al respirar. Un segundo, otro… Que lujo sería cerrar los ojos un segundo y simplemente, respirar y envejecer. Existir, sin más.
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