—buenos días, cariño—dijo mi madre, con demasiada energía para mi gusto, a primeras horas de la mañana.
Abrió las cortinas de par en par, entorné los ojos cubriéndomelos del sol.
—mamá, sabes que no me gusta que hagas eso—refunfuñé, aunque ella siguió a lo suyo como si la cosa no fuese con ella.
—cariño, si no te levantas llegarás tarde en tu primer día de universidad—dijo feliz despojándome de las mantas.
La observé incrédula, todo su cuerpo derrochaba alegría.
—así que, levántate ya y si me haces volver de nuevo te llevaré a rastras y me darán igual tus reproches—soltó cerrando la puerta.
Suspiré frustrada e intenté no darle importancia, sé que estaba emocionada por qué a su hija la habían admitido en la universidad.
Me levanté de mala gana, hacia el cuarto de baño, me di una ducha rápida, me vestí poniéndome algo cómodo. Vaqueros negros y una blusa azul, algo normal y cómodo, después, con un rápido repaso al espejo, bajé a la cocina.
Como era de esperar, mi madre se había ido al trabajo, sin despedirse siquiera, tan solo dejando una nota colgada en la pared de la nevera, suspiré, resignada.
Había cosas que por mucho que quería que cambien, al parecer no Iban a cambiar nunca.
Tomé la nota y la leí:
Lo siento cielo, me hubiera gustado acompañarte en tu primer día, pero ya sabes, el deber me llama, ya me contarás que tal te fue todo.
PD: Todas tus cosas están en el maletero del coche, las llaves están en el cuenco de la entrada de siempre, ¡feliz primer día!
Sonreí sin ganas, cogí la nota, la arrugue y la tire a la basura, estaba un poco molesta porque a pesar de agradecer el esfuerzo que había hecho metiendo mis cosas en el coche, ella mejor que nadie sabía que no me gustaba que me tocasen las cosas, porque luego no sabría donde está cada cosa, aunque pensándolo bien iba a echarla mucho de menos, solo con recordarlo se me empañaban los ojos, me las sequé con la mano.
Estoy arta de tanto llorar y estar triste.
Sé que la iba a echar de menos, pero tenía que seguir a delante, esto era algo que yo había escogido y ahora tenía que hacerle frente.
Cerré el maletero, me metí en el coche y arranqué, iba a ser un viaje muy largo, pero también estaba emocionada por empezar una vida nueva, lejos de tanta tristeza y tantos recueros.
Se me humedecieron los ojos, por lo que respiré hondo para frenar esas lágrimas que amenazaban con derramarse en cualquier momento.
A veces me costaba mucho gestionar toda esta angustia.
Suspiré de nuevo para tranquilizarme.
—todo saldrá bien, sé fuerte—dije intentando convencerme a mi misma.
Tiempo después llegué a un edificio enorme con gente de todas partes y de todo tipo, turistas enseñando el edificio, adolescentes con sudaderas de la universidad, padres llorando por la tristeza de abandonar a sus hijos.
Mire a mi alrededor y no pude evitar sentirme un poco desubicada, había demasiada gente para mi gusto, y esto era tan enorme que no sabía ni por dónde ir, por no mencionar que no podía ni conducir en condiciones por la multitud, estaba empezando a ponerme nerviosa, miré el mapa de la universidad, se suponía que tenía que encontrar mi residencia.
Con toda esta multitud no sé cómo demonios iba a hacerlo.
Después de media hora de búsqueda y vueltas a lo tonto por toda la universidad, decido aparcar entre lo que supongo que es una de las entradas de la residencia. Bajé del coche y me dirigí a la puerta, echa de cristal y parte de madera. Al entrar lo primero que me fijé fue en las paredes totalmente blancas, entorné los ojos por la luz fuerte, había varios sillones de color rojo colocados al azar.
—¿puedo ayudarte en algo?—me sobresaltó la secretaria.
Me acerqué al mostrador y ofrecí mi mejor sonrisa.
Tenía pelo corto negro y unas gafas de pasta del mismo color que las paredes, era guapa y no dejaba de sonreír en ningún momento.
—perdona, acabo de llegar, me preguntaba si podía ayudarme, por favor—dije avergonzada.
La chica me obsequió con una sonrisa deslumbrante.
—no se preocupe, esto sucede constantemente—dijo tranquilizándome.
—dígame su nombre
—Ruth Rowling Scott—solté intentando que no me temblara la voz.
Comenzó a teclear en su ordenador, parecía una máquina, se me escapó una sonrisa, aunque más que una sonrisa, creo que era mueca.
—sí, estás en la lista, si puedes esperar un minuto una de mis compañeras te guiará —anunció y yo asentí.
Al cabo de unos minutos apareció una mujer vestida de uniforme, camisa blanca y falda de tubo negra, con cabello rizado castaño oscuro recogido en una cola alta.
—soy Vera, si eres tan amable de seguirme, es por aquí—dijo la llamada Vera obsequiándome con una sonrisa que no pude evitar devolvérsela.
La seguí silencio sumido en mis pensamientos.
Lo cierto es, que la Universidad era enorme, o eso, o yo estaba acostumbrada a sitios más pequeños, tenía una sensación de inquietud e intriga al mismo tiempo, era bastante extraño, solamente esperaba que las cosas me fueran mejor que antes.
Nada me podría ir peor que lo que había dejado atrás.
Puede que lo único que echara de menos fueran mis amigas, ellas habían sido un punto importante. Se suponía que habíamos decidido ir todas a la misma universidad, pero desde aquel día todo cambio.
Suspiré desolada, únicamente me quedaba ser fuerte y seguir adelante tal y como me había repetido mi madre tantas veces.
—hemos llegado—dijo Vera, mostrándome una puerta.
Al entrar había una pequeña sala de estar, con una mesa, un sillón Y dos butacas, también visualicé tres puertas que estaban enumeradas, era bastante extraño, debía tener una cara bastante confusa porque la secretaria añadió:
—¿es bastante raro, verdad?-asentí, ella me sonrío con dulzura.
—bueno, esta será tu habitación la 302—anunció abriendo la puerta del medio.
La habitación era pequeña, de paredes blancas, visualicé una puerta justo al lado de la cama, supuse que era el baño, la cama era mediana, justo debajo de ella había tres cajones que iban a juego con las paredes blancas, el escritorio era diminuto y estaba pegado al armario que también era de madera al igual que la cama y el escritorio.
Pronto empecé a sentir remordimientos, no quería imaginar el dinero que se habrá gastado mi madre en esta residencia.
— y este es el baño— dijo Vera, abriendo la otra puerta.
El baño me recordó a los hoteles, era todo blanco desde la pila del lavabo asta la ducha con mampara. Era sencillo y bonito.
—bueno, pues eso es todo, puedes acomodarte cuando quieras—dijo sin dejar de sonreírme, entregándome las llaves del cuarto.
—muchas gracias por todo—dije con amabilidad.
—no ha sido nada—dijo cerrando la puerta del cuarto y dejándome sola en la habitación.
Me dejé caer en la cama agotada, cerré los ojos por un momento, todavía no se había acabado el día y ya me sentía cansada.
Ahora venía lo más duro. Trasladar las cosas del coche a la habitación.
Me levanté de nuevo, antes que me entrara demasiada pereza. Hice el mismo recorrido que con la secretaria, esto era enorme, había pasillos inmensos con puertas y más puertas, sabía que si no tenía cuidado acabaría perdiéndome.
Por fin llegué a mi coche, abrí el maletero, lo bueno es que no traje muchas cosas, creo que lo que más abultaba eran libros y seguramente lo que más pesaría.
Apilé varias cajas como pude y comencé a transportarlas, desde las más pesadas, asta las menos pesadas. Suspiré.
Esto habría sido más fácil si mi madre me hubiese acompañado, pero siempre estaba sumergida en su trabajo, parecía que no tuviera tiempo de nada más.
Desde que mi padre se divorció de mi madre, su forma de ser cambió drásticamente, entró en una depresión y tuve que ser yo la que cuidara de ella.
—¡por fin!—dije, soltando las últimas cajas en la habitación.
Estaba abatida, nunca pensé que mudarse fuese tan agotador, aunque nunca me había ido de casa, a pesar de que quería con todas mis fuerzas, pero tuve que quedarme para ayudar a mi madre.
Abrí primero las cajas que contenían libros, fui apilándolos en la estantería, desde los más leídos a los menos leídos, continué con las cajas que contenían la ropa y los enseres personales, abrí el armario y me sorprendí al ver varias sudaderas de la universidad, algunas mantas y toallas, apilé la poca ropa que traje.
Seguí abriendo cajas y más cajas, colocando todo en orden. Al abrir la última caja, sofoqué un grito cuando vi lo que había dentro.
Era la manta polar personalizada, que tanto le había pedido a Dorian que me regalara por mi cumpleaños, la contemplé paralizada, la manta estaba decorada con fotos de los lugares que él y yo habíamos planeado visitar juntos.
La saqué con mucho cuidado, como si fuera la cosa más frágil del mundo, al sacar la manta vi un sobre que ponía mi nombre, sabía que me la había escrito él, reconocería su letra a quilómetros, la cogí con manos temblorosas y la abrí, dentro había una carta, la desdoblé y leí.
Mi princesa…
Sin poder continuar, metí la carta debajo de la almohada.
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